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Un baremo sociológico muy peculiar

Si es cierto que el fútbol es un botón de muestra de la sociedad, vamos listos. Yo no creo que sea así, pero sí que en sus alrededores se ve la radiografía de lo que realmente interesa. Podríamos decir que el cotilleo futbolístico es un baremo del pensamiento colectivo, y eso es lo que me hace temblar.
canes.jpgEl domingo el Tenerife puede ser matemáticamente equipo de Primera División, y si no lo será el domingo siguiente, porque tendría que ocurrir una catástrofe para que no ascendiera. Yo no lo celebraría, porque ya saben que para mí el fútbol es sólo eso, fútbol, y salir a la calle en procesión no me sale en ningún caso, pero sí que me alegraría que un equipo canario estuviese entre los grandes.
Con motivo de este hecho meramente deportivo, salen a flote los fanatismos viscerales y los debates estériles. Cuando tenemos el índice más alto de paro del Estado, cuando atravesamos un momento en el que hay que plantearse cuestiones económicas muy duras para el futuro, cuando el mundo pende de que a cuatro locos les dé por apretar un botón, o asistimos a noticias como que narcos que operan en Canarias pasaban dinero a células islamistas, me parece suicida andar en si le quitamos o no el «Gran» a Gran Canaria, en si volvemos a la provincia única anterior a 1927, o si por el contrario avanzamos hacia la doble autonomía. Viendo estas cosas, me da la impresión de que andamos por los años setenta o que hay mucha gente que no ve cómo está el mundo más allá de La Isleta y de Anaga. Por ello creo que el fútbol es un baremo sociológico muy peculiar.

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La espada de Fernando Álamo

No sé si se habrán percatado -yo acabo de hacerlo-, pero no suelo escribir sobre artes plásticas, y mirando hacia atrás me parece raro, porque suelo atreverme con casi todo ya que nunca tengo la pretensión de sentar cátedra sino de dar una impresión. Seguramente controlo más elementos técnicos en literatura o teatro, y tal vez en cine por las muchas películas que he visto. También es verdad que jamás he escrito una sola frase sobre danza, y es muy saludable porque es un arte que logra emocionarme pero que desconozco absolutamente.
qqq.JPGLas pocas veces que he escrito sobre artes plásticas lo he hecho tratando de acercarme como un espectador, no como un entendido, por varias razones. Una es que me baso en las emociones y en el impacto que una obra puede tener sobre mí; otra es que tengo que confesar que, en general, me aburre el habitual lenguaje que usan los críticos de arte, porque a menudo son juegos de palabras tan cargados de tecnicismos que finalmente no resultan atractivos y en consecuencia son poco comunicativos, como si se tratase de un lenguaje secreto que sólo entienden los iniciados. Hay una tercera razón, y es que a veces este lenguaje es simplemente un parapeto en el que se escudan quienes no dicen nada, bien porque no quieren comprometerse a favor o en contra de un artista, bien porque la obra no les dice nada y se les queda la mente en blanco. También ocurre que hay temerarios que se meten a críticos sin el más mínimo bagaje técnico, pero como tienen recursos literarios o meramente lingüísticos encajan en un folio una sopa de letras que estructuralmente es correcta, pero el discurso que contiene es digno de Cantinflas.
Como no quiero que esas cosas me ocurran, cuando me acerco a una obra plástica es siempre desde una perspectiva literaria, tratando de dar una mirada narrativa o poética, según los casos, pues los artistas en sus obras plásticas a veces narran y otras expresan un instante, una pasión, un sentimiento, o simplemente una mirada. En otras ocasiones hay todo un discurso, que traza un camino bien sea hacia el horror de la guerra, como ocurre en El Guernica, o hacia el tormento personal del artista que se trasluce en El grito. Cuando una obra no me dice nada, callo prudentemente, lo cual no invalida la obra sino que delata mi incapacidad para captar el lenguaje del artista.
Aunque no es este lugar para confidencias personales, tengo que decir que con la pintura tengo una relación muy complicada. No es difícil -más bien es habitual- que me conmueva en cualquier sentido una obra musical, literaria, cinematográfica, escénica o de cualquier otra forma de arte. La escultura y la arquitectura también me llegan con contundencia y la fotografía es uno de mis delirios. Pero la pintura es como una asignatura sentimental pendiente, porque me resulta muy difícil conmoverme ante un cuadro, aún estimando racionalmente que su técnica es buena, su composición perfecta y el uso de los materiales impecable. A veces ni siquiera lo novedoso, lo que impacta a muchas personas, me acaba de llegar.
Por eso, cuando tengo que escribir sobre pintura, casi siempre por el encargo de un texto para un catálogo, trato de hacer una lectura literaria de la obra y tratar de escudriñar la mirada del pintor, con el grave riesgo de equivocarme, pero siempre de buena fe, y finalmente el arte puede tener muchas lecturas, pues cierto estudio arrojó que la 6ª Sinfonía de Beethoven, renombrada La Pastoral, evocaba en muchos oyentes que la gozaban un paisaje cercano al mar en calma, y no lo que su nombre y probablemente las intenciones del compositor quisieron transmitir.
Amarillys-rojo-con-tres-man[1].jpgHay, por supuesto, pintores que me emocionan, pero no son muchos. Me vienen a la memoria ahora mismo las obras de pintores tan dispares como Gonzalo González, Alfonso Crujera o Paco Sánchez, que siempre me causan una especie de inquietud -por razones distintas- que a veces puede llegar a ser desazón, inseguridad y en una serie en concreto de Gonzalo verdadero desasosiego. Eso es lo que yo quisiera que me produjera la pintura con mayor frecuencia, pero está claro que mis ojos ven lo que ven y la pintura me llega hasta donde tengo capacidad de recepción. Por supuesto, hay más artistas y cuadros que me llegan, desde Cristino de Vera al más sombrío José Luis Fajardo.
En estos días La Regenta expone el último trabajo de Fernando Álamo que lleva como título Por narices. Es Fernando un pintor al que conozco desde hace muchos años pero con el que apenas he hablado, seguramente porque se han sumado circunstancias como la timidez o la oportunidad. Pero no hace falta, porque yo tengo mi propio diálogo con su obra, que parece hecha con espada en muchas ocasiones, porque se abre en canal y te lanza a la cara lo terrible que pueden llegar a ser los humanos cuando están bajo la mirada de un artista que combina sabiamente la comunicación poética, el don de la narración y el impulso reflexivo.
Y es por eso por lo que escribo por primera vez sobre pintura sin que nadie me lo haya pedido. Podría callar como hago siempre, pero no quiero porque Fernando Álamo es uno de los pocos pintores capaces de estremecerme, y no quiero utilizar ni una sola palabra del lenguaje habitual de los críticos, porque esto no es ni de lejos un trabajo crítico. Pero creo que un pintor que es capaz de conmover una mirada tan fría para la pintura como la mía, algo debe tener. Creo que se llama talento.
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(Este trabajo se publicó en el suplemento Pleamar de la edición impresa de Canarias7 del día 3 de junio)

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Eurocéntricos

Vaya por delante que lamento el accidente o lo que sea ocurrido al avión de Air France, en vuelo desde Río a París. Muchas veces me asombro del atrevimiento de los seres humanos al volar sobre la inmensidad de un océano, la terrible y extensísima calcinación de un desierto o de las extensiones heladas del Polo Norte. Si un avión sufre un percance en esos lugares las posibilidades de rescate son muy escasas, porque algo tan básico como localizar el avión es casi un imposible.
DSCN1985.JPGPero lo que me extraña -no debería, porque es moneda corriente- es el jaleo mediático que se ha organizado, y todo porque es un avión con viajeros del Primer Mundo, de una compañía prestigiosa y con destino París. Los medios para su localización tienen que ser los máximos, pero que se monte un dispositivo parecido al de un terremoto, un huracán o un sunami, con Sarkozy liderando a lo Indiana Jones el asunto, es un detalle de cómo los políticos lo aprovechan todo para crearse imagen.
Cuando es un cayuco el que se pierde, cuando se desborda un río en un país que casi no está en el mapa, hay escasa atención mediática. Pero, claro, un avión francés no es lo mismo que un tren descarrilado en La India, o un terremoto en una perdidas montañas donde sólo viven unos tipos con turbante. Y es que seguimos siendo eurocéntricos. Ojalá encuentren el avión y haya el mayor número de supervivientes, todos si es posible.
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(Por fin ya vuelvo a tener mi ordenador de toda la vida)