No soy vidente, ni tan inteligente como Mozart o Einstein, ni tengo acceso a informaciones privilegiadas que podrían alumbrarme el camino. Es decir, soy un tipo normal, como lo son las personas de mi entorno, con las que hablo y veo que llegan a las mismas conclusiones que yo. Y, claro, me pregunto cómo es posible que quienes se supone que tienen muchos más datos y encima se rodean de muchas asesorías tomen decisiones disparatadas. Como ejemplo pondré que, cuando se celebró la Expo de Sevilla hubo inversionistas que metieron mucho dinero en construir hoteles lujosos que se llenarían durante los seis meses que duraba el evento, tiempo claramente insuficiente para amortizar. Se acabó la Expo y casi todos fueron a la quiebra. Tampoco lo entiendo, si la gente como yo ve de lejos que las cosas iban a ser así, ¿cómo es que grandes grupos empresariales no lo vieron? Pasó con la sobredimensión del mercado digital en la bolsa, dinero de humo que finalmente voló, y pasará con la nueva Ley del Suelo en Canarias, que es pan para hoy (si es que lo hay) y hambre para mañana. Se podría colegir que estamos en manos de gente muy torpe que mete la pata a lo grande sin saber que lo hace. No lo creo, aunque es verdad que cualquier tipo de poder genera ceguera, pero ¿tanta? Me temo que, con más razón porque tienen más datos y más medios, ellos también saben lo que va a pasar, pero se dejan llevar por la inercia o quién sabe por qué. Tal vez sea verdad que el mundo es una novela escrita por un loco y todo sigue funcionando por la lógica del caos.
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