Santiago Gil, mucho más que «2»

Vuelvo a definir a Santiago Gil por enésima vez como el escritor que tiene un periscopio siempre fuera del agua para ver qué ocurre alrededor de los 360 grados de la vida. Pero no se limita con ver e informar de lo que ve, sino que indaga y deduce qué significa cada una de las cosas que atraviesan el juego de espejos de su mecanismo observatorio. Tiene la facultad de escarbar en los sentimientos más ocultos de sus personajes, que indefectiblemente son perdedores, o al menos se ocupa de los momentos en que el alma humana es poseída por la certeza del abandono y la desolación.

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Esos momentos oscuros son comunes a todos los seres humanos, aun a los que parecen brillar sobre la peana de oropel de los triunfadores. Desde ese punto de vista, el novelista rebusca en el territorio más íntimo, ese que nadie comparte ni con la persona más cercana. Cualquiera que conozca a Santiago en su vida personal puede encontrar una gran divergencia entre su manera de ser y en los mundos que crea en sus novelas. Es un hombre jovial, alegre y extrovertido, un arquetipo que raramente vemos en sus páginas. Cuando se calza el uniforme de novelista, trata de encontrar ese otro yo que existe en todos nosotros. Sus libros no suelen ser una verbena, y cuando el humor aparece lo hace de una manera tan dura que pasa a formar parte del retrato de esos personajes, que a veces ríen hasta sin motivo.
Escribir en ese filo de la navaja, usando técnicas que a menudo contravienen la lógica cotidiana, es un ejercicio literario de una enorme dificultad. Para trasladar ese camino por la naturaleza humana sin perder el pulso hay que tener un don. Casi diría que a Santiago lo que menos le interesa de la novela es la historia, persigue sobre todo las consecuencias de la vida, la historia sirve como detonante, pero el corazón de sus novelas está en la puesta en funcionamiento de un proceso reflexivo en el que quien lee se coloca en primera fila para tratar de ver lo que el novelista quiere que vea. La prosa exacta es su secreto fundamental, cada palabra está en el sitio que conviene, como las piedras de un arco ojival; la narración es la campana que toca a rebato hacia la reflexión; pero cuando encontramos a Santiago Gil en estado puro es cuando recrea esos mundos ambiguos, contradictorios y a menudo doloroso, es decir, cuando llega a toda su capacidad como novelista.
2 es una novela corta que se expande cuando llega a manos del lector, porque en ella hay otras novelas, otras reflexiones, otras salidas posibles que no estás expresadas pero que surgen. Cada lector encontrará la suya. Es Santiago un autor que confiesa su admiración por Stendhal, pero su obra es más centroeuropea. No sé si estos autores serán habituales en su biblioteca, pero al leerlo resuenan al fondo el pesimismo creativo de autores del corte de Thomas Bernhard, el más reflexivo Kundera e incluso de la poesía duramente humanista de la última fase creativa de la poeta Wisława Szymborska. Desde ese punto de vista, parece entroncar poco con esa otra vertiente canaria que viene de América, aunque no todo en el oeste del idioma es narración sin tregua; también hay corrientes reflexivas más allá de la fanfarria narrativa habitual que todos celebramos, que vienen de Onetti y más atrás y que en la actualidad tienen en su cima a autores como el peruano Alonso Cueto.
La nueva novela de Santiago Gil, que tiene un título tan corto como rotundo, usa el número 2, en cifras, como elemento contradictorio, que toma las relaciones gemelares como recurso para reflexionar sobre la dualidad que todos arrastramos. Y es que en las novelas de Santiago Gil, nada existe por azar.

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