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La neurosis y la novela

La novela es una neurosis vanidosa y necesaria. Por lo tanto, los novelistas son neuróticos por definición, pero no hay que cuidarse de ellos, están bajo control; cuando sufren algún ataque, se les pasa en seguida si se les administra una dosis razonable de Chivas de 12 años. Eso sí, hay que andar siempre vigilantes por si el neurótico empeora, y se convierte en un obseso o, más grave aun, en un psicópata. zjjFoto0311.JPGEs entonces cuando confunde realidad con ficción, entra en la paranoia y ya es irrecuperable hasta para la literatura. Por lo tanto, creo que en Canarias, tal vez debido al clima, a la presión atmosférica o a la humedad relativa del aire, existe el peligro de que la normal neurosis literaria cruce la barrera de la obsesión y entre en el territorio de la psicopatía. Cuando a los narradores se les agudiza la enfermedad intentan ir más allá de la escritura, y empiezan a poner o quitar preposiciones entre «literatura» y «canaria». Este debate es tan inútil y eterno como la discusión sobre el sexo de los ángeles. Por lo tanto, y esto lo afirmo con la certeza de que no soy el primero en hacerlo, la literatura no tiene más patria que la lengua en que está escrita. Poner a cada uno en su sitio es siempre el mayor respeto que puede rendírsele a un escritor, a su obra y a la cultura de la que proviene. Tan grave como olvidar autores estimables es sobredimensionar a otros, que a menudo son una mera curiosidad. Y lo que importa a la cultura es la obra; el escritor es simplemente un ciudadano. A lo mejor resulta que los consagrados son realmente imprescindibles y los enterrados merecen estarlo, pero eso, como el Teorema de Pitágoras, tiene que ser demostrado, porque la ausencia de estudios rigurosos sepultan obras y autores de valía y crean fantasmas difíciles de espantar.

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Fuentes, un chamán de la novela en español

Con la muerte de Carlos Fuentes, no sólo desaparece un gigante de la novela en español, sino un ensayista que supo heredar a Alfonso Reyes y es con Monsiváis y Octavio Paz el más eficaz cirujano de México y uno de lo mejores de América Latina. La mayor parte de la gente que lee hoy a los autores españoles y latinamericanos no suele percatarse de la importancia que el Boom de los años sesenta tuvo para nuestra lengua y para la novela en general. Y uno de los artífices fue Carlos Fuentes. Por eso, la novela está hoy de luto, y América Latina ha perdido a uno de sus mayores valedores.
Cuando en los años sesenta la novela hispanoamericana dio un campanazo que se oyó más allá de nuestra lengua, ya se hablaba de que los tres mosqueteros de aquella generación literaria eran García Márquez, Cabrera Infante y Carlos Fuentes, pero en lugar de un D’Artagnan había dos, uno mayor que ellos, Julio Cortázar, y otro más joven, Vargas LLosa, aunque tampoco andaban lejos Lezama, Donoso y Rosa Bastos. Aquello fue un festival que había empezado con menos ruido en las décadas anteriores con Carpentier, Asturias, Uslar Pietri, Sábato, Onetti. Entre todos, pusieron sobre la mesa tres docenas de obras maestras que incomodaron a los novelistas españoles, pero aquello era un ciclón, en el que también empujaban Bioy Casares, Mujica Láinez, Rulfo, Gómez Valderrama, Otero Silva… Hasta la cuentística de Borges y Arreola tuvo que ver con todo aquello. Fue como el renacimiento de la novela en español, que había tenido su último siglo de oro en el realismo, con fogonazos puntuales lanzados por Valle-Inclán, Baroja y Cela. La actual narrativa española le debe mucho a estos autores, aunque muchos lo ignoren o ncluso lo nieguen.
zcarlos_fuentes.jpgCarlos Fuentes estuvo hace unos años en Las Palmas. Dio una conferencia que más bien parecía un monólogo teatral. Era un maestro de la palabra y sabía llevarse al auditorio a su terreno. Era un elegante seductor, un gentleman, y a la vez un aliado de la verdad. Su gran talento como creador y como observador de la realidad dio lugar a una obra narrativa y ensayística abrumadora, y no podemos olvidar su estrecha relación con el cine, no solo porque muchas de sus novelas fueron adaptadas a la pantalla, sino que trabajó el guión como si fuese un género literario. De sus muchos trabajos, me viene a la memoria la adaptación que realizó de Pedro Páramo, la singular novela de Rulfo. De unos años a esta parte, estos gigantes han ido desapareciendo. García Márquez sigue vivo (aunque anteayer en Twitter circuló el falso rumor de que había muerto); en cualquier caso, las noticias que nos llegan de él no son buenas. Y ahora se va Fuentes, la novela en español se va quedando sin sus chamanes. Nos encomendamos al que sigue en plenitud y que casualmente anda estos días por Las Palmas: Mario Vargas Llosa, que al irse diluyendo quintetos, póckers y triunviratos, queda como el único Pontífice de la novela en español. No es por eliminación, es que antes había muchos, un concilio pontifical y todos y cada uno de ellos eran Sumos Sacerdotes. Descanse en paz Carlos Fuentes.

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NOTA ADICIONAL: Ayer se lamentaba el presidente mexicano de que Carlos Fuentes hubiera muerto sin el Premio Nobel. Tenía categoría y obra más que sobrada para ello, pero es que en este ramillete de narradores podría haber recaído un docena de Nobel, porque son a cual más grande (se me quedó en el tintero Alvaro Mutis). El Nobel es una lotería entre merecedores al galardón, pero no es poco que haya en estas dos generaciones narrativas nada menos que DIEZ Cervantes y TRES Nobel. La cifra crece con los poetas (Paz, Parra, Gelman) lo que da idea de la potencia del español en América. Los que no lo alcanzaron, como Borges, Cortázar, Onetti o el propio Fuentes, serán dentro de un siglo igual de grandes que los premiados, el premio es solo una circunstancia social.

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De epopeyas y compromisos

(NOTA INICIAL: Pido disculpas porque este post se ha quedado más largo de lo habitual, pero era necesario ese espacio para decir lo que quería. Pensé partirlo en dos, pero entonces cada parte quedaría coja)
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El compromiso del escritor es un debate que no tiene final, porque a menudo lo que no se ve es más combativo que un argumento sobre oprimidos y opresores. Algo tan aparentemente inocuo como la ciencia-ficción puede ser un texto muy comprometido, y ejemplos claros son Un mundo feliz de Huxley, 1984 de Orwell o Farenheit 451 y Crónicas marcianas de Ray Bradbury. Por otra parte, poca consistencia tendrían El Señor Presidente o Doctor Zhivago, si Miguel Angel Asturias o Boris Pasternak hubieran sido malos narradores, pues el peso no lo da la historia que se cuenta, sino cómo se cuenta. Y ese Quijote tan comentado y tan poco y mal leído es un texto con una gran carga social. Pero lo básico es que son buenos textos literarios, y a partir de ahí podemos empezar a hablar, porque un libro siempre ha de tratar de algo, contar algo, ya sea una epopeya como Guerra y paz o un asunto nimio como buena parte de los libros de Antonio Tabucci.
zzepopeya1.JPGHay escritores a quienes les cuelgan el sambenito de combativos, militantes o sociales. Pedro Lezcano, por ejemplo, se negaba a aceptar que él fuese un poeta social, que es como quedará en la historia, aunque tal vez él no tuviera razón, porque sí que escribió poemas con claro contenido social, y también otros que no aceptarían esta etiqueta. Hay escritores que proclaman su compromiso con la literatura sin adjetivos, y luego está la escala de los prestigios. Hay autores que son tenidos por la quintaesencia de la literatura, y casi siempre son minoritarios. Los hay buenos, pero otros son un suplicio, pero queda mal decir que Fulano tiene cosas interesantes y otras que no las entiende ni él, o que Zutano, precursor y maestro de narradores, era un verdadero martirio que no llevaba a ninguna parte. Hay quien nos deportaría a Siberia si dijéramos que se nos atraganta Juan Benet, aunque hayamos escuchado de sus labios que no entendía cómo había gente que era capaz de leer sus novelas, cuando él se aburría mortalmente mientras las escribía. Julio Verne, del que se cumple el centenario de su muerte, fue tenido en su tiempo por un escritor menor, popular y dedicado al mero entretenimiento, lo mismo que Galdós, denostado por los exquisitos de la Generación del 27 y hasta por Valle-Inclán. A ver quién se los salta cien años después. Cuando un escritor vende muchos libros recae sobre él la desconfianza literaria. Javier Cercas fue el hallazgo de hace unos años, como anteriormente le ocurrió a Rivas o a Landero. Ahora venden mucho y empiezan a ser sospechosos. Roberto Bolaño y Dulce Chacón escapan porque están muertos y eso los mitifica.
zzepopeya2.JPGCon los escritores ocurre que a veces se proclaman nombres y libros como dogmas de fe, y así permanecen en el tiempo. Se marca a fuego una especie de listado y ese no se mueve, aunque a escondidas te reconozcan que tal poeta es un mero hacedor de ripios o que tal novelista es infumable. Pero ahí están, con sus nombres relucientes, e incluso con calles y plazas a su nombre. En el listado de los buenos autores canarios faltan tantos nombres como sobran usurpadores de una gloria inmerecida. Se me preguntará en este punto por esos poetas y novelistas que sobran o faltan. Mi función es decirlo, pero establecerlo es misión de la crítica universitaria, que debe ir un poco más allá del relato de la vida y el listado de las obras. Digo yo que para algo pagamos dos universidades, donde curiosamente la Literatura Canaria es una asignatura optativa. Así pasamos por encima de autores y libros importantes, mientras seguimos repitiendo elogios dedicados a otros muy inferiores.
Y esto entronca con el compromiso, pero no del escritor, sino de las sociedades con su propia historia. Sólo creo en la literatura comprometida, y ese es un concepto muy amplio, porque un texto literario, sea del género que sea, cumple siempre una función. Eso sí, debe ser honesto y estar bien escrito. El mercado de los prestigios bebe en el vaso largo de la ignorancia y la vanidad de la política y el dinero, que se deslumbran cuando alguien les ofrece pasar a la historia como mecenas de quien con toneladas de hexámetros dactílicos pretende eclipsar a Homero y a Virgilio proponiendo la epopeya imposible de una sociedad maniatada y asustadiza.