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Para algunos la guerra ha empezado


zzzpack.JPGLo sucedido en Noruega ha puesto a funcionar todos los mecanismos extremistas. El horror producido por un hombre solo que sigue una ideología delirante está siendo aprovechado por la derecha supuestamente civilizada pero también extrema. Una muestra es el comentario que hace el periodista norteamericano Glenn Peck, comparando a los jóvenes asesinados en la la isla de Utoya con la juventudes hitlerianas. Entre otra cosas, se pregunta si es presentable que se haga un campamento político para los más jóvenes, lo que muchos podrían interpretar que, si la muchachada estaba convocada allí por el partido laborista, el acto tiene en cierto modo justificación, porque como dijo el terrorista en su declaración a la policía trataba de eliminar a los futuros dirigentes de la socialdemocracia noruega, que en su fanática mente es la depositaria del marxismo. Glenn Peck es un periodista que, según las agencias, financia al «Tea Party», el ala más extrema y radical del partido republicano. Hay otros comentarios que hubiera preferido no escuchar, incluidos algunos en España, pero hay que estar atentos, porque al final para la extrema derecha los noruegos son culpables porque entregan cada año el Premio Nobel de la Paz (aunque últimamente no han estado finos), y no hay que conciliar sino emplear mano dura. Estos comentarios se acercan a la apología del terrorismo, si es que no lo son directamente, y en ningún caso hay justificación para asesinar a sangre fría a más de setenta chicos y chicas. En cierto modo, la guerra ha comenzado para estos tipos.

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A la salvación por el caos

La verdad es que los relevos en las responsabilidades políticas, sobrevenidos a causa de las elecciones del 22 de mayo, no invitan al optimismo. Por una parte, porque en muchos casos es más de los mismo y ya conocemos el andar de la perrita, y en otros porque no vemos que haya nada nuevo ni siquiera en los que llegan por primera vez a la poltrona. Se trata de sustituir al anterior y poco más. No hay un proyecto que implique a la sociedad en su conjunto, y se pierde el tiempo en litigios de parvulario o bien se dejan pasar burradas del tamaño de una catedral.
zzzcaos.JPGTodo esto viene a demostrar que en cierto modo funciona la teoría del caos (no la física, sino la sociológica) y que las cosas funcionan porque cada cual hace lo que le conviene y encaja en una totalidad que parece sistemática pero que no lo es. Los panaderos no quieren dar pan a la gente, sino crear un negocio, pero para ello han de dar pan; los profesores no quieren enseñar, pero han de hacerlo para cobrar un salario, y así los taxistas, los farmacéuticos y, por supuesto, los políticos. No espero a nadie en un caballo blanco, porque ya el mundo de la sideas queda subsumido por el de los intereses. Y como soy optimista (no tanto como Zapatero, ojo), espero que todo se vaya arreglando porque quienes tienen la capacidad de hacerlo moverán alguna ficha, no porque quieran salvar la situación colectiva, sino por salvarse ellos. Ya sé que eso es como disparar al Sol porque nos ciega, pero, conociendo el ganado que toreamos, esa es mi única esperanza de que todo esto no se vaya al carajo (pensaré si retiro o no lo de optimista)

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La dignidad del suicidio de Salvador Allende


zsalvador-allende[2].jpg¿Se suele decir que el suicida es un cobarde, pero yo no estoy tan seguro porque quienes se ven abocados a esa decisión ven todos los caminos cerrados, y hay que tener agallas para cometer un acto de violencia tan terrible contra sí mismo. Es posible que haya casos en los que suicidio es igual a cobardía, pero en otros es un asunto de dignidad. Sócrates y Séneca se quitaron la vida por dignidad, y los aborígenes canarios solían despeñarse o dejarse morir de hambre cuando se veían perdidos, antes muertos que esclavos. Eran Séneca, Sócrates, Bentejuí, Beneharo y Tanausú unos cobardes? Eso es dignidad llevada a su máxima expresión, y en el caso de Salvador Allende lo fue. Le ofrecieron un avión para salir del país y exiliarse. Nadie le habría echado nada en cara, y seguramente habría vivido entre el repeto de todos los demócratas, porque quienes perpetraron el asesinato de la democracia fueron otros. Pero él no quiso, se mantuvo en su puesto hasta el final, y como era consciente de que su persona era una institución, un emblema de la democracia, no dudó en quitar a los golpistas la posibilidad de que mancillaran no al hombre, sino al Presidente que habían elegido los chilenos. Ese es un suicidio que engrandece al hombre y salvaguarda al símbolo de la democracia que será siempre Salvador Allende. Quienes hoy lo tildan de cobarde seguramente tienen más que ver con el fanatismo de los fascistas que con la valentía, la entrega y la dignidad de un Presidente de todos los chilenos y para todos los demócratas.