La salud mental de Evo Morales
Los iluminados nunca han sido buenos gobernantes, porque acaban creyendo sus alucinaciones y llevan a la nación al desastre. Franco hablaba de un imperio y en un momento creyó tener la sartén por el mango cuando cuatro adulones le dijeron que conocían el modo de convertir el agua en petróleo. Hitler y su secuaz Himmler buscaron denodadamente objetos sagrados con fines esotéricos, desde la supuesta lanza de Longinos (la que dice la tradición que clavaron en el costado de Cristo) hasta el Arca de la Alianza, que vaya usted a saber dónde está, así como la mesa de Salomón, que hay quien dice que está en Toledo.
Ahora Evo Morales, que me llegó a caer simpático por sus suéters multicolores, dice que la cocacola da diarrea y que las homonas de los pollos de granja generan homosexualidad. Es decir, otro iluminado, y lo triste es que hay mucha gente que lo cree y lo sigue. Ya sólo falta que prohíba las líneas aéreas y organice vuelos ecológicos en cóndor. Siempre me han dado miedo los prepotentes que se creen en posesión de la verdad, y más si tienen poder, porque al final acaban volviéndose locos y llevando a los ciudadanos a la catástrofe. Viene pasando desde los faraones que decían hablar con los dioses hasta los visionarios que en nombre del Estado decretan purgas y exterminio: Stalin, Pol Pot, Mao, Castro, Pinochet, Musolini… Ya nombré a Franco y a Hitler, pero podríamos seguir con Napoleón, Robespierre, Julio César…
Y ya está, el Papa pide perdón y se cierra el asunto. No es esa la opinión de la Asociación de teólogos Juan XXIII, también presente en el programa, que
Ahora lo comprobamos con el volcán islandés de nombre impronunciable, que nos aboca a memorias que creíamos periclitadas, como la del año 1815, cuando entró en erupción en indonesia