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Premios, santones y otras corruptelas

Sabater.jpgOctubre es el mes por excelencia del mercado de los premios literarios. Se fallan los Premios Nacionales y, salvo contadas excepciones, los galardones vienen a recaer en los nombres de siempre, después de una buena batida mediática que acaba por convencer a los jurados. Ya tuvimos la muestra cuando se empeñaron una y otra vez en los Cuadernos de Nueva York, de José Hierro, o la perreta que cogieron hace un par de años con Caballero Bonald, y ahora mismo con ese empeño en convertir el libro de Millás, El mundo, que también fue Premio Planeta el año pasado, en el no va más. Eso es muy peligroso, aunque no tanto para Millás, que ya es un autor consolidado, pero tengo memoria de la locura que se tejió alrededor de los primeros libros de Luis Landero, Javier Cercas y mucho antes con el niño-prodigio Juan Manuel de Prada. El globo se desinfló.
Hagan un listado de los nombres literarios españoles y latinoamericanos y verán que se rotan en la obtención de la media docena de premios grandes que hay en España (Alfaguara, Planeta, Biblioteca Breve, Herralde, Nadal, Primavera, Azorín, Torrevieja…), que se mueven alrededor de grandes editoras que a su vez tienen sus movimientos de traslación en los grandes medios. Son círculos concéntricos y viciosos que se repiten, lo cual no quiere decir que entre tantos libros y premios no haya alguna novela buena o un excelente poemario, e incluso puede que sea excepcional, como ocurre con El Jinete Polaco, de Muñoz Molina, pero no es la norma.
Cada vez que vaya a fallarse uno de esos galardones, hagan cuentas y miren a ver a cuáles de esa veintena de nombres le falta ese premio, y entre ellos andará el juego. Por ejemplo, todavía no tienen el Planeta Almudena Grandes, Rosa Montero o Vicente Molina Foix, y por lo tanto están al caer. Y da pena que, por ejemplo, este año se hayan presentado más de 500 novelas, cuando todos sabemos que son premios pactados. Y también da pena que figuras tan prestigiosas como Pere Gimferrer, Alfredo Bryce Echenique o Alvaro Pombo pongan sus nombres en el jurado, tragando con el sistema mercantilista y comercial de la editora. Hace un par de años Juan Marsé montó un pifostio porque denunció todo esto desde su condición de miembro del jurado del Premio Planeta, aunque creo que lo hizo mal y tarde, después de haber participado en la puesta en escena durante años, seguramente porque en esa edición no pudo sacar a alguno de su protegidos.
Con los demás premios sucede lo mismo, y vemos cómo se repiten Lorenzo Silva (por cierto, tampoco tiene el Planeta, añadan ese nombre), el mencionado Millás, Lucía Echevarría o Espido Freire. Y también da pena ver cómo se suben a la noria del dinero fácil nombres que uno respetaba como el de Fernando Sabater. Lo que más gracia hace es que en vísperas del fallo de este premio siempre suenan nombres mediáticos de personas que nunca han escrito un libro. Hace unos años se hablaba de Jesús Hermida, en otra edición salió el nombre de Mercedes Milá y este año entraba en las quinielas la periodista Angels Barceló, que es fantástica en la radio pero de la que no conozco ni una sola línea publicada.
Está claro que no estamos hablando de literatura, sino de negocio editorial, y los premios Nacionales forman parte de esa rueda, en la que las grandes editoras y grupos mediáticos se reparten los premios entre los de sus cuadras. Nadie que no haya publicado en esas grandes editoras tiene la más mínima posibilidad de entrar en la discusión del jurado, y mucho menos de conseguir el premio.
Con el Nobel pasa lo mismo. Es triste ver cómo el Premio Nobel de cualquier modalidad recae siempre en personas e instituciones que han hecho algo grandioso en su campo: médicos que descubren el virus del sida, físicos que indagan en descubrimientos que nos harán avanzar y personalidades que se han entregado a luchar por la paz. Con el de Literatura siempre es un mercado persa, que si le toca a alguien en lengua francesa, que toca un escritor del Tercer Mundo, que si los suecos le tiene manía a los americanos y hace casi dos décadas que no le dan el Nobel en esta disciplina, dejando atrás verdaderos pilares de la literatura contemporánea.
Suenan siempre nombres mediáticos, aunque sean buenos. Algunos incluso son mediáticos por razones externas a la literatura, como es el caso de Milan Kundera, un autor que está bien, pero que a mi parecer está sobredimensionado, y que se hizo famoso porque escapó del Telón de Acero, y en Occidente lo convirtieron en una estrella. Ahora resulta que tal vez no sea tan inmaculado como parecía, y haya sido un delator en su juventud, como Grass fue miembro de la SS y Cela censor en el régimen franquista. Eso no importa, el caso es que sea mediático o sea suceptible de serlo.
Por eso, cuando medimos los prestigios tal vez no estemos siendo justos. Hay etiquetas para todo: Dan Brown es un mal escritor que vende mucho, Coelho y Bucay son los oráculos de la gente que anda perdida y busca salidas fuera de la lógica, Vázquez-Figueroa es un mero autor de aventuras…
Y al mismo tiempo resulta que este o aquel nombre es la quintaesencia de la literatura aunque sus libros no los entienda ni él. Todavía sigo preguntándome veinte años después por qué han sacralizado a un escritor como Juan Benet, que fue capaz de confesar que no le extrañaba que la gente se aburriera leyéndolo ya que él era incapaz de corregir las pruebas de sus libros porque se dormía. La culpa no es suya, sino de quienes lo convirtieron en santón.
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(Este artículo se publica hoy en el suplemento impreso Pleamar del diario Canarias7).

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Ya estamos otra vez

vvvv.jpgDe nuevo surge el debate estéril -otro más- en Canarias. Como en el congreso de CC se arpbó lo de la nación canaria, el PP ha tardado nada en saltarles al cuello. Y es que hay palabras que las carga el diablo, porque ni siquiera los más sofisticados diccionarios se ponen de acuerdo en la diferencia o la similitud de los términos que se refieren a una comunidad, un territorio, una cultura. Veamos algunas entradas del diccionario de la RAE:
Nación. Conjunto de los habitantes de un país regido por el mismo gobierno. Territorio de ese país. Conjunto de personas de un mismo origen (¿canarios del mismo origen?) y que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición común.
Región. Porción de territorio determinada por caracteres étnicos o circunstancias especiales de clima, producción, topografía, administración, gobierno, etc. Cada una de las grandes divisiones territoriales de una nación, definida por características geográficas e histórico-sociales, y que puede dividirse a su vez en provincias, departamentos, etc. (Ya empiezo a no aclararme).
Estado. En el régimen federal, porción de territorio cuyos habitantes se rigen por leyes propias, aunque estén sometidos en ciertos asuntos a las decisiones de un gobierno común. (Esto parecen tenerlo más claro Ibarretxe y Montilla).
Territorio. Porción de la superficie terrestre perteneciente a una nación, región, provincia, etc. (?)
Pueblo. Conjunto de personas de un lugar, región o país (todos, supongo). País con gobierno independiente (ahí ya no me rindo).
En conclusión, que mientras sigamos discutiendo si son galgos o podencos, haya guerras fratricidas en todos los partidos y no haya un objetivo común DE INTERÉS GENERAL NO PARTIDARIO, el perrazo de la crisis nos seguirá dando chabascadas (¿han visto?, una palabra canaria, y no está en el diccionario de la RAE)
(¿Por qué esa foto? ¿Y por qué no? Si aquí el paro galopa y se debate sobre los anillos de Saturno, yo puedo hablar de una cosa en el blog y poner una foto sin sentido… Desde ese punto de vista, la foto se acomoda al comentario, no tienen relación alguna. Y no me negarán que estos dos hacen muy buena pareja. Dan más en pantalla que Soria y López Aguilar…)

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Los intangibles

18.JPGAhora queGoogle ha ganado el Príncipe de Asturias, puede explicarse por qué la crisis económica tiene su origen en la valoración falsa de los intangibles. Hace siglos que Adam Smith, Karl Marx y Malthus dejaron clara la diferencia entre valor y precio. Hasta ahora esta idea sólo era una bonita teoría que nadie aplicaba, porque en la práctica el precio era el valor de una cosa. Ahora, por fin, se han dado cuenta de que no es así, pero sólo tenía que preguntárselo a cualquier numismático, puesto que una moneda de cinco pesetas de la época de Isabel II cuesta en el mercado en torno a los 100 euros, y otra del mismo valor, de veinte años después (1869) ha llegado a cotizarse en 24.000 euros (sí, cuatro millones de pesetas). Son iguales, pesan lo mismo pero de la primera hay miles rodando por ahí y de la segunda sólo una pocas. Está claro que el valor es el mismo, pero el precio es muy diferente porque tiene el valor intangible de la escasez.
Eso siempre fue así, al escasear sube el precio, no el valor, pero lo que no se entiende es que suban los precios cuando hay abundancia de un producto. Eso ha sucedido con las viviendas, y los más viejos del lugar llevan años preguntándose cómo era posible que un piso twviera esos precios, cuando podían comprar todos los que quisieran. Esta valoración falsa de las cosas nos ha llevado al callejón en que estamos, y los portales de Internet son una prueba de ello, bendecidos por respaldos tan importantes como el Príncipe de Asturias. No estoy en contra de Internet, estamos precisamente en esa vía, sólo digo que las cosas valen lo que valen, no lo que se paga por ellas. Y han hecho bien en premiar a Google, porque otra cosa sería que le dieran el Nobel de Economía a Alan Greenspan, último responsable de todo este lío desde su asiento de Presidente de la Reserva Federal Norteamericana.