Aparece con demasiada frecuencia la palabra fascismo en acusaciones con claro matiz electoralista, y tengo la impresión de que se usa muy a la ligera, porque el significado de esta palabra es tan atemorizante como confuso. Y hay que tener cuidado porque puede esconderse muy bien, aparentar ser otra cosa, y es así desde que el término surgió en la Italia de Mussolini, y se completó la tripleta histórica con los nazis alemanes (nacionalsocialismo) y el régimen de Franco, que se escudó en unas siglas (FET y de las JONS) que supuestamente aunaban diversas corrientes pero que en realidad no aclaraban gran cosa. Es decir, el fascismo es de difícil definición, porque los tres mencionados son distintos entre sí, y cada uno evolucionó a su vez según necesidades. Luego ha habido otros regímenes que se han proclamado fascistas, pero en cada uno de ellos la doctrina tiene su propia línea, a veces incluso contraria a la de otros regímenes que supuestamente son de igual signo. Pero el fascismo puede aparecer hasta en posiciones que precisamente dicen luchar contra él. Es muy resbaladizo.
Por lo tanto, dada la confusión teórica que ni eminencias como Noam Chomsky han conseguido descifrar, apenas hay doctrina común como sucede con otros movimientos políticos. A partir de ahí, los nazis tenían un fuerte componente racial (de raza superior), Mussolini decía ser depositario del viejo Imperio Romano y Franco se parapetó detrás de lo que llamó Nacionalcatolicismo. Es decir, no hay dos iguales, pero básicamente podemos deducir la esencia del fascismo por los hechos a que dieron lugar, y estos son muy claros: un liderazgo personalista y omnímodo que no solo estaba por encima de las leyes sino que las generaba a su capricho, la creación propagandística de enemigos internos y externos que confluyen para dañar al Estado que dicen querer salvar o engrandecer y la negación absoluta de la democracia liberal a la que consideraban una lacra. Y otro más: una crueldad infinita.
El Estado es lo que sale de la cabeza del dictador, por lo que sobran partidos y sindicatos y solo existe el del que el líder es oráculo supremo, que hoy puede proponer enramar y mañana desenramar. Lo que diga el Mesías. Es indiscutible que se trata de un sistema totalitario, basado en la exacerbación del nacionalismo que iguala territorio, pueblo, partido y Estado, con la figura providencial del líder, a quien se le atribuye una especie de ciencia infusa que a nadie se le ocurre discutir. Esto es lo que explica por qué expertos mariscales alemanes obedecían las enloquecidas órdenes militares de Hitler, que cualquier conocedor de la milicia diagnosticaría como error básico. Pero el líder nunca se equivoca.
A estas alturas, podemos deducir que el fascismo va más allá de aquel célebre trío. Esa forma de totalitarismo impregna cualquier poder que se muestra como la única vía para cruzar el Mar Rojo. Se presenta como factor indispensable para salvar al pueblo del enemigo que siempre es parte de ese pueblo y que hay que erradicar porque son malos patriotas. Sea de un matiz o de otro, se apoye en delirios esotéricos como el nazismo, en nostalgias del pasado imperial como el fascio italiano o en una religión de la que España era “la reserva espiritual de Occidente”, el resultado es la absoluta pérdida de libertad, la perpetuación de las clases, la negación de los Derechos Humanos y como medio para conseguirlo la instauración de una sistema basado en el terror. Una de las vías para llegar al fascismo excluyente y dañino suele ser siempre el nacionalismo, y aunque se etiquetan de muchos tipos (centrígugos o centrípetos, unionistas o separatistas, de izquierdas o de derechas), como dice el editorial de esta semana de la revista francesa Charlie Hebdo, refiriéndose al momento actual en Catalunya, “los nacionalistas de derechas y los de izquierdas tienen algo en común: el nacionalismo”. Hace casi un siglo que Stefan Zweig advirtió sobre ello y nadie le hizo caso. Las consecuencias ahogaron en sangre el siglo XX.
Otro nacionalismo, el españolista (que no español), ha ido extremando sus discursos en distintos carriles, según cuál de los tres partidos que lo representan hable. El problema es que el más extremo, el recién llegado, le come la tostada a los otros dos porque lo necesitan para formar mayorías, y las consecuencias las estamos viendo ya en Andalucía y en la Comunidad de Madrid, donde un partido minoritario marca el ritmo del baile porque la supuesta derecha moderada tradicional es capaz de todo por tocar poder. Así que, hay que abrir bien los ojos, porque el fascismo es un veneno letal, y se contagia de muchas maneras. En eso son expertas las aristocracias del poder y del dinero, que se disfrazan de lo que haga falta para seguir controlando la riqueza y generando miseria. Lo que no consigo entender es por qué quienes se dicen progresistas y demócratas (omito el término “izquierda” para no crear confusión) le siguen el juego suicida a las élites y asumen doctrinas delirantes. ¿Es otra vez el conejo en la chistera? Yo solo pregunto.
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