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Insisto en lo mismo, Magos de Oriente

 

Señores magos, reyes, sabios o lo que sea de Oriente: Llevo años pidiendo que traigan armonía, que paren las guerras, que dejen en esta sociedad algo de justicia. Y, la verdad, me he cansado, porque siempre lo dejan todo perdido de carbón, seguramente porque debe habérseles acabado la magia, y a estas alturas sabemos que no son reyes, y se discute sobre si son sabios, magos o meros charlatanes de feria. El caso es que estoy convencido de que son incapaces de regalar algo que valga la pena, y lo de la estrella es un cuento chino, porque ya nos cobran hasta por la luz del Sol.

 

 

Como veo que no tienen poderes para traer cosa alguna de cierto valor, no les pido que traigan esto o lo otro, sino que se lleven a los inútiles que nos gobiernan, porque están ahí haciendo el paripé y dejando que se vaya conformando una sociedad infame, porque hay enfermos en lista de espera, cuyo retraso significa la muerte, porque se muere la gente a causa de los recortes en sanidad y políticas sociales. Y cuando alguien causa deliberadamente la muerte de otro es un criminal, así de claro.

 

No quiero alargarme con los desmanes en justicia, educación o energía, y la tremenda tragedia de los inmigrantes en la letal ruta de Canarias.  Por no hablar del genocidio de Gaza, o la muerte de inocentes en Ucrania, Sudán, Yemen y cualquier parte del planeta en el que los vampiros del capital hincan el pie. Así, que, señores magos, reyes, sabios o lo que sea, llévense a estos conspiradores de la miseria, creadores de la injusticia, vergüenza de una sociedad que se autoproclama democrática. Y disculpen que no les deje comida para los camellos, la que tenía se la he dado al Banco de Alimentos y a la Casa de Galicia. Llévenselos a la quinta puñeta, o mejor a la sexta, que está más lejos; pero llévenselos, por favor.

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2024, ¡uf! una oda al optimismo

Dos días después del comienzo del nuevo año, se supone que lo políticamente correcto es desee a quien se acerque a esta lectura que pase un año muy venturoso. Y de verdad que, sinceramente, no deseo mal a nadie, y me gustaría que todo fuese muy bien urbi et orbi, pero como no me he caído de un guindo, sé con seguridad que no va a ser así para todo el mundo, especialmente para quienes están en la parte baja de la tabla económica, que es la mayoría de la población, aquí en Managua y en Sebastopol. Por eso, quiero ser más ajustado a la realidad, y espero y deseo que la deriva que está tomando todo (Canarias, España, Europa y el planeta Tierra) amaine un poco y que nos haga el menor daño posible, porque hasta la incontrolable Naturaleza hace la guerra por su cuenta, y, por si ya no hubiera bastante con lo que cerramos 2023, inaugura el 2024 un terremoto de gran intensidad en Japón.

 

 

 

Ojalá que este terremoto, aquel tornado o el más reciente volcán de Islandia no se pongan bravos, que ya se encarga el ser humano de hacer irrespirable la deseable concordia universal, que ya perece el chiste del deseo de las aspirantes a Mis América (Paz en el Mundo). Y es que estafadores y vendemantas abundan cuando el río baja revuelto. Siempre ha habido teorías conspiranoicas, mensajería esotérica, pseudociencia, historiadores de otra dimensión y otros debates paralelos que, sin mayor preparación ni prueba tangible, suelen mezclar la física cuántica con la religión, la ufología con el creacionismo, la ley de la relatividad con la astrología y con fantasmas, espectros y presencias (por lo visto no son la misma cosa). Todo este batiburrillo se ha disparado en los últimos años, y ahora mismo es una catarata de libros, programas audiovisuales, documentales e incluso series de televisión. Internet es un festival.

 

Dicen que este fenómeno se produce en tiempos de crisis, pero no de una crisis económica puntual, aunque también, sino en momentos en los que hay profundos cambios de sistema o incluso de civilización. Unos afirman que surge de una manera espontánea, porque sí, otros aseguran que se alienta desde los centros de poder para tener entretenida a la gente, lo que no deja de ser otra teoría de la conspiración. Mueves el dial, zapeas, navegas por Internet o entras en un canal de documentales supuestamente serio, y te inundan de alienígenas, hechos inexplicables y civilizaciones antiguas que estaban más avanzadas que nosotros. Y los escaparates de las librerías por el estilo. Nos cuentan que del espacio vinieron los anunakis y crearon al ser humano combinando sus genes con alguna especie de homínido. Es decir, no hubo un dios creador, fueron los extraterrestres. Vaya, ahora no hay dios, pero tampoco Darwin, lo que no nos resuelve la gran pregunta, porque ¿de dónde salieron los visitantes que nos crearon a nosotros? Y como esta, centenares de historias sobre civilizaciones, muertos y aparecidos, gente que levita o sociedades secretas que manejan el mundo desde el silencio. No sé muy bien si provocan risa o miedo. Más bien lo segundo, porque cada día se hace más difícil razonar con lógica, aunque eso no es nuevo, siempre ha habido fanatismos de distinto nivel.

 

En este mundo tan confuso, nos enfrentamos a la dicotomía del paganismo consumista o los fundamentalismos religiosos, y parece no haber término medio (tendré que meditar también sobre qué significa cada una de estas cosas). Algunos autores afirman que la religiosidad es inherente al ser humano y que por lo tanto este tiene la necesidad de adorar a un ser superior e intangible. Esto es, por supuesto, muy discutible, pero es evidente que los comportamientos sociales indican que, cuando faltan elementos religiosos, se buscan sustitutos paganos, como el becerro de oro que adoraron los israelitas mientras Moisés estaba en el Sinaí recibiendo las tablas de La Ley. Así al menos nos lo contó Cecil B. De Mille cuando Charlton Heston se convirtió en profeta y guía, no sé si antes o después de ser el jefe de la Asociación Nacional del Rifle.

 

Hemos sustituido Fátima por una explanada donde actúan Alejandro Sanz o Rosalía, y Lourdes por cualquier estadio de fútbol, aunque Fátima y Lourdes siguen teniendo tirón. Como vemos, no hay demasiadas razones para esperar mucho del nuevo año. En realidad, los años no dan ni quitan, son un mera medida basada en el tiempo astronómico, y los años son buenos a malos según le vaya a cada cual. Espero que en este próximo período de 366 días (este año nos dan uno más) todo vaya mejor, aunque eso es un modo de hablar, porque seguirán pasando cosas, buenas y malas, es la vida. Me contó un patricio que murió centenario (seguramente puso bastante de su cosecha) que, al terminar la misa del 31 de diciembre del año final del siglo XIX, don José Cueto, a la sazón obispo de la diócesis de Canarias, entonó una oración por las almas de todos los fieles presentes. Los canónigos le expresaron su sorpresa, porque en vísperas de año y siglo nuevos se esperaba de él algo más esperanzador y alegre. “¿Alegre?” Argumentó el obispo, “he rezado porque entramos en un siglo del que no vamos a salir vivos los que estamos en edad de pecar, y a nadie le viene mal una oración por su alma”. No sé si el obispo, además de solidario hasta el punto de que el pueblo lo llamaba cariñosamente Padre Cueto, era un hombre previsor, un aguafiestas o tenía un gran sentido de humor. Yo me quedo con lo último. Seamos, pues optimistas, aunque las grandes palabras empiecen a necesitar una urgente mano de pintura. Como suelo repetir, elijan qué mentira creer.

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La campanas, igual que doblan, también repican por ti

Ernest Hemingway pone en el frontispicio de su novela Por quién doblan las campanas, un extracto de esta Meditación XVII del poeta inglés John Donne, maestro de la poesía británica contemporánea al Siglo de Oro español:
«Ningún hombre es una isla entera por sí mismo./ Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo./ Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida,/ como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia./ Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta,/ porque me encuentro unido a toda la humanidad;/ por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.»
Puede ser una imagen de la catedral de Guadalajara
Se va 2023, y se ha llevado a personas que, de alguna forma, formaron parte de nuestra vida, de nuestra educación sentimental o de un momento crucial de nuestro camino. Hemos muerto un poco, porque, como dice John Donne en su poema, todos morimos como Humanidad cuando alguien se va, o se lo llevan, como ocurre ahora en Gaza, en Ucrania, en Sudán, en Irán, en… demasiados lugares. Nos han dejado figuras de todos los ámbitos, que, a favor o en contra, ocuparon una parte de nuestras vidas, y algunas han influido en ellas: Antonio Gala, Carlos Pumares, Jerónimo Saavedra, Concha Velasco, José María Carrascal (quien que me contó en directo y por RNE que el hombre había pisado La Luna por primera vez), Milan Kundera, Tina Turner, Botero… Pero quedamos nosotros, que somos a la vez la parte que se queda de los que se han ido.
2023 ha sido, además, cincuentenario de muertes de personajes importantes, que marcaron la respiración de muchos de nosotros, personas que murieron en 1973 pero que quedan en nuestros propósitos de cambiar el mundo: Salvador Allende, Víctor Jara, Abebe Bikila (el atleta más inalcanzable del siglo XX), Nino Bravo y los tres Pablos que tanto echase de menos el gran Alberto Cortez (Picasso, Neruda y Casals). Nada sería igual sin todas estas personas, y en 1973, hace 50 años, también falleció el gran escritor Canario de la Generación de 27 Claudio de La Torre, cuyo cincuentenario ha pasado sin pena ni gloria en su tierra. Pero sigue con nosotros en la fuerza de su Juan «El Chino».
También se nos fueron este años Alexis Ravelo, Ricardo Villares y Carlos Juma, como el año pasado se fueron Manolo Vieira, Jane Millares y Paco Juan Déniz. Pero están aquí, en la humanidad de nuestros corazones, en el eco cada vez más fuerte de estela. Hemos muerto todos, pero también entre todos mantenemos encendida su luz, porque somos Humanidad. No estemos tristes; duele, pero es la única manera de mantener a raya a la innombrable.
Que 2024 sea un tiempo de cordura, generosidad y amor a la vida. Nos hace mucha falta. Las campanas, igual que doblan, también repican por ti.