HOMENAJE A DON MIGUEL DE UNAMUNO EN EL CENTENARIO DE SU DESTIERRO A FUERTEVENTURA POR PARTE DEL DICTADOR PRIMO DE RIVERA, DECRETADO EN FEBRERO DE 1024 Y EJECUTADO EN MARZO DEL MISMO AÑO. ESTE ES UN RELATO PROPIO PUBLICADO HACE UNOS AÑOS EN EL LIBRO LEYENDAS CANARIAS.
Era la prima noche del 6 de julio del año de 1923 cuando el escritor don Miguel de Unamuno volvía de la cañada de Trisquivijate acompañando al pastor Diego Cabrera, que apacentaba un rebaño de cabras en aquel llano alrededor de la parroquia de Antigua. Poco antes de llegar a su destino, ya con el cielo de verano oscuro y estrellado de luna nueva, el rebaño se dispersó entre balidos y desacordes toques de cencerros.
-¿Qué sucede, Diego? -gritó entre la confusión el escritor.
-Lo de siempre, don Miguel, que la cabras se han asustado con la dichosa luz de Mafasca -y diciendo esto el pastor se santiguó.
Efectivamente, ante ellos una pequeña luz del tamaño de una almendra correteaba entre las cabras, las hacía saltar del susto y luego enfilaba velozmente contra Unamuno, y al llegar frente a él se detenía ante su cara y luego volvía a irse a espantar otro animal.
-No se asuste, don Miguel -lo tranquilizó el pastor- en estas noches de verano suele aparecer y si ve a un forastero se muestra juguetona, pero es inofensiva.
Don Miguel se quitó el sombrero, se hizo la señal de la cruz y la invocó:
-¡Si eres un alma en penitencia, muéstranos lo que quieres de nosotros! ¡Te lo pido en nombre de Dios!
Y la luz emprendió el camino rumbo al sur y se perdió en el horizonte haciendo coincidir su punto de mira con la torre de la iglesia de Antigua.
-Le está pidiendo misas, don Miguel -explicó Diego, el pastor.
-Pues misas le mandaremos decir, Diego -dijo el escritor mientras se ponía el sombrero y se santiguaba otra vez.
Unamuno había llegado tres meses antes a la isla de Fuerteventura desterrado y desposeído de su rango de Rector de la Universidad de Salamanca. Escritor de gran profundidad y poco dado en sus libros a la chanza y el desparpajo, tenía sin embargo unas grandes dotes para la ironía y una gran capacidad para relacionarse con los demás, por lo que hizo amigos nada más llegar a lo que él pensaba que era un islote desolado y solitario.
Fuerteventura es llana, y Unamuno la asimiló inmediatamente a un trozo de Castilla navegando en el Atlántico, y, como en Castilla, la pobreza material de sus gentes sembraba su imaginación colectiva de leyendas sobre tesoros enterrados que podrían cambiar la fortuna de los esforzados habitantes que sólo tenían dos medios de vida: el mar y la ganadería de cabras, por lo que había un muy fundado temor a las fuerzas de la Naturaleza, que negaban el agua o la prodigaban en inundaciones, y de ello dependía la supervivencia.
Don Miguel se asombró al conocer por Diego, un pastor de Casillas del Angel con el que hizo amistad durante sus largas caminatas, la enorme cantidad de leyendas que sobre tesoros había en la isla, y se dio cuenta de que su amigo no daba importancia a aquellas imaginaciones colectivas, que siempre tomaba como cosa menor y susceptible de risa.
-No es posible que en tan corta tierra y tan poca gente haya tantos cofres con monedas de oro -se desmentía el pastor-, pero ya sabe, don Miguel, cada uno se consuela con lo que puede, y me han dicho que en Madrid la gente juega a la lotería, que es como esperar encontrarse con un saco de oro enterrado en su muladar. Yo me lo tomo a risa, porque el mayor tesoro es estar vivo mientras se pueda, porque no sabemos qué hay después.
-¿No tiene usted creencia en la otra vida? -le preguntó el escritor.
-Pues, no sé qué decirle, pero lo más seguro es quién sabe, porque hay cosas que uno no consigue explicarse con la fuerza de las mientes, y a veces uno ve cosas tan extrañas como que una piedra se quede flotando en el aire, cuando lo suyo es que caiga por su propio peso. Pero hay piedras que levitan.
-Eso dicen de los milagros, Diego, y afirman que levitaba Santa Teresa de Avila, aunque eso es más cosa de fe que de ciencia. En Castilla, hay muchas leyendas sobre muertos que vuelven, y yo he salido al encuentro de algunos de los que dicen que tienen ruta fija, pero nunca hasta ahora ninguno se me había manifestado.
-La luz de mafasca no tiene ruta fija, aparece aquí y allá por todos los llanos del centro de Fuerteventura, pero tiene preferencia por las zonas más cercanas a la villa de Antigua. Y como ya es noche cerrada -le soltó Diego-, si quiere le doy posada por esta noche, y a primera hora vamos a la iglesia a oír una misa.
-De acuerdo, hablaré con el párroco y le mandaré a decir más.
-Ya ve, don Miguel, como los muertos sí vuelven.
-¿Muertos que vuelven? -preguntó extrañado Unamuno.
-Tendrá que ser, porque de otra forma no se puede explicar, aunque, como usted ha comprobado, no es que se vea al muerto, pero sí se puede ver a su alma penando por los llanos en forma de luz huidiza.
-Puede que sea una luciérnaga, Diego.
-No lo creo, la luciérnagas nunca van solas, y esta es una luz solitaria y que se mueve de muchas maneras; y no sé si creer en los milagros, aunque yo lleve el nombre de un santo milagrero que anduvo por la isla, San Diego de Alcalá.
-Es muy común en todas las culturas que existan leyendas sobre lo desconocido, el más allá -explicó Don Miguel-, que en nuestro ámbito solemos llamar ánimas de purgatorio, un lugar escalofriante donde las almas de los muertos purgan sus pecados antes de llegar a la presencia de Dios. Un escritor italiano llamado Dante lo describe más terrible aún que el infierno.
-Pues si el purgatorio es peor que el infierno, más vale condenarse ¿No cree?
-No, porque del purgatorio se sale, tiene final más tarde o más temprano, dependiendo de los pecados del difunto, pero no del infierno, que es para toda la eternidad.
-¿Es que acaso el Purgatorio se mide en años, como las condenas de cárcel?
-No lo sé, y créame que ha planteado usted una pregunta que muchos teólogos vienen haciéndose durante siglos. El tiempo, tal y como lo entendemos los humanos, no es igual en todo el universo. De eso habla un famosos científico alemán, un tal Albert Einstein, que no hace mucho trató de explicarlo a través de unas ecuaciones…
-¿Qué son ecuaciones?
-Números, relaciones, estudios… No sé cómo explicarle … ¿No ha oído hablar de la Ley de la Relatividad?
-No, la última ley de la que oí hablar fue de la que hizo el general ese, Primo de Rivera, que se puso él a mandar y mandó al gobierno a su casa.
-Y a mí a Fuerteventura… Y pensándolo bien, dentro de dos días me voy a Las Palmas para tomar un barco que me envían desde Francia para que vayan a vivir a París mientras el mulo de Primo de Rivera siga dando coces a la libertad española. Oiré mañana una misa, eso nunca viene mal, y de paso le hago los honores a la luz de Mafasca.
-Con La luz de Mafasca no se bromea, don Miguel.
-Dios me libre, amigo Diego. Pero dígame, qué se cuenta alrededor de esa luz, de dónde procede, qué se dice.
-Poco puedo ayudarle, don Miguel, es mejor que mañana el cura de Antigua se lo explique, yo poco sé de eso, sólo que aparece cuando menos la esperas y que me espanta las cabras.
Al día siguiente, Diego y don Miguel madrugaron y fueron a la primera misa de Antigua. Al acabar, pasaron a la sacristía y allí saludaron a Don Mateo, un párroco que estaba muy interesado en aquellas leyendas y que trataba de escribir un libro sobre ellas. Al ver que nada menos que don Miguel de Unamuno entraba en su sacristía el sacerdote se quedó sin habla, pues conocía buena parte de la obra del escritor.
-Me halaga que haya leído mis libros -se complació don Miguel-, aunque no sé si eso le haría gracia al señor obispo de su diócesis, ya sabe que a Galdós y a mí la Iglesia nos la tienen jurada.
El cura invitó a los visitantes a desayunar en la casa del curato, pero sólo fue don Miguel puesto que Diego tuvo que irse muy deprisa porque tenía que volver junto al rebaño. Don Mateo expuso a Unamuno lo que sabía sobre aquella leyenda, que no era mucho y encima sonaba contradictorio en algunos pasajes.
-Verá, don Miguel -relató el clérigo-: La luz de Mafasca está en la memoria de Fuerteventura y más allá, y se trata de una lucecita que suele recorrer los llanos majoreros y ha sido vista por mucha gente en distintas épocas. No hay acuerdo sobre si se trata de un fenómeno natural como los fuegos de San Telmo, las auroras boreales o los fuegos fatuos, que sería explicable como hecho físico, o de algo sobrenatural, y esta segunda posibilidad es la creencia más extendida en la isla.
-¿Se ha investigado sobre eso?
-Me han dicho que sí, que por aquí anduvo un geógrafo francés, y no encontró explicación. También vino un tipo expresamente desde Viena, ya sabe que estas cosas está muy de moda por allá, pero por lo visto la luz no se quiso mostrar ante él y se fue de vacío.
-Cuénteme, por favor, don Mateo.
-La luz se relaciona con la conocida leyenda de La Peregrina, que es una historia terrible sobre una mujer llamada doña Marina de Muxica. Esta leyenda se relata de distintas formas, y la versión que más fortuna ha hecho es la que cuenta que doña Marina de Muxica nació en Sevilla, vivió en Santo Domingo, estuvo a punto de profesar monja y acabó casada con un importante caballero. Cuando viajaba desde Andalucía a Las Palmas en compañía de su esposo, para reclamar los derechos hereditarios de unos antepasados, el matrimonio fue apresado en Gibraltar por el pirata berberisco Tabac Arráez, el mismo que atacó en 1618 la villa lanzaroteña de Teguise y San Sebastián de la Gomera, por lo que su relación con este pirata sitúa su historia en el siglo XVII.
-He oído hablar de ese Arráez y de uno de sus socios en la piratería, un tal Solimán. ¿Y qué paso con La Peregrina?
-Ella y su marido fueron llevados a Fez y allí murió el marido, y poco después doña Marina tuvo una hija póstuma. El pirata dio la libertad a la madre pero dejó a la niña en cautiverio para asegurarse de que doña Marina pagaría el rescate que él pedía. Y ahí empieza el largo peregrinaje de aquella mujer en busca del dinero para sacar a su niña de cautividad. Fue de aquí para allá, por Andalucía, Gran Canaria y finalmente Fuerteventura, no sin antes haber viajado a Roma porque, según tan laberíntica leyenda, esta mujer había cometido un pecado cuya naturaleza no se dice, pero de una gravedad tal que sólo el Papa podía darle la absolución. Doña Marina murió en Fuerteventura sin haber podido reunir el dinero suficiente para rescatar a su hija del cautiverio, y ahí se difumina la legendaria historia de doña Marina de Muxica, que con toda las de la ley es llamada La Peregrina.
-Entonces, la luz de Mafasca es el alma de doña Mariña…
-Puede ser, aunque otros dicen que el asunto viene porque La Peregrina tenía un criado que, queriendo asar un cordero en una noche fría en los llanos de Fuerteventura, no encontró leña y para hacer la hoguera del festín arrancó una cruz de madera que había al lado de un camino, la partió en trozos y encendió con ellos el fuego del guiso. Aquella cruz debía recordar a algún majorero muerto en aquel lugar y tal vez la luz que se ve desde entonces sea la de aquel difunto que no encuentra el camino. Otros dicen, en efecto, que es el alma de doña Marina de Muxica que sigue en eterna peregrinación porque no descansa en paz al no haber podido rescatar a su hija de las garras de terrible pirata Tabac Arráez, aunque otros aseguran que el alma de La Peregrina sigue penando porque el Sumo Pontífice no la absolvió del terrible pecado que cometió.
-La peregrinación no será eterna si está en el purgatorio -dijo Unamuno-, anoche me pareció que me pedía misas en sufragio de su alma, y así lo entendí porque cuando le pregunté qué quería me señaló la torre de la iglesia. Así que le dejo pagadas las treinta misas de San Vicente y espero que Dios se apiade de su alma. Hasta siempre, don Mateo.
-Buena suerte, don Miguel, ojalá logremos sacar un ánima del purgatorio, y le deseo una buena travesía hasta el puerto de Le Havre.
-Gracias, esperemos que todo sea para bien.
Unamuno se marchó de Fuerteventura al día siguiente, y llegaría a Las Palmas el 9 de julio. Monsieur Dumay, director del periódico francés Le Quotidien, había fletado el barco L’Aiglon para sacar a Don Miguel de Unamuno de España. Mientras esperaba el barco, anduvo semiescondido por la ciudad, custodiado por sus jóvenes amigos Juan Rodríguez Doreste y Luis Doreste Silva. Antes de irse, pasó a saludar a su amigo Alonso Quesada, ya muy enfermo, a quien le dijo a modo de despedida:
-Ojala mi destierro en Fuerteventura haya servido al menos para sacar un alma de purgatorio.
Puede ser que así fuera, pero no de forma inmediata, porque muchos años después de que Unamuno le encargase a don Mateo las treinta misas de San Vicente, la Luz de Mafasca se seguía viendo por los llanos de Fuerteventura. Puede que el criado que asó un cordero con la madera de la cruz ofendiera tanto a Dios que aún no es tiempo de perdonarle, o que tal vez en verdad el pecado de doña Marina era tan grande que necesita otras treinta misas, o trescientas, o tres mil, antes de cruzar las puertas del cielo. El único consuelo es que si anda penando es que no está en el infiero, de donde nunca se sale, y algún día la Luz de Mafasca dejará de recorrer los llanos majoreros en las estrelladas noches de luna nueva.