Lo bueno de empezar un nuevo año es que, a pesar de lo bueno o malo que haya sido el anterior, siempre esperamos algo mejor. Nos llenamos de propósitos, algunos de mejora, otros de enmienda, pero lo cierto es que casi nada de ello lo cumplimos. Deberían nombrarlo “el día más hipócrita del año”. Y debe ser cosa de la edad o que este año, este 52 cumpleaños, ha tenido ciertos matices que al igual que las frutas que llegan de países lejanos en contenedores al frío, recolectadas antes de tiempo y que llegan a los mostradores de nuestros supermercados duras como piedras y que, mágicamente, maduran en un un día, así ha sido para mí. Una fruta que maduró en un día. Y por eso no espero nada de este nuevo año, ni bueno, ni malo, porque todos traen todo eso en mayor o menor medida. Lo importante es lo que hagamos con ello.
Hace poco recordé una frase que junto a la de “¡Llegan los indios!” o la de “¡Arenas movedizas!, me provocaba un gran desasosiego en las películas de los sábado por la tarde: ¡Hay que soltar lastre! El globo aerostático empezaba a perder altura y había que hacer que subiera a toda costa si no querían estrellarse en el desierto, en cumbres montañosas o en el mar. Primero era fácil, los sacos de arena que colgaban alrededor de toda la cesta (que siempre me pareció de lo más precaria), y luego había que escoger qué tirar de lo valioso que llevaban a bordo, maletas, comida, agua, armas…mientras alguien intentaba insuflar gas a toda mecha para que el globo subiera. Y, curiosamente, esa frase tan inquietante para mí, se convirtió hace unos días en mi lema, no mi propósito.
En mi cesta hay cosas valiosísimas, que lejos de lastrarme me ayudan a seguir subiendo y subiendo, caminando sobre las nubes sobre las que floto todos los días. Pero también hay lastre que pesa y que no aporta ningún valor. Así que ¡Que llegan los indios!, ¡Arenas movedizas! y ¡Soltando lastre!
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