Las Canteras
Cuando yo era un adolescente, Gironella, que no es un escritor que me entusiasme, dijo en una entrevista que el que cree que su tierra es la mejor del mundo es un ignorante, y el que piensa que es la peor es un cretino. Aquella frase se me quedó grabada y me viene a la memoria cada vez que alguien empieza a descalificar o a elevar sin mesura lo propio. Hoy he estado en la Avenida de Las Canteras y es una gozada. Cada vez que hablo de nuestra playa, acabo encontrando a alguien que la pone como número uno del mundo, o bien la reduce a mero arenal y recita de memoria las más famosas playas del planeta: Waikiki, Ipanema, La Concha… Y es una tontería tanto lo uno como lo otro. En el mundo hay parajes marítimos muy hermosos, y seguramente la belleza con que alguien los recuerda es también directamente proporcional al momento que vivió, a la persona que iba a su lado o a la memoria lejana que tiende a mitificar o difuminar los recuerdos y lo imaginado. Los que sí está claro es que Las Canteras es un lugar magnífico, y comparar nuestra playa con la de Copacabana o con las calas mediterráneas de las islas griegas es una memez. Es como cuando se comparan las fiestas de los distintos lugares. Si en una humilde romería vives un bello encuentro será para tí más fastuosa que el Carnaval de Venecia, y si en los Sanfermines te haces un esguince de tobillo será la fiesta más cochambrosa. En esa playa me ha ocurrido mucho de lo primero y nada de lo segundo; por lo tanto, recomiendo Las Canteras porque es un lugar de encuentros ideal.
un respingo, y cuando llega a mis oídos alguna de sus «profundas» frases me pregunto si el mundo se ha vuelto imbécil. Han tenido una hija, y en el colmo del exhibicionismo estúpido le han impuesto el nombre de Harper Seven, aludiendo a la tradición inglesa del nombre Harper y a distintas coincidencias en el siete, desde la hora de su nacimiento al número de la camiseta del padre en los campos de fútbol. La más hilarante es la relación espiritual que tiene el número siete, y lo dice una pareja que factura millones y millones de dólares no sé muy bien por qué. La espiritualidad del dinero es evidente. Es que, según mi prima Alfonsina, por aquí ponemos nombres a la buena de Dios, y eso hace que no conectemos con lo cósmico (mira por dónde la cosa viene por ahí). Según esta parienta que sabía todo de la familia, el nombre tradicional que casi por designio me correspondía era el de Alfonso, que por lo visto significa «combatiente», como mi tatarabuelo Alfonso que murió en la Guerra de Cuba o mi tío-abuelo del mismo nombre que desertó en la Guerra Civil (este entendió el nombre al revés), y que también era el de la notaria familiar. Resulta que mis padres -ambos- nacieron un día trece y se casaron también un trece, el nombre compuesto que se proponía para mí (y que al final es el que consta en el registro civil) tiene trece letras, la misma suma que las de mis dos apellidos. Es decir mi número cósmico debía ser el trece, por lo que mi nombre estelar tendría que haber sido Alfonso Trece. ¿Qué les parece? Por eso, al leer la noticia sobre el nombre y las razones del nombre de la hija de los Beckam me he acordado de mi lejana prima Alfonsina. Seguramente tenía razón, porque ese nombre -Harper Seven- que tanto lugar está ocupando en los medios, a mí me importa trece pares de Alfonsos (no estoy seguro, pero creo que no se llaman Alfonsos, seguro que me acordaré)