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La tiranía como alternativa

Creo que se me nota demasiado mi escasa simpatía por la manera de gobernar en las naciones desarrolladas, y en cómo desde estas se genera la pobreza en los países pobres, además de crear zonas de pobreza en los propios territorios. La voracidad del Primer Mundo, y especialmente de los que controlan el poder y el dinero, es abominable, impresentable, inmoral, asquerosa.
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Dicho esto, no es raro que en países subdesarrollados se escuchen los cantos de sirena de quienes dicen que van a sacarlos de la miseria. La teoría es cojonuda, y cualquiera con dos dedos de frente y un mínimo sentido de la justicia lo firmaría. Pero luego viene la triste realidad, y la pobreza continúa cuando no se hace aún más severa. Es verdad que una parte de esa miseria es provocada desde Walt Street y sus compinches occidentales, pero también hay otros culpables, que se atrincheran en el discurso contra el capitalismo para convertirse en tiranos, ni más ni menos.
Miramos México, Venezuela, Nicaragua, Brasil, Ecuador y otros países en los que han llegado al poder supuestas alternativas liberadoras, pero siguen la favelas, las bandas, la corrupción y el bandidaje instalado en las capas más poderosas que esquilman el Estado en beneficio propio. Unos hablan en nombre de Dios, otros enarbolan el marxismo, todos el personalismo, y las cosas empeoran y empeoran. Y el pueblo, sumido en la pobreza y la incultura, no espera democracia, sino un caudillo liberador que finalmente se convierte en un tirano. Es triste ver cómo en Latinoamérica no se habla de opciones sino de caudillos. Qué decepción, los liberadores son iguales a los sátrapas que derribaron.

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Alfonso O’Shanahan

Me he quedado de piedra al conocer la noticia del fallecimiento de Alfonso O’Shanahan, un escritor que formó parte de dos generaciones, la de Poesía Canaria última y la del Boom narrativo de los años setenta. Era Además un periodista interesado en nuestro quehacer diario como sociedad y en sus últimos años un investigador de la lengua que hablamos en estas islas, hasta el punto de construir un diccionario que es muy conocido.
Pero sobre todo, Alfonso era una buena persona, y le tengo un afecto especial porque fue la primera persona en el mundillo de la cultura que me llamó escritor, apostó por mi primera novela y siempre tuvimos una excelente relación, e incluso compartimos editorial hace unos años. Tengo también un recuerdo especial para él porque siendo yo muy niño conocí a su padre, el eminente doctor don Rafael O’Shanahan, que en una circunstancias muy especiales literalmente me salvó la vida. Por todo ello es para mí un día muy doloroso.
Como es imposible transcribir los sentimientos que ahora mismo me invaden, sólo puedo pensar en su esposa Marta y en sus hijos. Y a modo de homenaje, enlazo con el relato de ficción que evoca a su padre y que publiqué en mis Crónicas del Salitre.
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Una montaña de dinero

Yo creo que el valor estratosférico que han ido adquiriendo las montañas de Fuerteventura se debe precisamente a su escasez en una isla casi llana. Claro, donde casi no hay montañas, encuentras una, aunque sea pequeñita, y vale un Potosí. Yo no entiendo gran cosa de leyes y normas, pero creo que el sentido común puede dar respuestas justas, más incluso que aplicando el rodillo de las leyes. Si compras una montaña y luego no te la dejan explotar, es evidente que has hecho una mala inversión, y que quien te impida esa explotación debe indemnizarte por las pérdidas sufridas, pero nunca por lo que supuestamente hayas dejado de ganar. De este modo, sería lógico que se indemnizara con el precio pagado por la montaña con las correcciones de la subida del IPC, y así nadie perdería dinero, y, por supuesto, la montaña pasaría a ser propiedad del pagador. Así, tendríamos cifras terrenales, pero nunca esas cantidades que dan vértigo y que uno se pregunta con qué base han sido calculadas.
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Claro que, una cosa es el sentido común y otra el Derecho, que en este caso parece que no casan muy bien. Pero bueno, tonto será el que no se haya comprado una montaña en Fuerteventura, porque las montañas de las islas altas, como hay muchas, valen muy poco. Eso debe ser, y es de esto de dónde debe proceder la expresión «una montaña de dinero».