Decepción, que no sorpresa
Las medidas adoptadas por el gobierno para reducir el gasto ponen de manifiesto que el dinero es siempre de los mismos, que estos controlan el poder y que el discurso del interés general es un cuento chino. La demagogia alcanza estadios inverosímiles, aunque tampoco es que me sorprenda, porque los gobiernos están por lo visto para administrar las ganancias de las grandes corporaciones, no para proteger al ciudadano de la voracidad de los especuladores. En primer lugar, esta crisis proviene del escaso o nulo control que los estados tienen sobre el poder financiero, que les hicieron luz de gas una y otra vez durante los últimos veinte años sin que nadie tomase le menor medida para poner orden. Y en España esto se agrava con la burbuja inmobiliaria, a la que tampoco pusieron freno Felipe González, Solbes, Aznar, Rodrigo Rato, Zapatero y otra vez Sobes, con el agravante que el anterior ministro de Economía también fue el responsable del área en Bruselas. Es decir, entre todos la mataron y ella sola se murió. No vengan ahora a echar las culpas a los ciudadanos, diciéndoles que vivían por encima de sus posibilidades, porque eso fue consecuencia de ese desarrollismo artificial que ellos provocaron.
Y cuando hubo tormenta financiera en los bancos hace un año hubo miles de millones de euros para que no cayeran, pero los dirigentes bancarios siguen cobrando sumas estratosféricas y tienen jubilaciones de ensueño. Con nuestro dinero. A esos no se les congelan los salarios. Y ahora quieren parchear el asunto congelando sueldos a los funcionarios, la mayoría mileuristas, y congelando pensiones míseras. Con ese ingente sacrificio de millones de personas piensan ahorrarse 15.000 millones, cuando alegremente pusieron a disposición de la banca 50.000, y ni siquiera les exigieron que moderasen sus salarios. Si la situación es tan grave, no creo que la arreglen con 15.000 millones, por lo que creo que se trata de hacer publicidad de gobierno duro de cara a los mercados. Y esa es otra, los mercados, un ente abstracto que es finalmente el capitalismo salvaje que amasa dinero a manos llenas y golpea a los colectivos más débiles sin piedad. Eso es demagogia, porque el problema tiene dos patas. La primera es que si se gasta mucho ya podrían recortar en viajes, coches oficiales, comidas rimbombantes y personal que mueve carpetas por los pasillos. La segunda pata es que no se trata de que se gaste mucho, es que se ingresa poco, los ricos no pagan impuestos en relación a sus fortunas e ingresos, siempre tienen una trampa, una inversión o una condonación a la que agarrarse. Si en España se pagasen impuestos proporcionalemente a los ingresos nos sobraría dinero.
Así que, ya no nos creemos ningún discurso, ni el del gobierno, porque entre sus medidas no se le ocurrió (¡Dios nos libre!) subir impuestos a los que más tienen, y sí machacar a los más débiles, ni el de la oposición, que es la misma matraquilla, y que en el poder tampoco haría otra cosa. De hecho no lo hizo cuando gobernó. Así que ya sabemos que eso de las políticas sociales son comida para cabras con periódicos escritos en inglés, porque la verdadera política social es que cada uno pague según sus ingresos, y la muestra es cómo se sigue tratando desde el gobierno al Presidente de CEOE, después de sus desastres financieros, que afectan a sus empleados, nunca a él. Capitalismo salvaje se llama, ¿o es que piensan pedirle a las grandes corporaciones que aporten al Estado un 5% de su grandes beneficios? Ah, no, claro, es que el beneficio es para general empleo. Vamos a verlo.
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(La foto es del cerebro vegetal de nuestra clase política)
Otra cosa es que el ejercicio de ese mandato sea un desastre y haya que hacer una moción de censura, pero a eso tampoco casi nunca se llega y en circunstancias especiales, sobre todo cuando el partido en el poder gobierna con mayoría absoluta, se cambia de líder sobre la marcha, como ocurrió en 1940 cuando Churchill sustituyó a Chamberlain. En todo caso, cuando hay un gobierno débil y una mala política, la costumbre es convocar elecciones generales, y lo normal es que de ella salga un gobierno fuerte, porque los ingleses saben mucho de democracia. Tanto saben, que en 1945, cuando acabó la guerra y a pesar de considerar que Churchill había sabido manejarla magistralmente para la victoria, perdió las elecciones. Los ingleses percibieron que un gigante para la guerra no era el hombre indicado para la reconstrucción y la paz. Luego, en 1951, cuando se hizo visible el pulso de «La guerra Fría», volvieron a elegirlo porque necesitaban un pulso firme por si había que enfrentarse al bloque soviético. ¡Cuánto tenemos que aprender de los ingleses!