Este febrero que nos deja ha sido raro, otro momento en el que suele repetirse la frase de que estamos clausurando una época, lo cual es cierto, pero también lo es que según se mire, porque la época de las grandes figuras melódicas forma parte de la historia de muchas personas, pero no tengo claro si esa época se clausuró con Modugno, con Sinatra o con Nat King Cole, o habrá que esperar a que cierren su carpeta Aznavour y Tony Benet. Tampoco sé si otra vertiente de la música cerró cuando desaparecieron Nina Simone o Ella Fitzgeral, o dará el carpetazo final con la inminente retirada de la inalcanzable Aretha Franklin. Tal vez esta semana cerró la conexión parisina del arte canario con la muerte de Juan Hidalgo, y que siempre tuvo un hilo de seda, fuera con Oscar Domínguez, con Juan Márquez o con Blas Sánchez. Hidalgo fue atrevido, innovador e iconoclasta, aunque de alguna manera eso acabó convirtiéndose en una especie de academia de la creatividad. Al verlo en el CAAM durante el inicio del gran viaje, dormido y silente, desprecoupado, pensé que de alguna forma nos dejaba la responsabilidad de seguir con la imaginación alerta. Seguramente la imaginación, la creatividad y el humor (Juan Hidalgo lo utilizaba) sean las únicas armas que tenemos para afrontar un mundo que cada día es más cerrado y cruel. Como decíamos hace una semana con Forges, ahora también sentimos que notaremos la falta del hombro de Juan Hidalgo en la empresa común. Y es que no abundan hombros fuertes. Ahora son memoria, y la memoria es siempre un homenaje.
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