El inmortal que inmortaliza (III Festival Hispanoamericano de Escritores)

Aunque ya ha pasado algo más de  una semana, seguimos en La Palma. Nos lo recordamos unos a otros cuando hablamos, cuando abrimos redes y encontramos los vídeos da cada acto que diligentemente comparten Nicolás Melini y Montaña Pulido, haciendo que sigamos  sintiéndonos tan bien, como nos hicieron sentir todos y cada uno de los días en Los Llanos de Aridane. No era fácil. La logística para organizar un festival de estas características, por las circunstancias que estamos viviendo, era todo menos fácil. Y todo salió bien.

El poeta Iván Cabrera Cartaya escribía ayer que uno de los grandes placeres del festival son las voces, y tiene razón. Pero es que, además, este año tuvimos la suerte de que esas voces fueran acompañadas por las imágenes que iba capturando, o como él mismo dijo el primer día sentados bajo uno de los laureles de Indias de la plaza: “Trata, porque el que retrata, trata, trata al que está al otro lado del objetivo”. Y así es él. Daniel Mordzinski. Junto a las voces de todos los escritores, editores, personal de organización, público…se escuchaba su voz, la voz de su cámara. Un click que como nos explicó en su charla, dirigida especialmente a un público joven que estudiaba fotografía, hacía mucho tiempo que no sonaba. Y tras meses en silencio por la pandemia volvió a hablar.

Todos los días nos tocaba comer o cenar en un grupo diferente. No más de diez. Y ese primer día le conocí. Hablaba de tantas cosas, algunas tan lejanas en el tiempo, otras que aún le provocaban pesadillas, como la pérdida de más de …no sé, miles y miles de imágenes de su archivo fotográfico, fruto del fuego, un fuego no fortuito, quizá sí lo hubiese sido, fortuito, no quemaría tanto en los sueños. Y habló de Borges y de Gabo y de tantas tantas vidas retratadas, “tratadas”; una fotografía de Andrés Sánchez Robayna, que también estaba en aquella mesa, regando en el jardín de su casa. Hablaba de muchos tiempos, tantos, que no podía dejar de mirarle y preguntarme cuántos años tendría ese hombre, que hablaba tan dulce, tan pausado, tan sereno, como tantas veces le vi detrás de su cámara, con la misma calma y quietud, tan en aparente contradicción con la velocidad de su obturador. Y pensé: es inmortal. Un hombre inmortal que hace inmortales.

Cuando quise escribir sobre él, pensé en leer, documentarme, buscar todo los relacionado con el fotógrafo. Pero a la hora de escribir, solo lo hice sobre el hombre que yo conocí, un día en Los Llanos de Aridane, y que quiso dar este mensaje a los jóvenes que le escuchaban, con respeto al principio, admiración después: “Cuando nos aferramos a nuestros sueños, a nuestros deseos, a nuestras necesidades ante las dificultades, podemos seguir adelante”. Yo no soy tan joven Daniel Mordzinski, creía que tampoco inmortal, como tú, pero como me dijo Juancho Armas Marcelo, después de decirle saltando de alegría que me habías fotografiado, “Ya te ha inmortalizado”, puedo sentirme un poquito inmortal y como decía, aunque no tan joven, recibo ese mensaje también para mí: aferrarme a los sueños, como hiciste tú a los dieciocho años cuando sujetando una claqueta, decidiste que ibas a fotografiar a aquel hombre que estaba allí sentado, al final de la sala, Borges, con la cámara prestada de tu padre. Y aquella primera lección que anotaste en tu diario aquella noche: “La humildad es un rasgo fundamental del artista”. Gracias Daniel.

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