La memoria lingüística de Canarias y la conformación de las palabras que usamos ha tenido y tiene grandes valedores: Pérez Vidal, Manuel Alvar, Pancho Guerra, Marcial Morera, Francisco Navarro Artiles… Maximiano Trapero es uno de ellos, y no el de menor calado precisamente, porque a su reconocida autoridad sobre oralidad (sus trabajos sobre el romancero son insoslayables), que rebasa las fronteras insulares y españolas para ser una de las máximas figuras vivas de nuestra lengua en este campo, une un trabajo de búsqueda, recopilación, restauración y hasta rescate que lo lleva de un pago de La Gomera donde habla con una anciana informante hasta un complicado archivo o una biblioteca borgeana. Siempre sus publicaciones o una simple conversación cotidiana con él están presididas por el argumento más riguroso si es que hablamos de oralidad, repentismo, toponimia o lingüística en general, aderezando siempre sus palabras con su vasto conocimiento de la historia y la literatura anexas a los temas que hablamos. Sería lo que los novecentistas empezaron a llamar polígrafo, para referirse a Menéndez Pidal. A cuatro manos, junto a Eladio Santana Martel y bajo el estandarte editorial de la Fundación César Manrique, ha estudiado, revisado y ampliado la Toponimia de Lanzarote y los islotes de su demarcación, trabajo recogido en su día por el insigne académico don Manuel Alvar. Esta vez, Trapero recorre de nuevo caminos ya transitados donde él siempre encuentra algo nuevo. Gracias a Maximiano Trapero conocemos mucho más de la esencia de Canarias.
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