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Gatos, liebres y memoria literaria

Es importante que, desde la cultura, se revise la historia reciente de un estado, para reflexionar sobre las cosas que sucedieron y las que pudieron haberse evitado. El cine fue tal vez más madrugador, tanto desde España como desde el exterior, pues tenemos películas hechas casi inmediatamente después de finalizada la guerra como ¿Por quién doblan las campanas? o en épocas recientes, como hizo el director Ken Loach. Apenas murió Franco se empezaron a hacer películas que revisaban de alguna forma la Guerra Civil y el franquismo desde distintas ópticas, incluso desde el lado del humor, como hicieron Berlanga con La vaquilla o Regueiro con Madregilda, y muchos otros títulos que resultaría muy largo enumerar, y que han tratado una época terrible con mejor o peor fortuna.
z5gatos.jpgDurante aquellos años, poco o nada podía hacerse desde dentro, y en literatura ocurría lo mismo, pues fueron autores extranjeros, desde Orwell a Hemingway y muchos más, los que llevaron a sus páginas la gran tragedia española. Hay que decir, que desde la poesía y la novela se ejerció oposición al régimen, y mucho costó, siempre escribiendo entre líneas o mostrando la miseria cultural y material de un país sumido en una dictadura. Martín-Santos, Goytisolo, Fernández-Santos, Daniel Sueiro y todos los poetas que recordamos hicieron lo que pudieron hasta donde la censura y su propia seguridad les permitió. Y gracias a ellos hay testimonios y opiniones escritas en un tiempo muy difícil.
De entre todos, creo que el que más lejos llegó fue Angel María de Lera, un magnífico escritor que no ha sido suficientemente valorado tanto en su trayectoria literaria como en su peripecia vital, pues siendo un intelectual muy activo durante la II República y posteriormente un perdedor de la guerra, tuvo arrestos suficientes para quedarse en España y seguir respirando desde dentro, cuando entonces era más fácil irse a México o Argentina, que acogían a los escritores españoles con los brazos abiertos. Uno de los temas predilectos de Lera fue precisamente la emigración, reflejada en un libro magnífico, Con la maleta al hombro.
z6gatos.jpgFueron los que salieron de España los que mejor contaron la Guerra Civil, porque tenían libertad creativa para hacerlo allí donde estaban. Uno de ellos fue sin duda Ramón J. Sénder, que con su Réquiem por un campesino español nos dejó un testimonio claro de lo que puede llegar a destruir el odio, además de su magna colección de novelas cortas que conocemos genéricamente como Crónica del Alba. Otro autor que, como Lera, no ha sido debidamente colocado en el lugar literario que merece es Arturo Barea, uno de los grandes narradores desde el exilio. Max Aub es tal vez el autor-testigo que mejor y de forma más completa ha contado aquellos terribles acontecimientos, en una serie de novelas que componen El laberinto mágico: Campo cerrado (1943), Campo de sangre (1945), Campo abierto (1951), Campo del Moro (1963), Campo francés (1965) y Campo de los almendros (1967).
Después de la muerte de Franco sí que se ha escrito sobre La República, la Guerra Civil y el franquismo. El fuego lo rompieron, cómo no, Angel María de Lera por un lado y por otro Jesús Torbado, que ganó en 1976 el Premio Planeta con En el día de hoy, una novela que juega con la posibilidad de que la República hubiese ganado la guerra. Desde entonces, centenares de novelas han transitado ese espacio, bien como tema central o como escenario de peripecias que tratan de recrear una sociedad amedrentada y envilecida por una dictadura atroz.
z7gatos.jpgEn Canarias esta visión de la historia desde la ficción ha dado buenas novelas, algunas tenidas ya como clásicas. Y cuando ahora se habla de reivindicar la memoria histórica como gran novedad literaria, habría que preguntarle a Víctor Ramírez qué hacía él cuando hace veinticinco años escribía Nos dejaron el muerto, o quien esto escribe cuando, por esas mismas fechas, publicaba La mitad de un Credo, o textos tan celebrados como La infinita guerra o Sima Jinámar.
Coincidiendo con la aprobación de la Ley de Memoria Histórica, los grandes nombres de la novela española se han lanzado a escribir novelas y novelones sobre la II República, la Guerra Civil, el exilio, los maquis y todo lo que pueda entrar en el paquete. Es tanto el bombardeo, que nos están diciendo que es ahora cuando se está reivindicando la memoria colectiva desde la literatura. Por lo visto, antes no se hizo nada, y quieren ser ellos los abanderados de no sé qué movimiento, que ha sido bendecido por las grandes editoriales y hasta por el Premio Planeta. («Es una novela que transcurre dos meses antes de estallar la guerra y salen Franco y José Antonio Primo de Rivera»). ¿Y porqué no tres semanas antes? Ya a Franco lo han sacado en novelas magníficas Vázquez-Montalbán y Francisco Umbral, y a Galíndez, y a… Nos están llenando el sombrero de gatos, porque las liebres corren por ahí desde hace años.

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(Este trabajo fue publicado el pasado miércoles en el suplemento Pleamar de la edición impresa del periódico Canarias7 de Las Palmas de Gran Canaria)

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Un premio justo pero tardío

El Premio Cervantes es tan machista como la Real Academia Española. Desde su instauración en 1976, de los 36 premiados (ha habido ex-aequos) sólo tres mujeres han conseguido el galardón: María Zambrano, Dulce María Loynaz y ahora Ana María Matute. Es decir, ni siquiera el 10% de los galardones han ido a mujeres, y eso que las ha habido importantes, porque el Cervantes ha pasado por encima de escritoras como Carmen Martín Gaite, Elena Quiroga, Carmen Conde o Rosa Chacel, por citar sólo a las españolas agraviadas, porque en América hay más, y a Ana María Matute se lo han dado a los 84 años, cuando ya en 1976 tenía peso para ello, pues en ese año cuando fue candidata al Premio Nobel.
AMM pertenece a esa generación de posguerra que escribía en una España yerma, en la que las mujeres eran tratadas como criadas de los hombres. La espita la abrió Carmen Laforet y detrás de ella siguieron nuestra autora o la grandísima Martín Gaite. Curiosamente, las tres fueron objeto claro de ese machismo reinante, con separaciones matrimoniales muy duras y abusivas, pues a AMM ni siquiera le dejaban ver a su hijo, ya que la tutela era de su exmarido. Tal vez por eso, en los años cincuenta y sesenta escribió muchos relatos para niños, que siempre iban dedicados a su hijo.
z2ana-maria-matute11--644x362[1].jpgLa rebeldía que documentan sus novelas eran el santo y seña de la escritora, pero como mujer estaba con el corazón roto. De aquella época son sus más sonoros éxitos en literatura infantil, pues pocos hay de aquellas generaciones que no leyeran Los niños tontos, un libro ejemplar lleno de sensibilidad y a la vez de dureza. Ella seguía firma, agarrada a la literatura fieramente realista, no en vano es una de las más genuinas representantes del Realismo Social, un movimiento literario que era muy osado porque denunciaba entre líneas los desmanes sociales de una dictadura que amenazaba con no acabar.
De su primera etapa como novelista -hubo largos silencios en su narrativa digamos de adultos- destaco sin dudarlo su trilogía Los Mercaderes, compuesta por Primera memoria, Los soldados lloran de noche y La trampa. Hay muchas y buenas novelas en su bibliografía, y en 1996 nos dio una obra maestra, Olvidado Rey Gudú, que remacha una trayectoria impecable. Como le sucedió a Delibes con El Hereje, AMM, ya con muchos años, escribió una novela extraordinaria cuando ya no se esperaba de ella nada que superase la enorme altura de lo anterior. Su obra fue reconocida en muchos ámbitos, y es probablemente la mejor autora de literatura infantil y juvenil de nuestra lengua, siempre con una altísima calidad literaria y un espíritu aleccionador sin que se notara, pues eran los personajes y las situaciones la auténtica lección de vida que ella proponía.
z1ana-maria-matute4--644x362[1].jpgLos jurados del Príncipe de Asturias y del Cervantes han mirado para otro lado una y otra vez, y ahora por fin le han concedido el máximo galardón de las letras en castellano. lo cual es una enorme alegría a la vez que una sorpesa, muy grata, eso sí. La mujer, como ser humano tiene valores equiparables a los del hombre, pero hasta ahora se le habían negado. De eso ha escrito mucho AMM, y también hay que decir que esa eclosión de mujeres escritoras en la actualidad es el fruto de la lucha de muchos años de mujeres con talento como la que ahora recibe el Cervantes. En otros jurados fueron más justos y por eso AMM tiene en su poder galardones del prestigio del Nadal, el Planeta, el Café Gijón, el Fastenrath de la Real Academia, el de la Crítica, el Nacional de Literatura y el Nacional de la Letras Españolas. Tampoco se han olvidado de ella los jurados que premiaban su otra faceta, y por ello también está en posesión de los dos más prestigiosos, como el Lazarillo y el Nacional de Literatura Infantil y Juvenil.
Es verdad que hay otros escritores, como Juan Goytisolo, a los que se les resisten los dos grandes premios españoles, pero lo de AMM clamaba al cielo, aunque ella se lo tomaba con sentido del humor, porque es una mujer inteligente. Aunque siempre gozó del éxito literario y de un bien ganado prestigio, su vida personal no ha sido fácil, y su manera de entender el mundo, expresado en una larga obra literaria, es un testimonio que sirve de espejo a muchas mujeres, porque la lucha por la igualdad no viene de ahora, a la chita callando ha habido durante muchos años mujeres como AMM que han dado un ejemplo. A ver si en los próximos diez o veinte años le dan el Cervantes a mujeres, para equilibrar. Y las hay con ese nivel. ¿Qué se quedan hombres fundamentales sin el premio? Eso ha venido pasando durante treinta años con las mujeres y nadie ha dicho nada.

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Este trabajo se publicó el 25 de noviembre en la edición impresa de Canarias7.

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Un poeta que se burlaba con seriedad

Estoy seguro que para lo que se conoce como «el gran público», incluso para asiduos lectores, no será muy frecuentado en nombre de Carlos Edmundo de Ory (1923-2010), poeta español que acaba de morir a los 87 años en Francia. Sin embargo, es un poeta de culto, tal vez porque se marchó y no se le vio mucho por aquí. Fue uno de los grandes animadores de la poesía y de la cultura en general en la lúgubre posguerra española. Como José Cadalso, igual que Fernando Quiñones, paisano de Manuel de Falla, cercano a Rafael Alberti y Caballero Bonald en el Puerto de Santa María, Carlos Edmundo de Ory era un poeta del mar de Cádiz, de su bahía y de una ciudad que es más antigua que ninguna en Occidente y más moderna que nadie cuando hay que romper moldes.
zcarlos_edmundo_de_ory_med[1].jpgSer de Cádiz no es cualquier cosa, y el poeta recién fallecido lo llevaba a gala al tiempo que renegaba del clima inhóspito para la poesía que sufrió en su adolescencia. Por eso se marchó a Madrid y más tarde a otros mundos hasta recalar en la ciudad de Amiens, donde murió. Los años cuarenta en Madrid tampoco eran Jauja. La terrible posguerra que lo controlaba todo también trataba de controlar a los poetas, los pocos que quedaban escondidos y los nuevos que, a pesar de un tiempo tan gris, empezaban. Y es que la poesía es capaz de surgir aún en las condiciones más terribles.
Después de la guerra todo estaba mal visto por todos. Se entendía que cualquiera que se acercase a las vanguardias era rojo, y aquello que floreció en la II República estaba muerto, exiliado o escondido. Y es en ese Madrid en el que en 1945 Carlos Edmundo de Ory se une a otros y crea un movimiento que dieron en llamar Postismo, porque pretendía ser el último de todos los «ismos», una especie de burla múltiple al régimen, que podría entender que este movimiento también estaba contra las vanguardias republicanas, masónicas y comunistas, un burla para los stalinistas (que entonces también los había agazapados en España) que no soportaban el surrealismo, la abstracción y todo lo que no fuera el realismo socialista, una burla a los poetas aferrados a la tradición como García Nieto y su movimiento de la Juventud Creadora, y una burla, en fin de quienes de tanto tomarse con tanta solemnidad la poesía la habían matado.
z20101112_Ory_img[1].jpgEn 1947 se publica el Tercer Manifiesto del Postismo y se diluye, porque finalmente se comportaron como los surrealistas, aunque entroncaban mejor con los dadaístas. Se atrevieron hasta con el «cubismo literario» y el propio Ory definió al Postismo como una locura controlada, frente a la inercia mental que era el surrealismo. De todas formas, un movimiento tan corto en el tiempo y hoy un poco olvidado, fue la primera pólvora literaria que se quemó en aquel campo yermo, y no es ajena a este impulso un poeta canario de la categoría de Félix Casanova de Ayala, y hasta es muy posible que ese impulso tuviera algo que ver con un libro tan importante para la poesía canaria como Liverpool (1949), aunque es evidente que José María Millares nunca estuvo vinculado al Postismo, pero sí a la actitud de rebeldía frente a los que defendían cualquier ruptura, fueran los arcaizantes veladores del régimen, fueran los poetas sociales que no admitían lujos poéticos sin compromiso social.
Carlos Edmundo de Ory se convierte sin buscarlo en el depositario de herencias tan dispares como el futurismo, Gómez de la Serna, y humoristas y autores como Jardiel, Mihura y hasta Valle-Inclán. Ory echa sobre sus espaldas la potencia de unas creaciones en parte ya imposibles y crea su propia voz, que en palabras de Caballero Bonald era la más poderosa en poesía de los años cuarenta, y paraleliza a Ory con Rubén Darío cuando este era el faro de su generación.
A un hombre de su inquietud, España, la España de entonces, lo ahogaba, y por eso se fue a buscar mundo, anduvo aquí y allá y al final paró en la ciudad de Amiens, donde fue bibliotecario durante décadas. Tal vez ahora empiece a conocerse más su obra, que es importante, pero muy poco divulgada en nuestro país, aunque desde los años setenta existen magníficas antologías de su obra, que es poesía y filosofía en gran medida, porque a menudo sus versos son sentencias que pueden arrancar una sonrisa, una sorpresa o entrar en lo profundo, en unas composiciones que él llamaba aerolitos y que entroncan muy bien con las greguerías de Gómez de la Serna. Y los compone desde el simple juego («hago fuegos de palabras»), el humor más sencillo («pienso, luego vacas»), o la poesía más elaborada («ángeles, ángulos, angustia»).
Carlos Edmundo de Ory fue un autor que buscó su sitio y lo encontró lejos de su casa natural, como Vintila Horia, Antidio Cabal, Nabokov o Samuel Becket.
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(Este trabajo fue publicado el pasado miércoles en el suplemento Pleamar de la edición impresa del periódico Canarias7 de Las Palmas de Gran Canaria)