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Los fastos de Johanesburgo

zzz5555Foto0225.JPGLa despedida que los más altos dirigentes del mundo han dado a Mandela en «el mismo estadio en el que España ganó el Mundial de Fútbol 2010» (Rajoy dixit, qué torpeza) me ha hecho entrar en un océano de confusión. Lo único cierto, real y sincero es el pueblo sudafricano que celebra agradecido la vida Mandela, no llora su muerte, agradece haberlo tenido. Lo demás se me escapa. No se explica ese desfile de mandatarios, que llegan a Johanesburgo a decir una bellas palabras que incumplen, o simplemente a hacer de extras de lujo en un magno programa de televisión. Si los gobernantes que se dieron cita en ese acto quisieran, el mundo cambiaría en cinco minutos, casi como por arte de magia, chasqueando los dedos. Tienen en sus manos el poder para detener guerras, evitar hambrunas, cambiar la opresión por libertad. Y lo único que hacen es gastarse un dineral a cuenta de sus presupuestos nacionales para ir a Sudáfrica y hacerse una foto, como la que se hacían con el móvil un exultante Obama junto a la primera ministra de Dinamarca (parecían dos adolescentes en una fiesta). Me pregunto cuánto habrá costado al mundo la presencia de tantos mandatarios, tantas estrellas del espectáculo, tantos personajes que fueron y ya no son (Clinton, Sarkozy, Kofi Annan…) Muchos millones, para luego regresar y olvidarse de sus palabras en aquel estadio y hasta de que Mandela alguna vez haya existido. ¿Estaría de acuerdo Mandela con unos fastos así alrededor de su cadáver aun caliente?

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Dios nos odia, si no no se explica

zwer67.JPGLa muerte de Mandela nos recuerda cómo hay naciones que son capaces de aprovechar hasta la más remota oportunidad, y como dice el poema Invictus, «no importa lo estrecho que sea el camino». España es especialista en perder oportunidades. Perdió una después de expulsar a Napoleón, para convertirse en un adalid liberal (Fernando VII la jodió); otra en la revolución de 1968 y la I República, cuando cada cantón y hasta cada ciudad quiso ser independiente (Viva Cartagena); otra más hacia la mitad de la II República, cuando los extremismos y los poderes reaccionarios (Iglesia y poder económico) abocaron a este país hacia una guerra civil; aún así, tuvo otra oportunidad al filo de1950, cuando al amparo de la ONU pudo convertirse en una democracia y subirse al carro del Plan Marshall, pero el deseo de poder y venganza de Franco y los suyos lo impidieron; La Transición fue la quinta oportunidad en menos de dos siglos, pero el miedo y los poderes ocultos manipularon la realidad con medias verdades y olvidos clamorosos. Y es que, es verdad, Dios, que tanto está en la boca de los nacionalcatólicos, nunca ha querido darnos un Mandela. Cada día estoy más convencido de que, si Dios existe, nos odia. No hay otra explicación.

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Menos condolencias y más Mandela

Vergüenza ajena da escuchar a los prebostes españoles de la política lanzando sus mensajes de condolencia por el fallecimiento de Nelson Mandela, aparte de que los titulares de algunos medios resultan patéticos por la banalidad con que tratan un hecho así. El gran hombre sudafricano fue un espejo en el que cualquier sociedad diversa debería mirarse. Sudáfrica no es solo un país de negros y blancos; dentro de cada una de esas colectividades hay mucha diversidad, zzbFoto0774.JPGblancos de ascendencia británica u holandesa con religiones distintas, negros de al menos once etnias catalogadas con sus costumbres, su lenguas, sus credos y su memoria, además de los que se han cristianizado. Estamos ante un puzle de encaje muy complicado, y Mandela consiguió armarlo desde el liderazgo de la concordia. Escuchas a nuestros políticos hablar de Mandela y te dan ganas de vomitar, porque ese mensaje que dicen admirar lo pisotean cada día, haciendo políticas partidistas, territoriales, sectaristas y de toda laya, encaminadas siempre a desunir y a escarbar en el rencor, incluso con mentiras. Como arquetipo, son la antítesis de Mandela. De manera que lo mejor que pueden hacer es no decir una sola palabra sobre el líder africano y dedicarse a imitarlo. En este país hay demasiado rencor acumulado, pero con ser muy diverso no tiene ni de lejos la complicación de la Sudáfrica que Mandela sacó del fango del odio. No predico el olvido, digo que hay que tratar de entender al otro y mirar hacia adelante, enterrar a TODOS los muertos con la dignidad que merece cada ser humano y construir puentes hacia el futuro. Si así fuera sí creería en las palabras hipócritas que dicen nuestro políticos sobre Mandela.