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Juan Marichal, un intelectual honesto

Con Juan Marichal desaparece uno de los intelectuales todoterreno más importantes del panorama cultural de nuestra lengua. Es uno de los últimos componentes de la diáspora obligada que fue causada por la guerra civil, que a él lo cogió siendo casi un niño, huyendo de Madrid a París, y de allí a Casablanca, como en la película pero sin Ingrid Bergman, y con destino final provisional en el México que acogía con los brazos abiertos a los rebotados de aquella tragedia que aún sigue en la memoria de todos. A Juan Marichal, tinerfeño de nacimiento, español por pasaporte y terrícola por definición, las circunstancias (la guerra siempre es una circunstancia) le llevaron a empezar el bachillerato español en Valencia y terminar el francés en Casablanca, después de haber pasado por aulas de Barcelona y París.
Todo esto, unido a sus estudios en la universidad en México y el Doctorado en Estados Unidos, le abren la mente a cualquiera, y más si se proviene de una familia y un ambiente ya de por sí tolerantes. Hablaba con modestia, y en las conversaciones se interrumpía a menudo con coletillas como «esto es muy largo y farragoso para contarlo», «pero esto no le interesará a usted» o «ya le he quitado mucho tiempo». Profesor en Harvard, cuidadoso investigador y brillante ensayista, es autor de uno de los trabajos más concienzudos sobre Manuel Azaña, último Presidente efectivo de la II República española.
zJuan Mrichal.jpgComo él mismo contaba, ingresó en la universidad mexicana en el 42. Se dio cuenta de que quería ser docente, y en México iba a ser imposible por los sueldos que allí se pagaban. Su maestro, el intelectual mexicano Edmundo Gordman, le dijo que si quería ser profesor de verdad tenía que irse a los Estados Unidos, porque Gordman ejercía la docencia porque era rico y no necesitaba el sueldo. Marichal consiguió una beca para ir a Princeton a estudiar con Américo Castro, y allí se doctoró. Siempre decía en broma, para confundir a los que le escuchaban, que nunca había sido castrista, porque don Américo tenía tesis muy brillantes sobre la historia española, pero que con el tiempo Marichal rebatió, aunque siempre tuvo a gala decir que Don Américo Castro había sido el maestro más importante de su vida.
Decía que en España falta esa tradición francesa del historiador-escritor, pues los historiadores franceses son grandes escritores, y aseguraba que la obligación de un escritor es escribir lo mejor posible, en el sentido de comunicar, sin hermetismos. Fue un gran conocedor de la obra de Pedro Salinas, de la que ha sido sin duda su mejor editor, y aprendió de él. Decía que Salinas, que también estuvo en Francia de joven, tenía esa idea de la comunicación, y esa obsesión también se la adjudicaba a su época de estudiante del bachillerato francés. Aseveraba que aquí lo historiadores no escriben bien, lo hacen para ellos y se asombraba al ver cómo daban muchas cosas por sabidas y el lector se perdía.
Cuando se le comentaba el federalismo, él se explayaba. Decía que la palabra federal sonaba a izquierdas desde la I República, y evocaba al último diputado federalista, el grancanario José Franchy Roca. Según él, en Canarias había una tradición bastante inteligente de que no había que buscar independencia porque ahí estaban los ingleses que se comerían a Las Islas; en cambio, mantener con el Estado español una relación de tipo federal era a la vez tener autonomía y protección, que es lo que estuvo a punto de pasar en Cuba, pensando que Estados Unidos se podía comer la isla.
Con Juan Marichal desaparece un sabio, un hombre bueno que miraba a España con doble visión, la suya como español y la de un intelectual curtido en la investigación exigente de una gran universidad americana, Harvard, el vértice del conocimiento de una sociedad que por su potencial económico se nutre de los mejores. Su visión del mundo y de la estructura del Estado español debería ser tenida en cuenta, pero no nos hagamos ilusiones, porque estamos en manos de políticos, no de pensadores. Y Juan Marichal fue siempre un pensador abierto y riguroso. Descanse en paz.
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Este trabajo fue publicado en la edición impresa de Canarias7 el día 10 de agosto.

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Las calles

zz-calles.JPGLas ciudades cambian su nombre cuando cambia la lengua (Zaragoza: César Augusta; Compostela: Campus Stellae o Campo de la Estrella), y ya empieza a olvidarse por qué Schamman, La Paterna, Escaleritas, Arenales o Miller se llaman así. Se pone a una calle el nombre de una persona ilustre para homenajearla, pero luego nadie sabe quién fue. ¿Saben siquiera la mayoría de los carteros o los vecinos de esas calles quiénes eran, por ejemplo, Cayetana Manrique o García Tello, que la calle Pérez Galdós no se refiriera antes al novelista, sino a su hermano militar, o que las calles de Schamman son personajes o títulos de Galdós? ¿Por qué Juan de Quesada es El Toril, Bravo Murillo el Camino Nuevo y la Plaza de la Feria es en realidad del Ingeniero León y Castillo? Salvo José Barrera Artiles, ¿quién demonios sabe quiénes eran y a qué dedicaban su tiempo libre el Lectoral Feo Ramos, el Sargento Llagas, Travieso, Carvajal, Perdomo y Cebrián? Para eso, como en Nueva York, calles numeradas, y encima no te pierdes.

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Cerrado por vacaciones

zz-cerrada verano.JPGDurante el mes de agosto todo se va ralentizando, y disminuyen los servicios públicos y privados, se aletarga la producción, y como la mayoría de la gente está de vacaciones, es un calvario cualquier gestión, porque trabajan poquitos para atender a una muchedumbre. A España en agosto le cuelgan el cartel de «cerrada por vacaciones». Así, no hay manera de encontrar un servicio a la altura de la normalidad, por poner sólo tres ejemplos, puesto que ocurre con todo. Hasta los gobiernos se van de vacaciones. La disculpa del buen tiempo no vale, porque hay al menos cuatro meses, de junio a septiembre, con buen sol y excelentes temperaturas. Si las vacaciones se organizaran de una manera racional, el país seguiría funcionando, no habría aglomeraciones, la gente siempre tendría un buen servicio y los establecimientos hoteleros tendrían buena ocupación en mayo y septiembre. Y con los fines de semana y los puentes también habría que hacer algo en un país serio.