Lo superficial se impone a lo sustancial. Es la marca de los tiempos. Unos lo achacan a la globalización, otros a la mala utilización de los grandes avances en la comunicación, y lo cierto es que lo urgente se impone a lo importante, sólo se usa el tiempo para marear la perdiz en torno a cuatro tonterías. Por suerte queda quien no dudaría en la elección.
Hay mil problemas colectivos que inciden en la vida de cada persona, pero todos miramos hacia otro lado, incluso los afectados. Ya se encargan de crear focos de atención cuya efectividad es patente, a juzgar por el inmovilismo general. No se trata de echarse al monte, pero sólo hay que mirar alrededor y ver a la gente, hacer un zapping en el televisor y ver cómo está el planeta, echar una ojeada a la prensa y ponerse a temblar.
Millones de personas viven un drama permanente, incluso en nuestro entorno, pero la maquinaria sigue planchándolo todo como una apisonadora. Confieso que cuando veo, leo o escucho alguna noticia sobre hechos que parecen centrar la atención de la mayoría, paso a otra cosa: la crisis de un gran partido, las peleas familiares en otro que disfruta del poder, los dimes y diretes de políticos sobre su propia condición… Nada que sea de interés general, pero ocupa el tiempo como el culebrón del traje de novia de una friki o el desfile de famliares factureros de un cómico enfermo.
Como dijo Agustín Millares Sall, no vale vivir en una torre, y es que esa torre nos la construyen cada día con supuestas urgencias para que no nos fijemos en lo importante, que no es otra cosa que el ser humano.
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