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La buena educación

Nunca olvidaré las palabras que escuché una vez en la radio del coche. Además, recuerdo incluso el tramo de carretera por el que circulaba. Hablaba Saramago. No recuerdo la pregunta del periodista pero sí la respuesta que él dio. Hablaba de su infancia en la pobreza. Sus padres eran campesinos y no tenían muchas cosas para darle. De comer y a veces difícilmente. Pero sí. Sí hubo una cosa que le dieron y que valoraba en toda su valía: educación. La buena educación. Decía que lo valoraba como el mayor de sus tesoros. El tesoro que le dejaron sus padres. Que ni el dinero, ni el poder, ni la fama, abrirán nunca tantas puertas como las que abre la buena educación.
Entendemos por buena educación el actuar de forma correcta en situaciones básicas como un «gracias», «buenos días» «buenas noches», etc. Pero la buena educación para mí es mucho más que eso. Como también lo era para Saramago. Como también lo era para sus padres. Como también lo era para mis abuelos. Como también lo es para mis padres.
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Ora pro nobis

Hace unos años hice un viaje con Yoko Araki, Willy y Sakura a Perú. Yoko era mi jefa en Japón, la productora de los programas de español de la televisión en los que trabajaba. Sigue siendo mi jefa pero más que eso, es mi amiga, o mi madre japonesa como le gusta llamarse. Willy, su marido, organizó el viaje y unió a ese grupo de japoneses y españoles que durante tres semanas viajaron por Perú. Yoko, conocedora de todas las historias que le había contado de mis viajes, me llamaba desde Japón (yo ya vivía en Canarias) preocupada : «Guada, me da un poco de miedo viajar contigo» «¿por qué Yoko????» «Porque me gusta viajar tranquila, no quiero que me pase nada y como a ti te pasan siempre tantas cosas…»
Hacía años que no nos veíamos y aunque cansados de su viaje tan largo desde Japón a Perú fue a esperarnos al aeropuerto. Nosotros llegamos, pero no nuestras maletas. Yoko, cuando salimos sin las maletas, pensaba que yo estaba de broma. Cuando se dio cuenta de que era verdad, abrió mucho sus ojos rasgados y dijo: Guada…onegaishimas…(algo así como: por favor …no empieces…). Y pasaron, bueno, me pasaron un montón de cosas más «que a nadie le pasaban». Pero eso, lo contaré en otra historia, como las que me pasaron en el viaje a Grecia, en el viaje a Myanmar, el huracán en Santo Domingo…
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Madame Butterfly

Hace veinte años hice un viaje a Grecia. Lo escogimos como lugar intermedio en el que encontrarnos. Atenas, Santorini, Creta, Rodas y Symi.
En Symi casi no había turistas. Estuvimos allí una semana. Para ir a la playa cogíamos el taxi-boat que nos llevaba a una cala de piedras al pie de uno de los acantilados que rodeaban la isla. Nos dejaba allí horas hasta que pasaba a recogernos. Era la única forma de llegar. Era un lugar mágico. Comíamos cualquier cosa, galletas, zumo, para llegar a la comida importante del día, la cena.
El lugar, muy poco turístico, aunque con necesidad de serlo para sobrevivir, tenía un pequeño paseo en el que se encontraban los pocos restaurantes que había. No sabíamos cuál escoger. Hasta que lo vimos. Y vimos el nombre en el toldo: Madame Butterfly. Había otras terrazas más alegres, con más gente, pero nos gustó ese. El que estaba vacío. Más que gustar, fue ese instinto que tengo de salvar todo lo que creo en peligro. Y Madame Butterfly estaba en peligro. Su dueño, al que pronto pusimos de nombre Gary Cooper por el parecido tan asombroso, la misma belleza, la misma elegancia, se acercó a atendernos. Escogí la mesa más cerca del paseo. Ensalada griega y brocheta de pollo. Día dos: ensalada griega y brocheta de pollo. Día tres: ensalada griega y brocheta de pollo…
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