Los claveles portugueses de Celeste Martins
Celeste Martins Caseiro vivía en las afueras de Lisboa, en Frexeira, y trabajaba de camarera en un bar que nunca cerraba y que daba café, bocadillos y urgentes filetes de carne y pescado hechos en la plancha de gas butano que estaba detrás de la barra. Allí paraban los puesteros del mercado de la rúa de São Bento, cerca del palacete en el que residía el Presidente Caetano, que seis años antes había sustituido a Oliveira Salazar, el creador en 1933 de una dictadura que llamó eufemísticamente Estado Novo. También llenaban las madrugadas y amaneceres del bar los transeúntes que tenían alguna actividad relacionada con el mercado. Celeste completaba sus ingresos de camarera madrugadora vendiendo claveles a los clientes. En media ciudad era conocida como “La Camarera Florista”.
La medianoche del 24 al 25 de abril de 1974, después de que la canción Grândola, Vila Morena sonara por la radio en la voz de José Afonso como contraseña, los militares salieron de sus cuarteles, dispuestos a terminar con aquella dictadura que sobrepasaba ya los cuarenta años, y que estaba costando a Portugal el sacrificio de jóvenes, soldados por obligación, en las guerras coloniales. Por la puerta del bar donde trabajaba Celeste pasaban los tanques, que se dirigían a rodear la residencia presidencial de São Bento. Aquella madrugada, casi no tuvo trabajo, nadie se atrevía a salir a la calle, y por ello tampoco pudo vender las dos docenas claveles que había traído para esa jornada.

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Pero los Derechos de Autor no es lo más me preocupa. En Canarias, la pequeñez del mercado apenas permite que sobrevivan las editoriales y los derechos son más bien simbólicos. Lo que de verdad me causa tristeza es la falta de respeto hacia quienes escriben con honestidad. Este 23 de abril reivindico a los escritores y escritoras, que son quienes durante siglos han mantenido encendida la luz del pensamiento y del idioma. Pero eso tampoco parece importar, y he oído muchas veces frases que vienen a demostrar el poco aprecio que se tiene por la cultura, poco menos que hacen un favor a quien escribe cuando lo leen, o cuando por compromiso compran un libro. Leer un libro no es dar una limosna a quien lo ha escrito; si es por eso, mejor no hagan favores, no lean o lean lo que les plazca, pero no debe olvidarse que eso lo escribió alguien y a él o ella se le debe. Ya dijo Machado: «Al cabo nada os debo, me debéis cuanto escribo». Pues eso.