Refundar el Estado

Catalunya. Sí, Catalunya. Hay demasiadas opiniones, soflamas, mensajes, recomendaciones y advertencias, y no tengo datos reales ni academia para interpretarlos si los tuviera y menos aperos aun para proponer soluciones mágicas. Por lo tanto, es irrelevante lo que diga un tipo como yo, cuyo único aval es que tiene un escritorio (y lo usa, no como el que comentaba Alonso Quesada), que publica sus columnas en un diario digital a dos mil kilómetros del conflicto. Solo puedo constatar que unos, otros o todos están equivocándose, y la demostración tangible de lo laberíntico de la situación es que ha obligado a aplazar uno de los encuentros de fútbol más esperados y con más intereses económicos sobre la mesa. Un Barça-Real Madrid solo se suspende por terremoto, huracán o inundación bíblica, lo que da una idea de la gravedad del momento.

Ah, sí España; no, hablaba de Catalunya, pero en realidad sí que se trata de España. ¡Uf! España. En 1975, a la pregunta de ¿y después de Franco qué? parecieron responder unos señores (entonces esto era cosa solo de hombres) muy providenciales, magos de cabaret ¡ale hop, he aquí una democracia, toma ya! De golpe éramos libres, como los escandinavos o los holandeses. Los procuradores de aquellas Cortes franquistas se suicidaron generosamente al votar una ley ¿improvisada? que daría paso a elecciones y Cortes Constituyentes, las que redactaron la Constitución de 1978, aprobada luego por el país entero en referéndum el 6 de diciembre. Republicanos con pedigrí tragaron con la monarquía, y hasta el Partido Comunista aceptó cambiar la bandera republicana del exilio por la rojigualda. Aquello era Jauja, el Día de San Valentín político.

Había tanta esperanza en el nuevo juguete que nadie calculó que tanta generosidad resultaba insólita en quienes tan vorazmente llevaban décadas agarrados al poder absoluto a fuego y sangre (literal); esa Carta Magna ya votada llevaba una clave secreta, pues fue firmada por el rey Juan Carlos el 27 de diciembre y publicada el 29; tampoco nadie cayó en que entre esas dos fechas está el 28 de diciembre, Día de los Inocentes. Bueno, algunos sí, que bromeaban con que, si la Constitución de 1812 fue rebautizada por el salero gaditano como “La Pepa” por haber sido proclamada el día de San José, esta debía llamarse Inocencia, por rozar el día de las bromas en nuestro ámbito cultural. Y la chanza en realidad no era tal, porque ya se ha visto que fue una perfecta jugada de trileros, pero había tanta la ilusión y tanta falsa seguridad sobre en qué cubilete estaba el garbanzo que nadie le miró la dentadura al jamelgo.

Quienes no creyeron que aquello fuera tan fácil sospechaban que en la trastienda seguramente se habrían hecho concesiones, que se irían rectificando cuando perdieran fuerza los llamados entonces poderes fácticos. Han pasado más de cuarenta años, trece legislaturas y siete Presidentes; ha ocurrido lo contrario, se han reafirmado las estructuras de lo que entonces se dio en llamar franquismo sociológico. El problema es España, que hoy es Catalunya y mañana podría ser cualquier otro territorio. El Estado de las Autonomía surge del Artículo 2 y se desarrolla en el Título VIII de esa Constitución, y consistía en un acuerdo entre Las Cortes Generales del Estado y los territorios que pretendieran el autogobierno. Para las reformas de dichos estatutos, el diálogo político es entre el Parlamento estatal y el ya autonómico. Cuando hay acuerdo, ya está, salvo en los territorios históricos (como si los demás no tuvieran historia), en los que la rúbrica es el referéndum. Eso es lo que se hizo con el nuevo Estatut de Catalunya. Que luego el Tribunal Constitucional lo rectificara choca con lo que está escrito en la norma que se invoca y determina una quiebra de lo que dice la propia Constitución. No habla un tipo que tiene escritorio y lo usa; lo toma de lo que afirman reputados especialistas en Derecho Constitucional, algunos a voz en grito, como el catedrático Javier Pérez Royo, quien desde que en 2010 el Tribunal Constitucional dictaminó sobre el Estatut de Catalunya de 2006 viene advirtiendo sobre las posibles -ya reales- consecuencias de tal veredicto.

Por eso, cuando decimos Catalunya podemos decir España, porque esa quiebra del acuerdo originario que vienen ignorando los gobiernos centrales (Zapatero fue el único que actuó en este asunto siguiendo al pie de la letra la Constitución) afecta a cualquier autonomía y por lo tanto al conjunto del Estado. El conflicto no surge de la reforma del Estatut sino de la sentencia de TC de 2010, y si quieren de los recursos presentados ante ese tribunal. Las soluciones jurídicas se han agotado, por lo tanto es verdad que para salir de este laberinto hace falta imaginación, y desde luego no exculpo a los dirigentes del procés, que con su radicalismo no están ayudando a la necesaria reformulación del Estado. En ambos lados se está usando la demagogia, la mentira y la propaganda en la peor de sus acepciones.

Los discursos incendiarios de los constitucionalistas (a ver si un día revelan de que constitución hablan, porque la de 1978 la han machacado por activa y por pasiva) quieren embarcar a toda España en su idea inamovible. No se trata solo de Catalunya, es más complejo y a la vez más simple. De nada sirve fiarlo todo a los tribunales y la fuerza, sea la policial o de los comandos violentos que han actuado estos días en Catalunya. La violencia y el arrebato solo sirven para ahondar diferencias, y ese mínimo pacto contra el uso de violencia es hoy imprescindible, pero no se vislumbra el acuerdo de verdad, el que tiene que ir al origen y por lo tanto a iniciar el camino de una solución real, porque para esto no sirven arreglos policiales, jurídicos o reivindicativos. A estas alturas, los dirigentes del procés deberían saber que sus ardides, sus mensajes políglotas y su uso partidista de las instituciones tampoco ha servido para sus propósitos, si es que alguna vez los tuvieron. También podrían hacer un ejercicio de responsabilidad. Es una lástima que los intereses de los poderosos de una y otra parte estén arrastrando al pueblo llano a un callejón político muy angosto. Pero ellos, los que pueden, en vez de buscar una salida real al conflicto, siguen atentos a las fluctuaciones del Ibex-35.

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