Me molesta tanto el autodesprecio como el chauvinismo sin argumentos. Decía el escritor José María Gironella que el que cree que su tierra es la mejor del mundo es un ignorante, sobre todo si el único gran mérito de esa tierra es la de ser el lugar donde hemos visto la luz primera. Por el contrario, también porta el virus de la necedad quien desprecia su tierra y a su gente, como muchos canarios que siguen deslumbrándose desde que escuchan un acento peninsular o extranjero. Por eso me explayo cuando hablo de quesos canarios, cuya calidad y peculiaridad los colocan una y otra vez en el pelotón de cabeza del mundo. Tenemos otras cosas en menor grado de desarrollo, aunque merecen todos los apoyos, porque hay madera y espacio para crecer. Todo a su tiempo. En lo que sí somo líderes mundiales es en la creación de partidos políticos y el manejo de sus estatutos para que nos sirvan para una cosa y su contraria. En eso, somos invencibles.

No tenemos a los mejores del mundo en todo, solo faltaría, pero es obvio que sí que podemos sacar pecho cuando escuchamos los nombres y los logros de Agustín de Bethencourt, Galdós, Pinito del Oro, Manolo Millares, Oscar Domínguez, Alfredo Kraus, Teddy Bautista o media docena larga de futbolistas entre los más granado de la historia de este deporte. En ese sentido, puedo decirles que es muy valioso lo que se ha escrito y se escribe en Canarias, sobre todo en el último siglo alargado, a menudo por delante de lo que se ha hecho en otros espacios de la lengua. Nombres como Alonso Quesada, Mercedes Pinto, Ángel Guerra, Josefina de la Torre o Agustín Espinosa son banderas que podemos ondear con orgullo en la historia reciente de la literatura (ya, ya sé, Tomás Morales, Carmen Laforet, Pérez Minik… La lista, por fortuna, es orgullosamente amplia). Y con nuestras avanzadillas literarias me pasa como con el queso, que me lanzo de cabeza porque sé que hay mucho fondo.
Pero todavía tengo una noticia mejor: apenas cumplido el primer cuarto del siglo XXI, puedo certificar que ya están entre nosotros a pleno rendimiento los Tomás Morales, Mercedes pinto o Agustín Espinosa de esta centuria, mucho más acabados que aquellos solitarios pioneros de la literatura contemporánea en Canarias. Hablo de un grupo de mujeres y hombres, muy formados, con un gran talento y que se mueven con rigor en la poesía, la narrativa o el ensayo. Podría recitar una docena muy larga de nombres que se mueven alrededor de los 50 años, y que están poniendo las bases (de hecho, ya las han puesto) de esa literatura contemporánea con ambición de futuro. Aunque se difuminara la mitad de esos nombres, porque la vida es azarosa e imprevisible, la base está garantizada, y eso es motivo de gran alegría, y podemos salir por ahí presumiendo como con los quesos, de literatura de primer nivel.
Por eso llamo la atención a este fenómeno, que también puedo decir que pocos espacios del idioma pueden igualar en estos momentos. A la mayoría los conozco personalmente, y al resto a través de su obra, que habla por ellos. Y tienen, además, la virtud de remar en la misma dirección (siempre hay alguno que pierde el ritmo, pero pronto se recupera) y están, además, haciendo ese tránsito tan laborioso que fue la segunda mitad del siglo XX, en el que siempre estuvo la luz encendida, a pesar de las muchas carencias de ese tiempo.
Tengo que decir que tampoco es que la llegada de la democracia fuese una panacea. A los político, les encanta el cemento, los trenes e incluso algo cercano a las artes si se puede vender con ello el nombre de Canarias para llenarla de turistas. Para eso sirven los audiovisuales, la moda y los festivales de todo tipo de música. Pero, la verdad, la literatura siempre ha sido la pariente pobre. Así que, ha habido que hacerlo casi sin apoyos. Muchos dirán que no hay necesidad de apoyos. Pues en una tierra como la nuestra es necesario crear cauces, no primar a los cuatro paniaguados de siempre, y se ha hecho lo segundo, pero no lo primero, seguramente porque a unos pocos no les interesa la libre circulación del talento porque puede que ellos no dispongan de nada con entidad que mostrar. Esa es la historia de esta tierra, pero así y todo estamos en un momento mágico, y por el bien del futuro colectivo sería bueno que hubiera de verdad un impulso para se sepa la mina que hay aquí (les aseguro que no exagero).
Los últimos tiempos han sido una especie de festival literario, tanto en narrativa como en poesía. A veces no doy abasto a leer, pero es que es mucho y bueno lo que existe. Solo hay que pasearse por las bibliotecas y las librerías, porque también hay ensayo, investigación, divulgación y crítica, como las que pausadamente hacen algunos de nuestros valores como el constante e invencible Jonathan Allen, con una trayectoria importantísima, cuyo más reciente trabajo es sobre Kafka y el cine. También llama la atención el trabajo torrencial de edición, recuperación y crítica del profesor Victoriano Santana Sanjurjo, que es uno de los que conoce el filón que hay en nuestra literatura, con sus Soltadas trata de poner orden en esta leonera.
Y hablando de profesores, críticos y recuperadores, se me viene el nombre de Felipe García Landín, que, lo mismo que está siempre en la actualidad literaria y es uno de los notarios de lo que pasa, también mira el camino andado y por eso nos han dado trabajos interesantísimos sobre Pedro Lezcano o Ventura Doreste, y ahora, de la mano del gran poeta gomero Pedo García Cabrera no entrega A Vallehermoso fui por las islas. A Landín le interesan los grandes clásicos contemporáneos, pero también lo inmediato, que es siempre un escalón hacia el futuro.
Con esta gente y con los autores y autoras antes evocados es con lo que contamos, porque no veo que haya mayor interés por regar ese jardín, aunque sea una herencia sagrada que no estamos respetando. Lo mantendremos vivo, aunque sea regándolo gota a gota, porque me temo que vamos a tener que hacerlo solos, incluso soportando el desdén de un sistema que aplaude la ignorancia, pero aun así llamo la atención de los interesados, porque poco podemos esperar de una sociedad donde su ciudad más poblada, la que aspira a ser capital cultural, ni siquiera invierte las migajas de siempre para hacer una decorosa feria del libro. Pues miren, aunque no les guste, aquí se sigue escribiendo buena literatura, que se hace casi en la clandestinidad, y nuestros autores y autoras vivos ya formen parte del listado de los sospechosos habituales. Lo siento mucho.



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