Salí del cine en silencio. Hacía mucho tiempo que no iba. Había pasado tanto frío las últimas veces, que no podía evitar sentir frío cuando decían la palabra cine.
Roscas gigantes para dos horas y media. La emoción de las luces apagándose. Y Tarantino. Me gusta, le admiro pero no soy una fanática que aplaude todo lo que sea que haga.
Y seguía en silencio. No podía dejar de pensar en la película, igual que hace unos días no podía dejar de pensar en el último libro leído de Foenkinos.
Creo que ver películas, series, leer artículos, libros, mantener conversaciones interesantes, nos hace evolucionar. Tengo muchísimos defectos pero cada día reflexiono, por uno u otro motivo, y cada vez me alejo más de los juicios. Los que me leen habitualmente se reirán porque es cierto que mi última etapa ha estado llena de juicios. Pero hace poco algo me llevó a preguntarme quién soy yo para juzgar nada ni a nadie.
Leo recientemente juicios a Tarantino. Le tildan de machista por el tratamiento que hace de la mujer. Porque tiene muchos fetiches con el cuerpo femenino, el principal, los pies. Que puso a Salma Hayek a bailar semidesnuda, ¡contoneando sus curvas! en uno de los bailes más sensuales que he visto en el cine y que intenté imitar sin éxito.
“Érase una vez en Hollywood” será su penúltima película, así que solo nos queda una.
Y seguía en silencio. Los gustos son tan especiales. Mi acompañante, uno de los cinéfilos más apasionados y formado que conozco, me observaba. Él no se sentía como yo. No había sufrido el impacto Tarantino. Esta vez.
“Ya sabes que a mí las películas que transcurren así, sin más, sin una estructura clara (aparentemente) y en la que el director se permite el lujo de hacer lo que le da realmente la gana…me encantan.” Y me encantó.
La excelencia de un director que sabe con qué actores contar para llevar a cabo lo que sin ellos sería, si no imposible, muy, muy difícil. Leonardo di Caprio y Brad Pitt, dos actores excepcionales. Leonardo, porque es grandísimo y Brad Pitt, como comentamos al salir, no necesita ni actuar. Tiene tal carisma ante la cámara, que solo le basta sonreír, que es casi lo único que tiene que hacer en esta película y que solo lo podría hacer él. Sin olvidar al Brad Pitt de Doce monos.
Un Tarantino que a pesar de lo que repiten las críticas que dicen que “no es el que conocemos” “no es el mismo al que nos tenía acostumbrados”, para mí es exactamente el mismo. Que unas veces utiliza la violencia explícita para contarnos y otras la violencia implícita para seguir contándonos. Pero dejándonos con la misma sensación, con la misma sensación de realidad. Porque si hay algo más real dentro la ficción, es la violencia en la naturaleza humana. Violencia que sobrevuela todos y cada uno de los 160 minutos que dura la película, pero que nos deja respirar en uno de los momentos más exquisitos para mí: Margot Robbie caminando sobre una nube, porque camina sobre nubes durante toda la película, entrando en un cine para verse a sí misma, a Sharon Tate, en la cinta de Phil Karlson, La mansión de los siete placeres. Una secuencia muda llena de la inocencia que pronto se va a perder; la felicidad y alegría con la que llenaba la vida; el momento en que entra bailando en la fiesta llenando con su belleza y sencillez de magia todo el lugar. El sincero homenaje que hace el director no solo a una actriz, sino a todas.
Y Sharon Tate se acababa de leer Tess of the d’Urbervilles , le había encantado y quería regalárselo a su marido, Roman Polanski, “¡Me ha encantado! ¡Se podría hacer una buena película!” Y Polanski le hizo caso: Tess (a Sharon).
(9 de Agosto de 1969)
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