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La ejemplaridad y la justicia

Con motivo de los casos de corrupción y especialmente por el ruido mediático -casi siempre desde voces incompetentes- que está levantando la orden de ingreso en prisión de Isabel Pantoja, se está usando alegremente el concepto ejemplaridad. Se dice que la cantante debe recibir un castigo ejemplar, una especie de aviso a navegantes, cosa que tendría lógica -aunque seguiría siendo discutible- si ese criterio fuese general, y no se dieran situaciones inversas como que Matas ya tenga un tercer grado sui generis o que Blesa siga en su casa mientras otros con imputaciones menos gravosas estén en prisión preventiva sin fianza.
imagen6njk.JPGLa justicia ha de ser ejemplar en la misma medida en que debe serlo todo en la vida; es decir, que sea correcta, igualitaria y transparente. Invocar la ejemplaridad como escarmiento se salta todas las bases de una justicia ponderada y lo más equivalente posible al delito. Lo ejemplarizante recuerda a lo que hacían los caudillos conquistadores tipo Alejandro Magno o Gengis Khan, cuando entraban en una ciudad y pasaban a cuchillo a unos cuantos para atemorizar al resto. Eso no es justicia. Si Isabel Pantoja, Blesa o el lucero del alba cometen un delito, se les hace un juicio y se les condena en razón de las leyes vigentes, ni más ni menos. Si alguien ha delinquido debe responder, pero imponerle un castigo más duro para avisar a la gente (a veces para justificar unas políticas muy truculentas) no es justo. Sobre la cantante pesa una sentencia después de un proceso regular y estandarizado; en una sociedad democrática debe cumplirla, sin más. Ejemplarizar equivale a escarmentar en cabeza ajena, una especie de imperio del terror para controlar a las masas, como las ejecuciones medievales en la plaza pública, colocando después la cabeza del reo en una picota en las puertas de las ciudades para que quedara claro qué le pasaría a cualquiera que hiciera lo mismo que el condenado. Isabel Pantoja, como todos, no debe estar por encima ni por debajo de la ley, hablar de sentencia ejemplar es tanto como poner en solfa el Estado de Derecho. Hablamos de justicia no de escarmiento.

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Solo perdura lo que proviene del talento

Suele decirse que cuando un tipo de arte responde a una moda tiene poco futuro, pero esto no es verdad. Lo que sí es cierto es que, cuando se hace determinado tipo de arte porque es lo que se lleva, la mayor parte de la veces no aguanta el paso del tiempo. Pero sucede que, a veces, algunas de esas pinturas, novelas, películas o piezas musicales permanecen a pesar de que han sido dictadas por el mercado. No está de moda, pero sigue en pie porque es una obra hecha desde el talento. Entonces decimos que estamos ante un clásico, aunque hayan sido obras realizadas por encargo, e incluso con un mensaje impuesto por quien las paga.
zzztalento.JPGPinturas por encargo de reyes o papas, óperas compuestas a mayor gloria de un emperador o películas encargadas como pura propaganda se han instalado en la eternidad efimera del arte; el talento de sus autores las proyecta en el tiempo y ya nadie se acuerda de que el Carlos V de Tizziano fue encargado para conmemorar la victoria del Emperador contra los protestantes, que Aida fue un encargo a Verdi, con tema incluido, para celebrar en El Cairo la apertura del Canal de Suez, o que Casablanca fue una película propagandística para mentalizar al pueblo americano de que Estados Unidos debía entrar en la II Guerra Mundial. Y así podríamos enumerar cientos de obras de arte que hoy celebramos, incluyendo las catedrales góticas, el Partenón y las pirámides. En literatura el mecenazgo se ha notado menos, siempre fue la pariente pobre porque no es de ahora que al poder le interesara poco la lectura. Un libro da menos lustre que un cuadro, un palacio o una ópera, aunque bien que se han ocupado de quemarlos o prohibirlos cuando no gustaban las ideas que contenían. Así y todo, muchas de las grandes obras de la literatura universal fueron publicadas bajo la protección de alguien poderoso. Así que, al final, lo que perdura es lo que ha sido producido con talento. El resto sí que es moda pasajera.

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Ramón del Pino: La dislocación del desnudo

Mucho dirán que Ramón del Pino es un fotógrafo. Lo es en cuando que se expresa a través del soporte fotográfico, pero en realidad es un artista plástico cuya obra tiene su origen, no su fin, en el concepto, y que usa la fotografía como vía de expresión. No sería el arte conceptual como lo iniciara Duchamp hace un siglo, sino en un sentido más literario en el que, como Pessoa, juega con lo que es y lo que parece ser. No es sólo el impacto de lo que aprehendemos, sino el tránsito intelectual de cada uno hasta captarlo. Cierto es que las fotos son técnicamente impecables y que muestra gran conocimiento y mucha investigación en el medio, pero eso es elemental en un artista, conocer el medio en el que se expresa, pues nunca tendrá solidez el poema de un autor que desconoce la gramática.
zzla foto 1111.JPGResuelta esta cuestión, Ramón del Pino se adentra en el baile de las formas, y en la exposición que ahora se muestra en la Fundación Maphre de Las Palmas de Gran Canaria y que intitula La dislocación del desnudo, juega con otro concepto: las apariencias. Por el título y por el contenido, a primera vista podría decirse que el eje central es el desnudo, y muy especialmente ese triángulo invertido femenino que es a la vez sueño y pesadilla, y los alarmados bienpensantes lanzarán sus diatribas reprobatorias sobre su obra; pero la obscenidad estaría en ese caso en las miradas, porque la obra trata de mostrar que con demasiada frecuencia nada es lo que aparenta, que las cosas no son como las percibimos, que es en los ojos del espectador donde está el código que debe interpretar toda obra de arte. Se trata de aprehender en el sentido cervantino que lo conecta con la memoria de cada uno. ¿Que hay distintas interpretaciones de una misma obra? Por supuesto, como en la vida, y es esa precisamente la lectura genérica de esta exposición que sobrepasa el impacto de unos senos que finalmente son falsos o de un pubis que realmente es una peonza. Es el juego de la percepción, de la interpretación, incluso de la identidad. Ah sí, Ramón del Pino usa la fotografía, como si hacerlo fuese cosa de arte menor. Es justo lo contrario, porque este discurso, tanto intelectual como técnicamente, nada tiene de menor: estamos ante un artista plástico en toda su dimensión expresiva.