Tindaya

Esta historia me la contó alguien, o la soñé:
«Un grupo de amigos nos fuimos a Tindaya, hermosa montaña majorera, casi la montaña perfecta, y digo casi porque la perfección no existe. Dice Clodoaldo que para que fuese perfecta tendría que intervenir Chillida, y Osvaldo se niega en rotundo, porque el primero es arquitecto y el segundo naturalista, aunque Arnaldo y Renaldo comparten la misma profesión y están en bandos inversos.
Tindaya 1.jpgEl caso es que nos encontramos con un campesino de las cercanías de la montaña, que estaba reuniendo sus cabras para la ordeña, según mandan los cánones de la UE, con todas las medidas higiénicas que luego darán lugar al mejor queso del mundo y parte del extranjero. El campesino, entre ordeño y ordeño, nos ofreció su hospitalidad, pues no hay lugar más hospitalario que Fuerteventura.
Mis otros amigos tienen ideas y profesiones diversas, y cuando se habla de Tindaya se monta el pifostio, porque no son capaces de hablar como las personas, más bien parecen políticos, periodistas o esos que llaman intelectuales, que no sé muy bien lo que es pero que por lo visto tienen mucho prestigio. Por ejemplo: un tipo se pasa la vida haciendo pan, construyendo casas, labrando la tierra o enseñando a leer a la gente, se jubila con cuatro cuartos y no se acuerda de él ni la familia; otro tipo escribe un par de libros, furrunguea algo de música o pinta media docena de cuadros, y le dan medallas, honores, lo sacan en la tele y hasta le ponen su nombre a una calle.
El campesino se fue luego con nosotros a un bar del pueblo, donde por cierto ponen un pan que este sí que es el mejor del mundo, y seguro que al panadero no le darán nunca una medalla. El hombre está confuso, porque en los papeles, en la radio y en la televisión se habla de la montaña de Tindaya.
Tindaya 2.jpg-Es que llevan años diciendo que le van a abrir un agujero -comentó con preocupación.
-No sea usted bruto -este es Clotaldo, el crítico de cine-, no es un agujero, es un espacio.
Sea espacio o agujero, a mi amigo Aldo lo que le preocupa es que la montaña se venga abajo, porque un agujero, bueno, un espacio, tan grande puede que dañe la consistencia de la montaña. Ronaldo no está de acuerdo, y dice que la propia consistencia de la traquita mantendrá en pie la montaña, y si no se le añade hormigón.
-Es que el hombre ha intervenido siempre en el paisaje -argumenta Ronaldo, que está muy a favor del proyecto de Chillida-, antes hacían catedrales y rompían la armonía de la llanura, o bien se modificaba levemente el entorno para hacerlo más accesible, como hizo César Manrique en Los Jameos o Los Hervideros. Tú no dejaría a César manrique tocar la Cueva de Los Verdes.
-Pero es que dicen la obra es para que se conserve la montaña -argumenta el campesino.
-Lo que hay que hacer es dejar la montaña como está -este es Aldo-, porque en ella se conservan petroglifos aborígenes de gran valor, y, además, esta montaña era sagrada para los primeros habitantes de la isla. Eso hay que respetarlo, es como si fuésemos a hacer la obra de Chillida al Sinaí o al Monte de Bienaventuranzas. Si eso sucediera, se armaría una…
A Renaldo lo que más le preocupa es el tema económico, que por lo visto no está muy claro. Es un moralista que sólo le da importancia a los asuntos éticos. Por lo demás, le da lo mismo que allanen por completo la montaña.
Tindaya 3.jpg-Tu sos un incoherente, che -así habla Oswaldo, el de la doble uve, que es argentino e historiador-, la ética también se aplica a la materia. Verá usted, don Juan -ahora Oswaldo habla al tindayero que se llama Juan-. En Tindaya hay una clase de piedra de mucho valor, ¿me entendés? Para que vos tengás una idea, es como el mármol de Carrara, algo único.
-¿Carrara?
-Mire: Carrara es lugar de la Toscana, Italia, de allí era la madre de Marco, el de los dibujos animados…
-Ya le entiendo -dijo don Juan-, la madre de Marco… o sea, que Chillida se llama Marco.
-No, hombre, mira que sos boludo, -se impacientó el porteño-, Chillida se llamaba Eduardo; digo que en los alrededores de Carrara hay más de 500 canteras del mármol mejor del mundo. Allí sacaba sus bloques Miguel Angel Buonarroti.
-Buonarroti… ya.
-¡Sí, viejo, Miguel Angel! -gritó, en plena furia, el argentino-, el mejor escultor del mundo… de alguna parte hay que sacar la piedra, digo yo.
Al despedirme, quise saber la opinión de aquel campesino que con tanta hospitalidad nos había tratado.
-Dígame, don Juan, ¿qué opina usted?
-Hombre, qué quiere que le diga; me tiene confuso, y después de lo que me dijo su amigo, el que habla como los tangos, más confundido estoy. Aunque veo que nos han engañado, nos han dicho que el mejor escultor del mundo es Chillida y ahora resulta que no, que es ese Miguel Angel.
-Chillida era el mejor escultor vivo, cuando empezó el proyecto. Ahora está muerto.
-Lástima, acompaño en el sentimiento a su familia. ¿Y qué pasa con ese otro Miguel Angel Buonarroti?
-Que también está muerto.
-Ah, carajo, esa profesión de escultor debe ser muy peligrosa, todos están muertos. De todas formas, dé también mi más sentido pésame a su viuda.
-No hay viuda, Miguel Angel era…
-¡Ah, ya sé! ¡bígamo! -dijo el majorero con picardía.
-Eso.»
¿Saben ustedes de qué va esto?

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