La contradicción de los sistemas educativos
Ahora que nace la enésima ley educativa en nuestro país, cabe preguntarse por el sentido del diseño de cualquier sistema educativo. El asunto encierra una contradicción en sí mismo, porque antaño, cuando la evolución de las sociedades era lentísima y podía preverse con bastante probabilidad cómo serían las cosas en los siguientes 30 o 40 años, tenía sentido proyectar un sistema que sirviera para desenvolverse en una sociedad que ya sabíamos más o menos cuál iba a ser. Desde hace más de un cuarto de siglo estas previsiones se han manifestado imposibles, porque todo cambia tan deprisa y en direcciones tan dispares que no podemos estar seguros ni por aproximación cómo será el mundo dentro de diez años. Y ese es el problema, que estamos viendo en esa multitud de jóvenes muy preparados que no encuentran sitio en el engranaje actual. Me entra la risa y el pánico cuando escucho decir a dirigentes políticos que hay que cambiar el sistema de preparación de profesores. Y se hace hablando de un problema actual, que seguramente será otro dentro de cinco años. Encima, esas nuevas hornadas de profesores no acceden a las aulas, que siguen ocupadas por profesorado que en los últimos cuarenta años, desde la Ley Villar Palasí de 1970, han visto cómo en períodos muy cortos les hacían cambiar el paso, siempre a remolque de lo que iba ocurriendo y no de lo que podría suceder solo diez años después. De manera que el desafío educativo es tremendo, porque en ello nos va el futuro, y las respuestas institucionales inciden en la inútil hiperburocratización de los procesos, limitación de inversiones, desautorización del profesorado y redacción de leyes cuya única aportación novedosa es otra vuelta de tuerca a la ideologización. ¿Cuándo podremos vislumbrar un sistema estrictamente técnico, que prepare a los profesores en una línea que valore la necesidad del cambio constante, porque este mundo lo exige así?