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Se está acabando el tiempo

Z-labordeta-3[1].jpgHa muerto José Antonio Labordeta, ese maño tan simpático que hizo de la sencillez un arte. Todos cantamos alguna vez a coro su Canto a la libertad, que fue uno de los himnos de un tiempo que ya está haciendo cuentas. Hubo muchos himnos en las voces de muchos, desde Jarcha a Taburiente, con raíces populares una veces y otras menos, pero siempre con el futuro como estandarte, porque los cantautores y cantautoras de entonces ponían voz a nuestros deseos. Miguel Ríos se retira, Lluis Llach lo hizo hace unos años, Paco Ibáñez, Gullermina Motta, Raymond, Javier Krahe, Luis Pastor, Rosa León, Aute y otros tanto apenas aparecen. Queda Serrat en todo su esplendor, pero ya está también de vuelta.
Con la muerte de Labordeta se pone un nuevo candado a la memoria, porque él, como muchos, fue nuestra voz. Y ese Canto a la libertad del entrañable aragonés tiene la facultad de trasladarnos a un tiempo en el que el futuro era posible, con ese aire español y ciertas remembranzas chilenas de Víctor Jara. Aquella canción nos empujaba. Es una lástima que te vayas, amigo José Antonio; es una ley biológica, nuestras vidas tienen todas fecha de caducidad. Pero la ilusión es perpetua y se mantiene con las ideas. Y es que ahora mismo nos hace falta volver a pensar, porque tratan de robarnos hasta la esperanza. No quiero que te vayas pensando que finalmente han ganado los malos.

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¿Otoño literario?

Con el otoño llegan las novedades editoriales, que este año se anuncian jugosas porque hay varias vacas sagradas que sacan libro, y la mayor parte de los que se anuncian son unos volúmenes de muchas páginas. Digo yo que esa moda de escribir tochos tendrá que ver con la idea de venderlos luego al mercado americano, porque cada día está más difusa la línea entre literatura y bet-seller, entendido este anglicismo como sinónimo de lectura (no literatura) de masas y por lo tanto de grandes dividendos.
Es verdad que con la llegada de Internet, la gente se ha acostumbrado a leer más, lo que pasa es que leen en las pantallas, y aprovechando esa circunstancia tratan de imponer el libro digital, pero la cosa va muy lenta, porque todavía el porcentaje de libros que circulan es bajísimo, y casi siempre títulos conocidos y que, además, existen en soporte papel. Así que, de momento, la literatura se reparte mayoritariamente en libros de toda la vida, pero en los últimos tiempos ya digo que hay cierta confusión.
zzzzlibro.jpgAparte de los libros cercanos al esoterismo, con la Sábana Santa, el Santo Grial o las leyendas varias de toda Europa (druidas, celtas, germanos o escandinavos), la media docena larga de Caballos de Troya, que son una insinuación permanente de la conjunción entre lo alienígena y lo esotérico, y el inagotable misterio del Egipto faraónico, con sus momias revividas, sus maldiciones y sus pirámides, hay otra línea que se quiere asimilar a la novela histórica, y como tal se venden muchas que no lo son. El modelo es Los pilares de la tierra, la magnífica obra del Ken Follett alrededor de las construcciones de las catedrales y el oscurantismo de los maestros de obra que son el antecedente de la francmasonería. Y Follett creaba una ficción para contar la realidad -su realidad, como todo novelista-, de manera que, acabada la lectura el lector tiene una idea muy bien dibujada del tipo de vida de la Edad Media en que transcurre el relato.
Visto el éxito, mantenido en el tiempo y remachado con el bolichazo de El Código Da Vinci, las editoriales se han echado al monte, y nos tienen muy nutridos de este tipo de libros. Novelistas medianos, periodistas con nombre y sin estilo y aprovechados que provienen casi siempre del campo de la Historia, nos cuentan relatos que no sabemos si son ficciones noveladas para explicar una realidad (que es lo que debe ser una novela histórica) o grandes reportajes en los que muchos presumen de aportar datos hasta ahora inéditos sobre un rey, una batalla o un momento histórico concreto, y otros argumentan que su relato está basado en la realidad y que todos sus personajes corresponden a personas que en verdad existieron. Entonces me pregunto si estamos ante una novela, ante una tesis doctoral o leyendo un repaso de un libro de historia.
El novelista que hace novela histórica ha de tomar el momento, el personaje o el hecho de las fuentes históricas, pero si no fabula no hay novela. Y es fabulando cómo se explica un mundo que se ha tenido que recrear. No basta con poseer todos los datos, hay que crear un espacio, unos personajes que respiren y un mundo verosímil. Eso es ser novelista, lo otro es como un atestado de la Guardia Civil. Algunas de estas novelas parecen más grandes reportajes de los dominicales, en los que se cuentan muchas cosas, seguramente todas ciertas, pero donde no hay vida, porque quien escribe es buen periodista, buen investigador, pero Dios no lo ha llamado por el camino de la novela. Carece del don de la fábula.
A nadie se le ocurre pensar que en el mundo del emperador Adriano las cosas ocurrieran exactamente como cuenta Marguerite Yourcenar en su extaordinaria novela. Tampoco creo que la destrucción de Cartago fuese con todo detalle como la cuenta Flaubert en Salambó, ni que la Roma de Claudio fuese el espejo justo de lo contado por Rober Graves en Yo, Claudio. Tampoco la invasión napoleónica a Rusia hilo por pabilo como la cuenta Tolstoi en Guerra y paz, y así pondríamos muchos ejemplos de novelas y novelistas que han bebido en la historia, que son maestros del género histórico, pero que son ante todo novelistas, empezando por nuestro inconmensurable paisano Benito Pérez Galdós, que nos contó el siglo XIX desde el talento y la ficción, no sólo en sus Episodios Nacionales, también en sus llamadas novelas contemporáneas.
zzzlibros1[1].jpgY me echo a temblar cuando amenazan con centenares de páginas sobre momentos de la Guerra Civil española, porque ya no sé si esta fabulación responde a criterios literarios o forma parte de la leña que media España le da a la otra media. Y esto viene ocurriendo en las últimas novelas sobre el tema, con algunas excepciones como la obra de Cercas Soldados de Salamina. Decía Truman Capote que gran parte de lo escrito en esas novelas gordísimas que consumen los americanos es mecanografía, no literatura. Puede ocurrir ahora algo parecido, pero como ya las máquinas de escribir han sido sustituidas por los ordenadores, podríamos decir que buena parte de eso que se vende como novela es simplemente un ejercicio mecanográfico hecho en un procesador de texto de Microsoft en su mayor parte, aunque los más avanzados utilizarán uno de Aple y los iconoclastas el de Linux. Es decir, mecanografía. Espero, no obstante, que detrás de alguna de estas novelas se nos revele alguien con el don de novelista, porque relatores de nombres, fechas y ciudades ya tenemos en los folletos de las agencias de viajes.
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(Este trabajo fue publicado en el suplemento cultural Pleamar de la edición impresa del Canarias7 el pasado miércoles).

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La faceta política de Domingo Rivero

Da la casualidad de que el poeta Domingo Rivero (1852-1929) falleció el 8 de septiembre, Día del Pino, hace 81 años, y por ello y por otras razones lo traigo hoy a esta página. Domingo Rivero ha sido durante casi todo el siglo XX tenido como el D’Artagnán de los tres mosqueteros que fueron Tomás Morales, Alonso Quesada y Saulo Torón. Eran cuatro los poetas, aunque Rivero era mucho mayor que los otros tres, y acaso por eso y porque dio en vida poca obra a la estampa se ha tardado mucho en reconocer su obra. Desde siempre hemos conocido el bellísimo y profundo soneto Yo a mi cuerpo, pero la obra del poeta, aunque no amplia, sí que es mucho más extensa de lo que en principio se podría suponer. Por fortuna, sobre todo después de la aparición de sus poemas en la Biblioteca Básica Canaria en las postrimerías del siglo XX y los trabajos en torno a su obra realizado por distintos estudiosos (especialmente Eugenio Padorno), la voz de Domingo Rivero está ocupando el lugar que le pertenece en razón de la obra y su tiempo.
dr3.jpgNo voy a entrar en valoraciones y análisis de su poesía, puesto que doctores tiene La Iglesia, pero sí que haré notar cómo hasta la fecha apenas se ha hablado de la trayectoria política de Domingo Rivero, pues no olvidemos que estamos hablando de uno de los fundadores de la Juventudes Republicanas en Las Palmas en el año 1869, en plena vorágine republicana, pues sólo un año antes había sido derrocada Isabel II. Su vida se movió entre la amistad con los tres poetas citados y la discreción exigida por aquella sociedad a un Relator y Secretario de la Audiencia de Las Palmas, por lo que, una vez pasados los impulsivos movimientos de juventud, mantuvo un silencio político que ahora sabemos que era impuesto, ya que en sus poemas se refleja esa inquietud política que lo arrastró en su época de veinteañero.
La peripecia vital de Domingo Rivero en esa primera juventud es digna del protagonista de la más dinámica novela de aventuras. Después de su participación en los movimientos republicanos en su isla, tuvo que poner tierra de por medio en 1869, con apenas 17 años, y fue a recalar nada menos que al París de la Comuna, cuando los movimientos populares logran derrocar al emperador Napoleón III, y con ello liquidar definitivamente la monarquía en Francia. Aquel episodio de 1870, que duró sólo 60 días, ha sido destacado como el primer gobierno popular de la época moderna, y es que en ese año cambió el rostro de Europa, después de la derrota francesa en la guerra franco-prusiana y el sitio y la conquista de Roma por las tropas unificadoras italianas, lo que liquida en la práctica el poder temporal de la Iglesia Católica, hasta el punto de que el Papa Pío IX se declara preso en el Vaticano.
dr1.JPGEspaña no era ajena a estos movimientos que tenían como motores el regeneracionismo, el liberalismo, el anarquismo y el marxismo, aunque en realidad es sólo teoría reivindicada por cada una de estas ideologías, puesto que lo que confluye de forma palpable es el descontento, que quita y pone reyes, funda repúblicas y es capaz de desafiar nada menos que al poder Papal. En España tiene lugar un sexenio que se cerraría con el pronunciamiento de Martínez Campos en Sagunto y la restauración de la monarquía en la persona de Alfonso XII, después de una república efímera y una monarquía italiana que duró un suspiro.
Domingo Rivero vive por lo tanto la Comuna en primera fila, o al menos es testigo presencial de un hecho histórico de semejante envergadura. Luego se va a Inglaterra, donde permanece hasta 1873, año en que vuelve a España, y es entonces, con 21 años, cuando empieza a Estudiar Derecho en Sevilla, carrera que termina en Madrid. En esa época hace amistades y crea vínculos que quedan reflejados en su obra, como su relación con Fermín Salvochea, un interesantísimo personaje, líder anarquista andaluz que llegó a ser alcalde de Cádiz. Ya en el ocaso de su vida, Domingo Rivero escribe un soneto dedicado a este personaje:
dr2.JPGEn Cádiz se ha publicado un libro (102 razones para conocer a Salvochea) en el centenario de la muerte de esta figura, y en él está referido este poema, como muestra de la relación del poeta con el líder anarquista.
Como la mayor parte de los poetas canarios, en la guerra de 1914-1918 Rivero tomó partido por los aliados, y si Tomás Morales dice en su poema a las ciudades bombardeadas «más generoso que el cañón, el tiempo/ y más artista», apenas acabada la guerra y consumada la vergonzosa Paz de Versalles en la que se humillaba a Alemania, Domingo Rivero escribe en 1918 un poema que casi es una terrible profecía de lo que ocurrirá después, pues él veía que la herida se cerraba en falso. Es el poema que aparece arriba en blanco sobre fondo negro, que forma parte de un poema mayor secuenciado con motivo del final de la guerra.
Queda, pues, clara, la vertiente política de Domingo Rivero, y tal vez sea hora de que se indague y profundice en ella, aunque sea tardíamente, como sucedió con su poesía.
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(Este trabajo fue publicado en el suplemento cultural Pleamar de la edición impresa del Canarias7 el pasado miércoles).