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La escritura y la muerte

Dicen que los motores de la escritura son el amor y la muerte, aunque sobre esto hay perspectivas muy diversas, pues Confucio decía que no nos es posible conocer la muerte si apenas conocemos la vida, mientras que Marlenne Dietricht afirmaba que hay que temerle a la vida, no a la muerte. El caso es que la muerte de alguien querido o muy admirado ha sido un estímulo que ha dado lugar a muchos de los mejores poemas de nuestra lengua. El género elegíaco se coloca en la cima de nuestra poesía solo con mencionar la triple corona de las Coplas por la muerte de su padre, Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías y Elegía a Ramón Sijé. Y hay muchas más, obra de grandes poetas como Octavio Paz, Agustín Millares, Rafael Alberti… En otras lenguas no se quedan atrás, y no me resisto a mencionar Funeral Blues del poeta inglés W. H. Auden. Hay también un cierto género elegíaco en prosa; dos ejemplos señeros son Una muerte muy dulce, de Simone de Beauvoir, y Mortal y Rosa, de Francisco Umbral, en los que la muerte de la madre o del hijo desencadenan profundas reflexiones sobre la volatilidad de la vida, el valor de la memoria o la inexorabilidad de la muerte.
zztumulo.JPGLuego está el género periodístico de las necrológicas, que tienen el nivel de quienes escriben o la implicación de cada cual con quien acaba de fallecer. Hay autores que detestan sinceramente las necrológicas, aunque cuando mueren figuras de cierta relevancia alguien tiene que comentar su perfil en los medios. Por esta razón, he tenido que escribir docenas de necrológicas cuando desaparece alguna figura importante de la cultura, y la verdad es que son los artículos más difíciles, porque si te afecta personalmente casi no puedes escribir, y si no te afecta tienes que esforzarte en mantener una distancia respetuosa que valore lo positivo del personaje. El poeta teldense Fernando González pedía cinco minutos de vida al día siguiente de su muerte para ver qué había escrito sobre él Juan Rodríguez Doreste, cuyas necrológicas eran muy seguidas en la prensa local; eso sí, sin llegar a la obsesiva costumbre que tenía Cervantes de escribir elegías sin parar (entonces no había prensa), generalmente de un nivel literario a años-luz por debajo de su Quijote, a los muertos ilustres aunque no fueran recientes. Era como un vicio (nadie es perfecto), aunque no es desdeñable su famoso soneto con estrambote al túmulo que levantaron a Felipe II en Sevilla, y cuyo final se utiliza repetidamente como muletilla, y la mayor parte de las veces sin saber que son versos cervantinos:

«…Y luego, incontinente,
caló el chapeo, requirió la espada
miró al soslayo, fuese y no hubo nada».

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Alexis Ravelo, de pequinés a mastín

La gente de bien que escribe en Canarias está contenta porque a Alexis Ravelo le han vuelto a dar un premio literario. Pero no uno cualquiera, no. Le han dado el Dasiell Hammett, el máximo galardón en novela negra que puede alcanzarse en nuestra lengua. Y como uno sabe las cabras que guarda, voy a poner la venda antes de la herida, porque ya sabemos que los reptiles caminan con la barriga, y siempre encuentran razones para quitar valor a lo de los otros. Si a uno de los nuestros le otorgan el Premio de Getafe 2013 siempre hay quien diga que, bueno, quizás el nivel no era muy alto, que si el jurado era de circunstancias, que si la abuela fuma… Pero, vale, está bien, lo aceptamos y aplaudimos para que no se diga. Luego va el mismo tipo y gana el Premio a la mejor novela negra 2013 que otorga La Asociación de Amigos de la Literatura Policiaca NOVELPOL. Bueno, bueno, este Alexis… Y el remache es que llegue a la Semana Negra de Gijón y obtenga el premio Dasiell Hammett. ¡Uf! Esto empieza a no ser asumible, aquí hay gato encerrado.
zzzpequinés.JPGPues no, lo que hay es un pequinés suelto que va creciendo y se está convirtiendo en un mastín, un perrazo que se ve desde muy lejos. Y para que los reptiles tengan razón hay tres opciones, a cual más improbable: la primera sería que quienes toman la decisión de los tres premios sean tontos de capirote uno por uno, y que se vayan equivocando en cadena; la segunda opción es que esa misma gente sea muy lista y se hayan confabulado para destruir la novela negra; la tercera posibilidad es la más evidente: Alexis Ravelo, dueño de una inmensa fortuna, ha comprado a los jurados de Getafe y Gijón y se ha dejado una pasta indecente en el NOVELPOL, porque ahí son muchos los que votan.
Y si digo esto es porque cuando suena mucho fuera uno de los nuestros siempre aparecen los mismos tratando de quitar valor para que nadie se eleve de la mediocridad en que sobreviven. Y lo que digo para Alexis vale también para otras voces literarias canarias que desde hace tiempo son reconocidas y escuchadas más allá de las Puntas de La isleta y de Anaga.

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Un voz imprescindible, una voz de mujer

Ana María Matute pertenece a esa generación de posguerra que escribía en una España yerma, en la que las mujeres eran tratadas como criadas de los hombres. La espita la abrió Carmen Laforet y detrás de ella siguieron la escritora que acaba de dejarnos o la grandísima Martín Gaite. Curiosamente, las tres fueron objeto claro de ese machismo reinante, con separaciones matrimoniales muy duras y abusivas, pues a AMM ni siquiera le dejaban ver a su hijo, ya que la tutela era de su exmarido. Tal vez por eso, en los años cincuenta y sesenta escribió muchos relatos para niños, que siempre iban dedicados a su hijo. La rebeldía que documentan sus novelas eran el santo y seña de la escritora, pero como mujer estaba con el corazón roto. De aquella época son sus más sonoros éxitos en literatura infantil, pues pocos hay de aquellas generaciones que no leyeran Los niños tontos, un libro ejemplar lleno de sensibilidad y a la vez de dureza. Ella seguía firme, agarrada a la literatura fieramente realista, no en vano es una de las más genuinas representantes del Realismo Social, un movimiento literario que era muy osado porque denunciaba entre líneas los desmanes de una dictadura que amenazaba con no acabar.
zzzz9999999.JPGDe su primera etapa como novelista, en la que hubo largos silencios en su narrativa digamos de adultos, destaco sin dudarlo su trilogía Los Mercaderes, compuesta por Primera memoria, Los soldados lloran de noche y La trampa. Hay muchas y buenas novelas en su bibliografía, y en 1996 nos dio una obra maestra, Olvidado Rey Gudú, que remacha una trayectoria impecable. Como le sucedió a Delibes con El Hereje, AMM, ya con muchos años, escribió una novela extraordinaria cuando ya no se esperaba de ella nada que superase la enorme altura de lo anterior. Su obra fue reconocida en muchos ámbitos, y es probablemente la mejor autora de literatura infantil y juvenil de nuestra lengua, siempre con una altísima calidad literaria y un espíritu aleccionador sin que se notara, pues eran los personajes y las situaciones la auténtica lección de vida que ella proponía.
Obtuvo muchos de los más prestigiosos galardones, pero los jurados de los grandes premio han mirado para otro lado una y otra vez, aunque en 2010, por fin le concedieron el Cervantes, máximo galardón de las letras en castellano, que a mi parecer llegó muy tarde. La mujer, como ser humano tiene valores equiparables a los del hombre, pero hasta ahora se le habían negado. De eso ha escrito mucho AMM, y también hay que decir que esa eclosión de mujeres escritoras en la actualidad es el fruto de la lucha de muchos años de mujeres con talento y determinación como ella. Con la muerte de Ana María Matute se pierde una de las grandes voces de nuestra lengua, pero con su falta las mujeres pierden más.
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(Este trabajo fue publicado en la edición impresa de Canarias7 el día 26 de junio).