Solidarios de pacotilla
De repente se nos han iluminado las calles y nos han sembrado la ciudad de belenes, nos ha visitado la lluvia y el mar se ha embravecido. Es Navidad, y nos llaman a la alegría aunque a veces nos inunde la tristeza. Es un ajuste de cuentas con el tiempo, esa máquina inexorable que no necesita reloj.
Nos ha sorprendido la Navidad sin habernos preparado para que nos deseen felicidades por sistema, ni para soportar los telemaratones, donde se nos viene a decir que somos culpables de las penurias ajenas, y en un supremo acto de generosidad acuden muchos famosos a hacerse publicidad. Tienen su residencia fiscal en Mónaco o en Miami, porque allí casi no pagan impuestos, y luego hay que darles las gracias porque rifan una camiseta o una foto firmada. Lo que deberían hacer es pagar impuestos en España, eso sí que es solidaridad.
Estas cosas me cabrean, pero no es la Navidad lo que irrita; es la hipocresía. Estoy hasta las narices de tanto solidario que vive como un rey, que va de progre y se permite darnos lecciones de ética, mientras forma parte de una especie de mafia artística en la que llevan mandando los mismos desde 1980. Los nombres los ponen ustedes, que hace mucho frío para pasar por el juzgado.