Nada contra los católicos

zzFoto0093.JPGRespeto muchísimo a los creyentes católicos, no en vano esa ha sido la fe de mis mayores, lo mismo que respeto otras creencias (y no creencias) religiosas. La relación del ser humano con la transcendencia es algo tan íntimo que no puede ser proclamado en un púlpito. Lo que no respeto, porque no es respetable, es el comportamiento de la jerarquía católica, que sigue agazapada detrás de unos privilegios medievales en un estado supuestamente laico. Y si España, en las actuales circunstancias, es un estado laico, que baje Dios y lo vea (y no es un chiste malo). ¿Dios representado en La Tierra por quienes han estado al lado de los tiranos, que han sido cómplice de genocidios históricos, que han callado cuando debieron hablar?
Mucha razón tenía Jesucristo cuando decía que los ricos serían bienaventurados porque heredarán La Tierra. Claro, La Iglesia es rica, y tiene poder, bienaventurada. Y hasta hubo un obispo de Canarias que se permitió llamar la atención en público a los legítimos representantes del pueblo, y los amenazó con no invitarlos al Pino. ¿Es que El Pino es de La Iglesia? Las Fiestas del Pino son, además de un acto religioso, una tradición popular, parte de nuestra cultura y de nuestra historia. El fundamentalismo crece en la misma medida que la hipocresía en la jerarquía eclesiástica, y ya es hora de que se acabe tanto privilegio y tanta chorrada, que estamos en el siglo XXI y ya pasaron los tiempos en que un obispo nos impedía bailar o bañarnos en la playa. Como me parece legítimo que se celebren todas las jornadas que deseen, nadie puede prohibirnos ir de romería a Teror, a comer carajacas y a tomar vino (pero sin ponerse al volante, eh). Bonito fuera…
De todas formas, sea Bienvenido Benedicto XVI.

2 opiniones en “Nada contra los católicos”

  1. Las protestas contra la visita del Papa no tienen como objetivo criticar las creencias de nadie -faltaría más: que cada uno crea lo que quiera; para eso existe la libertad de expresión y de creencias- sino otros aspectos de la religión católica que tiene que ver con aspectos públicos de la ciudadanía, valga la redundancia.
    Y es que, para empezar, la ciudadanía es un colectivo mucho más amplio que el colectivo de los ciudadanos católicos, aunque estos sean mayoría.
    Si de lo que lo que se trata es de respeto, que empiece la Iglesia católica por respetar la disidencia, es decir, el hecho de que existan personas que no desean regir su vida bajo los preceptos católicos.
    Los no católicos respetan que los católicos deseen dirigir su vida bajo preceptos que ellos mismos han elegido y que dan sentido a su vida, pero el problema radica en que no ocurre lo mismo al revés.
    La jerarquía eclesiástica pretende dictar no sólo a los católicos -que son los ÚNICOS que deben defender y profesar sus creencias- sino también a los no católicos cómo tienen que vivir, cómo tienen que pensar, cómo tienen que actuar, cómo tienen que gobernar, etc. Y a los que no profesan sus creencias los denominan «asesinos» -por ejemplo, a las mujeres abortistas-, «enfermos» o «desviados» -a los homosexuales- y, en general, trata con actitud de menosprecio y superioridad -como si solamente ellos estuviesen en posesión de la VERDAD- a todos los que no comulgan con sus ideas.
    Y esto es lo que resulta inconcebible a estas alturas. El circo mediático que se ha montado con la visita del Papa recuerda a los tiempos del nacionalcatolicismo -aunque a la mayoría de los católicos no les guste escuchar esto-, en los que la alianza entre Estado e Iglesia era uno de los pilares básicos.
    ¿Respeto? Que empiece la Iglesia por respetar otras opciones de vida diferente a la suya, que no interfiera tanto en los asuntos públicos y que asuma de una vez por todas que en un Estado laico la religión es un asunto estrictamente privado. Sólo así se asegura una convivencia pacífica en la cual nadie, católicos y no católicos, sentirá que sus creencias personales son vulneradas.

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