Publicado el

El mito de Madrid

zmateo.JPGCanarias es una tierra curiosa que ignora lo propio a pesar de ese pseudonaciolismo que se da golpes de pecho una y otra vez. Está claro que para que reconozcan a alguien de aquí tiene que hacerse notar fuera, y si no siempre se quedará en la trastienda de lo que pudo haber sido y no fue.
La última muestra ha sido el grancanario Mateo Gil, estupendo cineasta que este año ha sido galardonado con dos Goyas, uno por su cortometraje y otro por su participación en el guión de Ágora. Rápidamente, todos se han apresurado a indicar que es grancanario, porque eso engorda el espíritu de tribu, pero mientras andaba por aquí no le hacía caso ni el pito del sereno, escondido siempre en la neblina del ninguneo. Yo me alegro muchísimo de que las cosas le vayan tan bien a Mateo Gil, pero habría que mirar también un poco hacia adentro. Ha pasado cien veces y me temo que seguirá pasando, porque por lo visto el mito de la conquista de Madrid sigue funcionando igual que siempre.

Publicado el

El Carnaval

z851[1].jpgHubo un grupo grande de personas, entre los que me cuento, que vivimos el renacimiento del Carnaval de Las Palmas de Gran Canaria apenas este bajó de La Isleta de la mano de Manolo García. Fueron unos años memorables en los que la ciudad se disparataba en La Plaza de Santa Ana, en Schamann, en Guanarteme y en todas partes. Se generaron tradiciones como la verbena de la sábana o la noche dedicada al cine (recuerdo a Juan Rodríguez Doreste disfrazado de Greta Garbo o de Fred Astaire bailando claqué como es debido).
Pero llegó un momento en el que desterraron el Carnaval al Parque de Santa Catalina, y nació aquello del Mogollón, y las casetas y el gentío. Y ya empezó a no gustarme porque se fue despersonalizando, haciéndose por y para la televisión, y creando tal vez un nuevo Carnaval, que no era el que nosotros demandábamos. Y encima se reviste de rivalidad con el de Santa Cruz de Tenerife, cuando se trata de una fiesta, y nada más. Y como hoy es Martes de Carnaval, quiero vivir esa fiesta, pero la verdad es que en ella me siento como un yanqui en la corte del rey Arturo, porque no la entiendo. Siento que el Carnaval se ha degradado.

Publicado el

El expolio mediático de Marichalar

Ha sido tremendo y diría que grosero el expolio (así ha de llamarse) que se ha producido con Jaime de Marichalar tras su divorcio de la Infanta Elena. La salida televisada de su efigie del Museo de Cera ha sido vergonzante y ofensiva, como la degradación pública de un traidor. Pero estas cosas suceden cuando se mezclan rangos en ese mundo de otro tiempo que aparecía en el desaparecido almanaque Gotha. Es como si castigasen al plebeyo por haberse atrevido a cruzar la línea.
zescalera.jpgEn otras épocas, las personas de sangre real debían casarse con alguien de su alcurnia, o de lo contrario podrían perder parte de sus privilegios o todos. Y al decir alcurnia me refiero a sangre real, pues no valía un aristócrata, y por ello se han ido mezclando las casas reales hasta formar un laberinto de apellidos que van todos al mismo sitio: Orleans, Saboya, Borbón, Sajonia, Lorena, Habsburgo, Hannover… Se suele decir que cuando se produce una unión desigual es un matrimonio morganático, que era aquel en el que cada uno de los cónyuges mantenía su status, al que el de rango inferior no podía acceder. Si se trataba de un príncipe o princesa que fuese a reinar, era un imposible, porque en ese caso no podría acceder al trono.
Los matrimonios de las Infantas de España son claramente morganáticos, puesto que sus maridos no adquieren la condición de ellas, ni siquiera de los títulos que ellas ostentan, que se les adjudican a ellos por inercia o por cortesía, porque strictu sensu no son duques, sino esposos de las duquesas. Y, la verdad, resulta ruborizante que estas cosas sucedan en el siglo XXI. Todo empezó a cambiar cuando la plebeya Grace Kelly se casó con Rainiero, y más tarde el rey de Suecia se casó con una alemana sin títulos, que es hoy la reina Silvia. Ha habido casos más recientes en Noruega, Dinamarca, Holanda y hasta en España el Príncipe de Asturias se casó con una plebeya, que encima era divorciada, cosa que le costó hace 70 años el trono del Imperio Británico (todavía era un imperio) a Eduardo VIII, luego Duque de Windsor. Por eso choca tanto este ensañamiento con Jaime de Marichalar.