La he visto de cerca, y es la sobriedad, con una parsimoniosa cadencia de ballet en sus manos; viste con la sencillez de la elegancia innata, y mira con distancia, como solo saben hacerlo las damas del éter. Es hermosa, atemporal, con apariencia de pantera negra que se sabe dominadora de su territorio aunque no mueva un solo centímetro de su piel. Posee lo que los ingleses llaman un toque de distinción, pero se percibe que es humana, que hay cosas que pueden agredirla, que es tan vulnerable como cualquier otro animal de tierra. Siente, ama, ríe, llora, duda y teme como cualquier mujer, y se llama Cristina María del Pino Segura. La veo salir a la pista entre las lonas de la carpa. Oigo a un maestro de ceremonias que dice palabras que la enaltecen mientras redoblan los timbales del ¡más difícil todavía! Me cruzo con ella, todavía es humana, veo la duda en su rostro y el miedo en sus ojos. Es elegante, distinguida, pero sigo percibiendo un halo de vulnerabilidad, una prevención gatuna que la pone a la defensiva porque sigue siendo una mujer.
La sombra femenina escala el circo. Los timbales redoblan con más fuerza, y el hombre de chaqué dorado que la presenta pide silencio, porque peligra la vida de la artista. Ya está en la cofa del circo, esperando el momento de asirse al trapecio balanceante, que viene y va a sus pies. Desde abajo, aún la noto dudar, la veo mujer, pantera negra que defiende su territorio. El corazón del circo es un puño, solo ella ríe, volando hasta agarrarse al balanceo del trapecio. Es entonces cuando recae sobre ella una luminaria. Se encarama en el trapecio, desafía a Newton, empieza a transformarse. La luz se vuelve dorada, y la mujer la absorbe hasta que de ella emana una resplandor áureo, cegador, imposible. Ya no es humana; no se perciben en ella rasgos felinos, ni dudas, ni miedos. Es dueña del espacio, no necesita luz, ella la emite, es una estrella, una diosa del aire. Todo es oro sobre el trapecio, la elegancia se ha tornado divinidad, la incertidumbre es ahora dominio absoluto del éter, el aire se arrodilla, tiranizado por la levedad de un cuerpo que vuela sin alas. Cientos de ojos permanecen clavados en la trayectoria balanceante del equilibrio imposible. Nadie tiene miedo, saben que la ley de la gravedad ha sido anulada por el poder de una diosa dorada, que antes fue una mujer, Cristina María del Pino Segura, pero que ahora, que ya es eterno resplandor y aúrea levedad, solo puede llamarse PINITO DEL ORO.
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