En los viejos cómics con aire juvenil y en revistas semanales de doble intención en tiempos de declarada falta de libertad de expresión, la pólvora con la que se disparaba era el humor, una veces muy ingenuo e infantil, otras con una carga de profundidad que iba por debajo del entendimiento de la censura, a la que a menudo se le escapaban los torpedos que iban a la línea de flotación de la dictadura, esa de los años 60 y 70 del siglo pasado que ahora empiezan a llamar segundo franquismo, porque parece que era más suave que el sangriento de los años cuarenta y cincuenta que debió ser el primero en esta novedosa clasificación. No olvidemos que, por mucho que llamen a esos últimos 15 años de dictadura el segundo franquismo, había persecución política, nacionalcatolicismo disfrazado, desigualdad social clasista y criminal y seguían funcionando las cárceles, los consejos de guerra con tribunales militares con reos civiles, leyes que da vergüenza solo nombrarlas, la máquina del garrote vil y los pelotones de fusilamiento.
El llamado milagro económico de los años sesenta no fue tal. Los historiadores más economicistas suelen afirmar que lo que en realidad sucedió es que se reanudaron algunas de las políticas desarrollistas que ya estaban funcionando en los años treinta, e incluso algunas que venían de la dictadura de Primo de Rivera. Con el final de la guerra civil, España se convirtió en una autarquía, por propia vocación de aislacionismo y porque hubo un bloqueo internacional que saltó muy pronto por los aires, cuando el presidente Truman no quiso acabar con la dictadura franquista porque era un freno frente Stalin. Es decir, el miedo a que en España se instalase una república socialista fue la causa de que Franco durase tanto en el poder, y le fueron dando migajas, aunque se las cobraban a precio de oro con la presencia de las bases militares norteamericanas, que no eran la OTAN, pero como si lo fueran.
Todo sucedió después de la visita de Eisenhower que bendijo a Franco en coche descubierto por la Avenida de la Castellana (la visita duró exactamente 18 horas y 15 minutos, casi siempre de noche) entre la media tarde del 21 al amanecer del 22 de diciembre de 1959. Franco se había sacado el Gordo de Navidad justo diez días antes de que empezara 1960. Al quitar el tapón los norteamericanos, empezaron las inversiones y España creció desaforadamente, se produjo el éxodo rural y se inyectó mucho dinero en la industria, especialmente en Cataluña, Euskadi (perdón, provincias vascongadas) y los astilleros del Cantábrico y el Mediterráneo. Pero ese crecimiento asustó a Franco, y en 1964 redujo la marcha, pero, así y todo, entre 1960 y la crisis del petróleo de 1973 España crecía al 7% anual de media. Y puedo haber sido más, pero en todo caso no fue un milagro franquista, lo que sucedió es que la expansión económica se produjo, precisamente porque Franco dejó atrás sus políticas aislacionistas. Da vértigo pensar cual habría sido el potencial de España simplemente dejándose llevar por el movimiento natural de la economía desde 1945, si en 1975 en solo 15 años, había pasado de la nada a ser la 10ª potencia industrial del mundo.
Todo ese brillo de oropel, que se vendía con suecas en bikini cambió la economía, eso es innegable, pero poco incidió en lo social, pues la Iglesia Católica seguía recibiendo a Franco en las catedrales bajo palio, y todo se ponía muy oscuro desde que se acababan las infumables películas en color de Paco Martínez Soria y compañía. Represión, ausencia de libertad, clasismo que daba urticaria y machismo que hacía temblar. El segundo franquismo quiere ahora tapar tanta miseria moral y política con un Seat 600 y unos programas de televisión sabatinos que perpetuaban los roles sociales, sexuales ideológicos y de toda índole que eran lo opuesto a los derechos más elementales. Las cárceles y las ejecuciones eran un escarmiento, pero los españolitos seguían bajo la bota que a menudo les obligaban a besar.
Es obvio que, con esa apertura económica hubo otra social, y por suerte pasamos de tener solo a Joselito y a Lola Flores a que empezara a haber otras músicas, otros libros que llegaban de México y Argentina y que aquí no se editaban y hasta empezó un nuevo cine, que con mucha inteligencia iba abriendo mentes. Pero el pastel gordo estaba bajo control. Aunque a la muerte de Franco ya no estaba el dique férreo de Carrero Blanco, ya estaban los mimbres bien atados, como solía decir el dictador. Y esos amarres se niegan a desaparecer, siguen ahí, y la prueba es que, si miramos hacia atrás, las ilusiones y los proyectos democráticos que muchos vivimos, ahora nos parecen un sueño.
Y vuelvo a aquellas revistas de las que hablaba al principio, que eran una manera de leer entre líneas lo que pasaba. Había supuestos chistes que eran proclamas. Como muestra dos de ellos: “Cuando un bosque se quema, algo suyo se quema, señor conde” que reescribía el lema de la campaña contra los incendios forestales, o “Parte meteorológico: Un fresco general procedente de Galicia reina en toda España” (sin comentarios).
Esa es la historia, y es a la que quieren que volvamos. Nadie dialoga, todos mientes y la gente sufre porque por lo visto no interesa que haya acuerdos políticos. Cuando vemos las diversas interpretaciones que se están haciendo de la carta de Ursula von der Leyen sobre el fenómeno migratorio, dan ganas de llorar. Por mucho que la leo no encuentro el renglón donde dice que el gobierno se niega a que la UE apoye a España en la tutela de menores no acompañados. Y de paso, habría que decirle a la jefa de la Comisión Europea que podría ser más clarita en su epistolario, para que nadie pueda coger el rábano por las hojas de las ambigüedades que siembran toda la carta, cuyo estilo sería digno del surrealismo pachanguero de la sección “Diálogo para besugos” que tan popular se hizo en los años que comentamos. Jugar con las palabras puede ser hasta divertido, pero no lo es cuando se juega con las cosas de comer; si va en ello la vida y la dignidad de seres humanos, roza lo criminal. Mentir flojito también es mentir.
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