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Entre la irracionalidad y la fantasía

Dice el diccionario que lo irracional es aquello opuesto a la razón o fuera de ella; es decir, algo que no cabe en la lógica cotidiana y que el ser humano sólo es capaz de imaginarlo, aunque hay quien afirma -no sé si con verdad o no- haber vivido o visto fenómenos que escapan a la razón. Por decirlo en román paladino, en la vida real los burros no vuelan, los muertos no resucitan y los maleficios sólo existen cuando media la química, y los comportamiento maléficos son aquello derivados de una intoxicación.
z635.jpgEsto es lo racional, esta es la razón, pero el ser humano tiene muchas preguntas sin contestar y se interna a menudo en el mundo de lo irracional, que se confunde con el de la fantasía, y que dicho de forma abrupta entra en la patologías de la psique, pero si reflexionamos un poco vemos que en alguna medida todos vivimos un paralelo mundo irracional, que mayoritariamente tiene que ver con los sentimientos, pero que con frecuencia interfiere en la vida diaria, como esos miedos irracionales a pasar por debajo de una escalera, romper un espejo o pisar al levantarse con la pierna izquierda. Hace unos días, mientras compartía mesa con alguien a quien tengo por racional, le pedí que me pasara la sal; cuando la cogió fui tomar el salero de su mano, pero se negó y la puso sobre el mantel, porque, decía, dar la sal en la mano trae mala suerte.
Pero no pongamos el grito en el cielo creyendo que esas cosas no van con nosotros. Eso que muchos llaman manías o costumbres son primas hermanas de lo irracional, porque a ver cómo se explica que el hecho de que una mujer vaya vestida de negro a una boda sea un mal presagio para los novios. Y eso está en el protocolo social, lo mismo que negarse abrir un paraguas bajo techo o brindar con algo que no contenga alcohol. Es ese otro mundo que tiene que ver con las preguntas no respondidas, porque la mayor parte de las personas -creo que todas, pero como algunas proclaman su racionalidad a ultranza las excluyo- no tiene claro lo del más allá y la actividad fantasmagórica que puedan desarrollar los muertos en nuestro mundo racional.
z720p].jpgLa literatura, el cine y las artes plásticas no son ajenas al asentamiento de esta doble vertiente del ser humano. Ya en los cuentos infantiles el lobo habla con Caperucita, hay botas de siete leguas y princesas que duermen cien años y ¡chas! se despiertan cuando las besa un príncipe. A eso lo llamamos fantasía, pero no sé cómo llamar al romance de ultratumba que mantienen los protagonistas de Cumbres Borrascosas o a la convivencia con dioses y profetas que hablan al hombre en todos los libros sagrados y mitologías.
Durante décadas, alrededor del nacimiento y apogeo del Romanticismo, las obras que se ceñían al mundo real no gozaban de consideración intelectual. Luego ha habido de todo, pero algo tiene que ver con estas cosas el éxito -irracional- de Harry Potter o películas como El sexto sentido. Incluso las novelas más realista tiene que ver con lo más profundo y oscuro del ser humano, como los celos, la locura o los traumas que desencadenan personalidades terribles. Dicen que todos somos un poco Doctor Jeckyl y un poco Míster Hyde, y luego entroncamos esos mundos paralelos con palabras de poco prestigio como azar, suerte, casualidad y fortuna, o con otras muy encumbradas como causalidad o destino.
zFRIEDRICH2.jpgEn la segunda mitad del siglo XX hubo movimientos literarios diversos, y la mayoría tenían que ver con lo tamgible; pero también gozaron de fortuna otros en los que lo irracional se volvía dramático o cómico. Son paradigmáticas obras como Pedro Páramo, en la que la muerte y la vida se confunden, Cien años de soledad, donde Remedios la Bella sube al cielo en cuerpo y alma, Doña Flor y sus tres maridos, cuando una viuda recibe a sus maridos muertos que vienen desde el más allá para realizar con ella actos sexuales, y El bebedor de vino de palma, la magnífica novela del africano Amós Tutuola en la que se traspasan los límites de la vida y se entra en el mundo de los dioses y de los muertos.
La muerte, el más allá, los poderes sobrenaturales y otros temas tienen buena acogida entre los lectores y los aficionados al cine. Es verdad que cuando leemos un libro, vemos una película o contemplamos cuadros como El Jardín de las Delicias o La balsa de la medusa, nos estamos reflejando en nuestra irracionalidad. La prueba es que La divina comedia, una de las obras más prestigiosas de toda la literatura universal, transcurre en un lugar tan «turístico» como los círculos del infierno. A lo mejor es porque el hombre necesita huir a ratos de lo racional.
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(Este trabajo fue publicado en el suplemento Pleamar de la edición impresa de Canarias7 del pasado miércoles)

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Alfonso O’Shanahan

Me he quedado de piedra al conocer la noticia del fallecimiento de Alfonso O’Shanahan, un escritor que formó parte de dos generaciones, la de Poesía Canaria última y la del Boom narrativo de los años setenta. Era Además un periodista interesado en nuestro quehacer diario como sociedad y en sus últimos años un investigador de la lengua que hablamos en estas islas, hasta el punto de construir un diccionario que es muy conocido.
Pero sobre todo, Alfonso era una buena persona, y le tengo un afecto especial porque fue la primera persona en el mundillo de la cultura que me llamó escritor, apostó por mi primera novela y siempre tuvimos una excelente relación, e incluso compartimos editorial hace unos años. Tengo también un recuerdo especial para él porque siendo yo muy niño conocí a su padre, el eminente doctor don Rafael O’Shanahan, que en una circunstancias muy especiales literalmente me salvó la vida. Por todo ello es para mí un día muy doloroso.
Como es imposible transcribir los sentimientos que ahora mismo me invaden, sólo puedo pensar en su esposa Marta y en sus hijos. Y a modo de homenaje, enlazo con el relato de ficción que evoca a su padre y que publiqué en mis Crónicas del Salitre.
DON RAFAEL.doc
CONSTRUCCION DE LA AVENIDA DE LAS CANTERAS AÑO 1940.jpg

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Caín y Abel

Dos grandes escritores acaban de publicar nueva novela. Uno de ellos es Saramago, que con su libro Caín reescribe el Génesis como en otra de sus obra hiciera con los Evangelios. El otro es Muñoz Molina, que ha escrito La noche de los tiempos usando como hilo conductor el exilio español a causa de la guerra civil. Un exilio determinado, no de forma general como veremos.
acainabel.jpgEl protagonista de la novela de Muñoz Molina se llama Ignacio (fuego) Abel (efímero), y es curioso que en este otoño los nombres de Caín y Abel sean casi una moda, seguramente por su significado bíblico en la lucha entre el bien y el mal o por las interpretaciones interesadas que a esta historia mosaica se le ha dado durante siglos. Con Saramago no hay duda, él siempre ha invertido los términos y ha dicho que el hombre ha creado un Dios a su imagen y semejanza. Es Saramago en estado puro, y por eso la Iglesia portuguesa pide su excomunión y un diputado conservador lusitano afirma que siente vergüenza de ser compatriota del Nobel. Aquí iría aquello de solidarizarse con el Premio Nobel, pero creo que sería presuntuoso por mi parte, Saramago no necesita apoyos mediáticos puesto que se apoya en su propio argumentos y desde luego sabe defenderse muy bien. Pero si le hiciera falta, que no creo, tiene mi apoyo disponible.
Muñoz Molina por su parte es para mi gusto un escritor de matices. Cuando hablamos del exilio de la guerra civil española pensamos en quienes se tuvieron que marchar en el 39 al final de la guerra. Pero hay otro exilio, también ocasionado por la guerra, que se produce al comienzo de esta, en 1936, y es la de quienes, viendo que en cualquier caso lo que venía era un matanza, se quitaron de en medio y no volvieron nunca más, como Pedro Salinas , Arturo Barea y como probablemente habría hecho Lorca de no haber sido asesinado. No quisieron tener nada que ver con la sangre, y aunque muchas veces se les ha acusado de medrosos o de no estar comprometidos, lo cierto es que su compromiso no era desde luego con la violencia, la sangre y la barbarie que es toda guerra. Es otra forma de verlo, y de eso es de lo que va la novela de Muñoz Molina, para la que hay que tener gran potencia de brazos para sostenerla y mucho tiempo para leerla (1.000 páginas).
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(El cuadro Caín y Abel es de Tiziano)