El opio del pueblo
Durante el régimen anterior el fútbol estaba muy mal visto entre los que iban de inteligentes porque decían que era el opio del pueblo, que era un entretenimiento equivalente al pan y circo de los romanos. Luego dijeron lo mismo de la televisión e incluso del cine, pues sólo estaba bien ir a ver películas polacas en blanco y negro subtituladas en blanco, y por supuesto no había manera de leer en la pantalla. Luego todo se normalizó, sobre todo cuando la gente supo que Serrat es del Barça, Javier Marías del Real Madrid y Sabina un sufridor del Atlético de Madrid.
Y si partimos por la mitad, algo tiene de opio del pueblo todo esto del fútbol y de la televisión, porque mientras la gente se entretiene en esas cosas no piensa en otras más importantes. He llegado a pensar que todo eso de cambiar la fiscalidad a los jugadores extranjero (me temo que va a quedar en nada) es otra cortina de humo mientras no se resuelven temas muy graves. La verdad es que resulta banal estar discutiendo sobre los impuestos de Kaká mientras hay millones de personas en el paro. Que pague o yo qué sé, pero es que encima amenazan con parar el fútbol y, claro, eso no puede ser. Se pueden cerrar servicios sociales, pero el fútbol ni tocarlo. El gran debate nacional es la osadía impertinente del seleccionador portugués, que ha convocado a Cristiano Ronaldo a medio recuperar del tobillo de la maldición, o que Messi anda perdido porque Maradona no lo entiende, o que parece un boicot que nunca llamen a la selección ni de suplente al portero del Barcelona, el menos goleado, por cierto. Pues eso, que va a ser verdad que estas cosas las usan como banderines de enganche de la distracción, por mucho que les pese a Serrat, Javier Marías y Sabina.
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Las religiones son manifestaciones íntimas de las creencias personales, y elementos no sólo respetables sino defendibles dentro de la libertad individual de cada cual. Otra cosa es aplicar credos religiosos a la colectividad, lo cual se parece mucho a los estados teocráticos de otras religiones. Son sangrantes los mencionados casos de España e Italia, donde hoy el Vaticano parece tener patente de corso como en otros tiempos lo tuvieron cardenales tan famosos como Acquaviva, Mendoza o Cisneros. Tener el apoyo de uno de esos príncipes de La Iglesia podía valer un trono y hasta la adjudicación de otros si lograban el apoyo final de Roma. Y esto también ocurrió en Francia, donde la memoria de Richelieu y Mazarino ha quedado en la historia de los poderosos, pues manejaban al rey como si fuese un títere. La reivindicación de la laicidad se toma como una blasfemia, y dicen que se condena a la religión a la invisibilidad. Pues eso, es que es algo privado. Francia lleva un siglo tratando de sacudirse esa influencia eclesiástica, que con la Revolución Francesa no se extinguió rápidamente como la monarquía, y sólo empezó a hacerse real a principios del siglo XX. El Vaticano no va a quedarse quieto ante esta sentencia de Estrasburgo, y por otro lado la Europa que pretende recomenzar el 1 de diciembre debe pelear por la convivencia de credos, es decir, por la libertad religiosa y por la laicidad de la vida democrática. Va a ser interesante y curioso, como el combate por el título de dos pesos pesados.