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Las imposibles «Lolitas» de hoy

Aunque con sordina, no ha pasado desapercibido el 60 aniversario de la publicación de la novela de Vladímir Nabokov Lolita, y entre lo poco que he visto me ha llamado la atención que el filósofo Manuel Cruz se pregunte si hoy se podría publicar una novela así. Para mí, las respuesta es tajante: NO. Y es posible que se publicara pero a quien la firmara lo harían pedacitos para toda la eternidad por inmoral. En realidad estamos como estábamos, solo que ahora todo se reviste de una pátina de hipocresía. Pensamos que los grados de libertad conseguidos van parejos con las fechas del calendario. Al contrario, contando con los poderes establecidos (hubo casi siempre censuras políticas y religiosas por parte de los organismos competentes), vieron la luz muchas obras que hoy generarían un escándalo tan terrible por políticamente incorrectas que posiblemente ninguna editorial osaría publicarlas, y quienes las firmaran serían perseguidos hasta las Puertas de Tannhäuser y más allá. Continuar leyendo «Las imposibles «Lolitas» de hoy»

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Contar una historia, nada más (y nada menos)

Federico J. Silva acaba de publicar Las calmas aparentes, una novela que despacho apresuradamente con el calificativo de magnífica. Sigo en la urgencia para acabar, y digo que es literariamente muy sólida y de argumento muy atractivo, con lo que lo que no corro riesgo alguno con la recomendación de su lectura; no decepcionará a ningún tipo de lector porque cada palabra está escogida para que surta efectos distintos y siempre positivos. Y ya está, no tengo nada más que decir al respecto. Bueno, sí: no dejen de leerla.
He acelerado los dispendios usuales porque esta novela es como el vértice de la pirámide de un debate que viene desde muy lejos, desde el mismísimo origen de la novela moderna, ya saben, aquello que venía de los cantares de gesta y pasó por aventuras caballerescas castellanas, poemas épicos portugueses y «decamerones» italianos hasta subirse al Rocinante cervantino que sigue cabalgando siempre buscando rutas nuevas por esa Mancha sin fin que es la novela, cuya liquidación se viene anunciando en los últimos cuatro siglos y que no parece que, de momento, vaya a producirse.
imagen federico silva.JPGAunque yo mismo he dicho que detrás de una buena novela siempre debe haber un poeta aunque nunca haya escrito un verso con intención, lo cierto es que los propios escritores, la crítica y los lectores siempre han establecido una frontera entre novela y poesía, lo que sucede es que nunca ha habido acuerdo en el lugar donde trazar la línea. Se han ido acuñando sentencias que se aceptan por inercia, pero también se discuten sin tregua. Una de ellas es que los poetas son los mejores prosistas, con lo cual Ortega condenó a Gabriel Miró a ser un novelista de 2ª división, porque lo suyo era la prosa y la narrativa era asunto de Baroja. Otra es que en el siglo XX la gran novela es norteamericana, hecho que no es verdad; cierto es que hay figuras renombradas como Faulkner, Chandler, Kerouac, Capote, Harper Lee y una larga lista que llega a nuestro días con nombres rutilantes y que, en efecto, son grandes novelistas, pero también es cierto que el aparato publicitario es incomparable, y una manera de cimentar la hegemonía norteamericana. También hay en Europa, en Asia, en América del Sur y en África gigantes narrativos contemporáneos; los nombres y las obras están ahí, pero parece que no iluminan hasta que los bendice el New York Times.
¿Y qué pinta la novela de Federico J. Silva en todo esto? Conozco a Federico hace 25 años y nuestra relación ha sido un Guadiana, eso sí de aguas muy limpias, y desconozco sus planteamientos narrativos desde su posición de ser uno de nuestros más consolidados poetas, si fueron instintivos o deliberados. Pocas veces han tenido fortuna los novelistas reconocidos que han publicado poesía (Vázquez Montalbán, Julio Cortázar, Paul Auster…) Esos poemas se tienen como curiosidades, y muchos autores casi esconden un poemario de primera juventud como un pecado iniciático antes de la novela. Por el contrario, los poetas que se han adentrado en la novela han tenido mejor acogida, y a veces es una sola novela en medio de una larga obra poética (Pasternak es el paradigma, aunque la lista es larga).
imagen federico silva1.JPGCarlos Marzal en su artículo del volumen colectivo Los escritores y el lenguaje afirma que los poetas, cuando escriben novelas, acostumbran a actuar como si fueran Dios. Esa es otra sentencia falsa, todo novelista actúa como un dios, es la premisa imprescindible de todo creador. Lo que sí es cierto es que, mientras que algunos eligieron establecer lazos lingüísticos o estructurales entre su poesía y su narrativa, otros prefirieron evitar todo diálogo entre ambas prácticas. El Buscón no parece escrito por el poeta Quevedo, ni Doctor Zhivago por el poeta Pasternak, porque ellos enfocaron la narrativa con un estilo distinto al que usaban en poesía. Por el contrario, hay una continuidad entre el Cortázar poeta y el autor de Rayuela. No sé si fue una elección o un instinto. Yo me inclino por la primera opción, porque si bien toda buena novela ha de ser escrita desde la poesía (etimológicamente creación), no es lo mismo mirada que estilo poético. En mi opinión, cuando se pretende narrar con estilo poético casi siempre se transita la tierra de nadie y, salvo excepciones muy raras, acaba por no ser poesía ni narrativa.
Federico J. Silva se instala entre los que separan estilos, aunque gráficamente pudiera parecer lo contrario. Las calmas aparentes tiene apenas 90 páginas, está dividida en 59 capítulos, y alguno de ellos no llega a completar la página. Al hojearla, pensaríamos que es una serie de prosas poéticas. Pero no; se trata de una novela muy narrativa, casi diría que rabiosamente narrativa, que en cada expresión parece exigirnos que atendamos, que se están contando cosas importantes. Nada que ver con el bien marcado lenguaje poético de Federico J. Silva. Esta novela es en ocasiones brutal y salvaje, y esa concepción de puzzle proviene de la narrativa y solo de la narrativa. De modo que no acudamos a Las calmas aparentes como si fuese la curiosidad de una novela de poeta. Es una novela distinta dentro del abanico de géneros y perspectivas, pero distinta en su narratividad, muy alejada y opuesta a la concepción de un lenguaje poético. Ni siquiera hablo de experimentalismo, ya que opino como Eugenio D’Ors, «los experimentos con gaseosa», y esto es literatura bien hecha. Estamos por lo tanto en ese vértice del que hablaba: la conjunción de mucha literatura para contar una buena historia. Y es que una buena novela es eso, nada más (y nada menos).

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Mirarse al espejo de la poesía

La primavera que acabamos de dejar atrás fue prolífica en ediciones canarias, y se me han ido acumulando en el escritorio sin que haya podido dar cuenta de ellas porque no se puede opinar «de solapilla» sobre un libro que a quien lo escribió le ha costado mucho tiempo y esfuerzo. La poesía llega de la mano de tres mujeres de generaciones y temáticas distintas, y es un género que ocupa aparentemente poco tiempo en la lectura; eso es engañoso, porque, al menos yo, soy incapaz de leer un libro de poemas de corrido, uno detrás de otro, porque si la buena poesía es esencialidad, su instalación mental lleva un tiempo de reflexión, y uso el término adrede porque es un juego de espejos entre la palabra escrita y los registros que ya poseemos, que se enfrentan, multiplican y a veces hasta se anulan.
tres libros.JPGEl primer volumen es Himno a la vida, un poemario en el que Rosario Valcárcel bucea su propia memoria para ir estableciendo una especie de escalera vital, cuyos peldaños quedan suspendidos en el aire como una sugerencia para que el lector mire en ese espejo los momentos paralelos al poemario, en el que hay guiños a otros poetas, a la visión de la transcendencia y a la situación de la mujer en este convulso planeta en este tiempo. Es un viaje en zig-zag por la realidad y la ensoñación, por el recuerdo y los deseos, por todo aquello que nos hace humanos.
Evelyn de Lezcano entrega un nuevo poemario, Vertientes, en el que se desvincula de la escritura-homenaje a Panero que hizo en su anterior libro. Ahora es ella, sin ecos, con su voz primigenia, y con el punto central que en algún momento suelen tocar los poetas insulares. El mar que es cárcel y a la vez camino, la isla como refugio y metáfora de un mundo cerrado en sí mismo, y como espejo -otra vez- de la propia existencia, contradiciendo la idea de John Donne. Para Evelyn, es necesario «insularizar» cada persona para llegar a su esencia. No somos islas precisamente porque está el mar que nos une a todas las tierras del mundo. En esa contradicción, la poeta maneja sentimientos, que son como remos en ese mar, y a veces como tormentas que anuncian naufragios. Es muy importante el salto cualitativo que Evelyn de Lezcano experimenta en este libro.
La tercera mujer, la más joven, es Alba Sabina Pérez, que desde sus primeros libros nos ha hecho girar la mirada hacia su escritura. Esta vez es un poemario con un título muy curioso, Ya nadie lee a Penti Saaritsa, que parece un guiño al innovador poeta finlandés, pero que finalmente es un recurso literario para que la poeta dialogue -se mire en el espejo- con su propia poesía. Es este un libro muy arriesgado, tanto para la autora como para el editor, pero conociendo la sabiduría poética de Nicolás Melini, responsable de la edición, puedes lanzarte sin miedo. Acierta la poeta con su valentía de exploradora insomne y acierta el editor porque estamos ante un magnífico poemario, en el que se huele que estamos ante una escitora joven que ya es realidad y que anuncia entre líneas un gran recorrido futuro.
Ya he descargado un poco el escritorio, aunque hay más poesía y también narrativa, que acometo sin pausa aunque con calma, que hace mucho calor; seguramente volveré sobre los poemas de estos libros ya leídos, porque hay que seguir mirándose al espejo, como el que se peina cada día.