He oído que hoy se celebra en todo el mundo «El día de los sueños», una estupidez como otra cualquiera, pero puestos a entrar en duermevela freudiana lo más urgente es soñar con el fin de la violencia. En realidad, habría que poner en circulación una pastilla que obligase a soñar con una vida apacible y tranquila. O tal vez debiera haber profesionales del sueño que, como en un cuento de García Márquez, se alquilen para soñar para no tener sueños de gato (a saber lo que sueña un gato).
La violencia es por lo visto innata en el ser humano, que guarda en su cabeza concéntricamente el cerebro de un humano, un mamífero y un reptil en el núcleo. Es como si obedeciera la consigna de la destrucción por la destrucción, si no no se explican tantas guerra y tanta violencia gratuita, porque tan inadmisible es que un hombre mate a su pareja o dispare a los transeúntes como que un gobierno decida invadir un país. Es la violencia porque sí. Si hablamos de la pena de muerte ya es para echarse a temblar.
Me contaba un amigo que en Venezuela el gobierno reconoció que el año pasado hubo 25.000 asesinatos en aquel país, aunque parece ser que las cifras reales se acercan a 40.000. Es decir, cada día son asesinadas entre 50 y 100 personas. Es como una guerra no declarada. Trasladado a Canarias sería como si en estas islas hubiera siete asesinatos diarios, un disparate.
Ya que toca hoy la mentecatada de celebrar los sueños, soñemos con la no violencia en todas sus manifestaciones, porque ya estoy cansado de soñar con serpientes, como Silvio Rodríguez.
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