Cuando empiezas a leer, parece que te están contando una leyenda infantil, que tiene tintes apocalípticos pero que tendrá un final feliz. No sucederá esta vez, y el final del país de Kiribati engullido por las aguas es la repetición eterna de la autodestrucción humana. Una Atlántida más.
Es el cambio climático, que no es una amenaza más o menos programada, es una realidad que ya está afectando a muchas personas. Hace unos días, un habitante del centro de Africa le decía al reportero exactamente eso, que en los países ricos se empieza a hablar de algo terrible, pero que eso ya está sucediendo allí, con las largas sequías del Sahel, agravadas por las epidemias y la extensión del sida.
No se trata de ponerse draáticos, es que el drama ya ha comenzado, y ya no se trata de esa solidaridad trasnochada hacia los negritos del Domund, sino de supervivencia pura y dura de la especie humana. Claro que la estupidez es tanta que no haremos nada y seguiremos discutiendo cuál es la actriz más sexy y el galán más seductor. Pues a esos también se los llevará la marea.
Lo terrible es que haya más preocupación ecológica por las especies animales y vegetales protegidas que por los cien mil humanos que se verán afectados. Yo creo que la ONU debiera declarar al hombre especie protegida.
Solemos hablar de que los dinosaurios se extinguieron por un meteorito que cayó a la tierra; dentro de 2.000 millones de años, me imagino que el tema de conversación entre los seres que habiten el planeta será: «¿Papá, por qué se extinguieron los humanos? ¿Fue un meteorito?» A lo que el progenitor contestará: «No, hijo, fue por gilipollas».
Y es que sabemos que algo le pasa la planeta, sabemos qué podemos hacer al respecto… ¡y no lo hacemos! Si eso no es de gilipollas…