La vergüenza de pensar

Creo que hemos entrado en una dinámica en la que ya se presume de odiar el conocimiento, el pensamiento y la sensibilidad. Es el resultado de una estrategia perfectamente diseñada desde hace décadas y que ha llegado a su plenitud. Aunque hoy las nuevas tecnologías parecen haber desplazado teóricamente a la televisión, al final los móviles y las tablets son pequeños televisores, y todo lo que sucede en las cadenas generalistas se repica en las redes sociales, por lo que viene a dar igual el número de televidentes porque luego eso se repetirá en las redes sociales hasta que todo el mundo conozca la nueva barrabasada que servirá para desmovilizar las mentes y continuar con el embrutecimiento de unos y el enriquecimiento de otros.

DSCNtyo.JPGPor motivos personales, he estado varias semanas metido en casa, y como uno no puede estar permanentemente leyendo a Shopenhauer, la radio y la televisión han sido mis escapes. Ya lo sabía, pero vivirlo ha sido deprimente. Lo más interesante que conseguí ver fue un partido de fútbol (no suelo aguantarlo entero), y aunque el partido era malo y encima perdió el equipo con el me hice cómplice (si no no tiene gracia) era gloria bendita comparado con todo lo demás. Hasta los noticiarios están repletos de estupideces. Los que atacan el fútbol como opio del pueblo tendrían que ver de qué va el resto de la programación televisiva.
No soy de los que mean colonia, porque siempre me gustaron los programas de entretenimiento, antaño fui un seguidor de las entrevistas de Iñigo y Mercedes Milá, de las actuaciones musicales de los cantantes de moda y, por supuesto, de las películas. Es decir, tampoco soy tan exigente. Pero es que ni ese nivel mínimo existe. Con la disculpa de las audiencias, todo es basura, puesto que ya las cadenas apenas hacen ficción y acabarán por no comprar películas porque les sale más barato y más rentable volver a los cotilleos casposos una y otra vez, a todas horas, y casi me atrevo a decir que lo supuestos debates políticos ya rozan ese estilo zafio y ramplón. Por imitación, se pierde la dignidad. Es como si pensar fuese una vergüenza. No estoy cabreado, estoy desolado de pura impotencia.

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