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Siri, la viajera polímata

Vuelvo a Florencia treinta y un años después. Tenía diecisiete años la primera vez. Recuerdo uno de los momentos más felices de mi vida : un día en Florencia sentada, apoyada en una puerta de madera en el escalón más alto, todos mis compañeros sentados, recostados, como un racimo de uvas que cayesen desde mí. Las cabezas de mis amigas apoyadas en mis rodillas y el sol florentino calentando mi cara…estábamos tan cansados y tan felices. Las noches de risas corriendo por el hotel…»o dormire o tutti fuori!», decía el encargado del hotel desesperado por los pasillos.
Florencia sigue igual de hermosa. El Duomo observa casi con risa a los millones de turistas que giran y giran a su alrededor. Ya no van con pliegos de papel gigantes a modo de mapas del tesoro y en los que el tesoro era encontrar una calle, un monumento a visitar o, simplemente, un lugar donde dormir. Ahora los aventureros van siguiendo los pasos que les marca una pantalla. Ya no los ve preguntándose unos a otros dónde está o dónde podrían comer. Ahora le preguntan a una tal Siri, una políglota y polímata que a Miguel Ángel le hubiera encantado conocer.
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Historias de Tokio: La amistad del señor Azúcar

Después de haber trabajado como relaciones públicas en un restaurante español durante mi primer año en Tokio, nuevas oportunidades laborales me surgían en aquella ciudad. Algunas las rechacé, como un trabajo maravilloso para Lladró Asia, pero que, de haberlo aceptado, hubiese significado encerrarme en una oficia de sol a sol y perderme el Tokio que yo quería vivir. O aquel, como correctora en el periódico latino. Gracias a Alberto, conseguí una entrevista en las Academias Roland para ser profesora de español, trabajo que me encantaba y que ya realizaba en la NHK (Televisión y Radio Nacional de Japón). No fue difícil conseguirlo, a pesar de que mi inglés en aquel tiempo era bastante malo, las entrevistas laborales siempre habían sido mi fuerte. El trabajo era sencillo. Yo ponía mi horario. Clases individuales, semi (dos alumnos) o de grupo (cuatro o cinco). Me compré un libro, Español 2000. Y ahora, solo esperar a que fueran llegando alumnos. Estos tenían la potestad de elegir profesor. Podían acudir a una clase gratuita con cualquiera de los profesores y luego escoger. He de confesar que mi éxito era rotundo. Tras esa primera clase, ninguno se resistía a volver conmigo. Fui llenando todas las horas que me había marcado, dejando los jueves y domingos libres. Jueves para acudir al trabajo en la tele y domingos para disfrutar de mi futón, de mi tatami y de las tardes en Shibuya, Harajuku o el Parque Yoyogui.
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Historias de Tokio: Nezumi III

…Le acompañaba uno de los tres hermanos de la agencia. Tras la primera inspección ocular se quedaron asombrados y me dijeron que entendían mi desesperación, ya que el apartamento estaba precioso. No podían imaginarse que el sitio que ellos nos habían alquilado pudiese sufrir una transformación semejante (el toque femenino) y que era una pena que fuera invadido por ratones. Nos explicaron que el foco de «infección» era el apartamento del piso de abajo, que estaba muy sucio, que vivían más de los que cabían y que ya les habían llamado la atención. El proceso «barato» sería el siguiente: colocaría trampas todas las semanas en cada apartamento y los jueves pasaría a ver cuántos habían caído. La solución no me hacía mucha gracia pero era lo que había. Y cuál no fue mi sorpresa cuando abre el armario de la habitación y con una sola mano mueve lo que yo creía el techo (un tablón de chapacumen) sólido y rígido con el que me creía a salvo, sube por ahí y vuelve a bajar. Las trampas ya habían sido colocadas pero a mí me seguía preocupando que volviesen a entrar, así que le expliqué lo que había hecho con los periódicos y casi se le escapa la risa (era un profesional y no debía reírse, sobre todo en Japón). Me explicó que a los ratones les encanta el papel, así que se lo debían estar pasando pipa, come que te come, abriéndose camino de nuevo. Continuar leyendo «Historias de Tokio: Nezumi III»