Coherencia y autoestima
Hay palabras que tienen muchos matices. Según el diccionario de la RAE, coherencia es «la actitud lógica y consecuente con una posición anterior». Se tiene por virtud mantenerse en sus ideas, pero sólo en los principios, porque las circunstancias pueden hacer cambiar la situación. Hay quien presume de coherente porque lleva 20, 40 año o toda la vida manteniendo la misma actitud ante algo, y eso puede ser muy admirable, pero a veces esa coherencia a marchamartillo está divorciada de la realidad y es como vivir en un mundo paralelo. Otra cosa es ser consecuente, que es obrar en consecuencia según lo que se piensa o se dice. Ser consecuente sí que es admirable, porque las acciones cuadran perfectamente con el discurso, y a veces consecuencia y coherencia se confunden, cuando son dos conceptos muy distintos. Se puede ser coherente con unos principios ajustados a la realidad, porque a menudo suele suceder que mantenerse en una posición, por muy coherente que sea, puede resultar negativo incluso para la idea que se defiende. Por eso hay que tener cuidado con algunos conceptos, como los mencionados, o con la autoestima, que es un concepto en principio positivo, pero si se lleva a extremos estamos en la antesala del egoísmo más disparatado. De manera que, autestima y coherencia han de ser tomadas con cuidado para ser consecuentes en la forma debida.
La cuestión es que Kennedy no era más que otros, pero respondió a una demanda del pueblo americano. Fue la gran esperanza y la gente personificó en él sus ilusiones de cambio. Sin duda él respondió a las demandas, y aunque casi nos mete en una guerra nuclear impulsó la Ley de Derechos Civiles y acabó con 15 años de mccarthismo. Kennedy fue una necesidad, porque no era un santo, pero el sistema no estaba dispuesto a que imprimiera a aquella sociedad el cambio de rumbo que demandaba. Su hermano Robert quiso seguir su estela, pero ni siquiera lo dejaron pisar el despacho oval, no fuera a resucitar el entusiasmo que el pueblo depositó en JFK. Cuando mataron a Kennedy cambiaron el rumbo del mundo para los siguientes cien años, y eso lo sabe el inconsciente colectivo. Sus devaneos amorosos y sus juergas con el clan Sinatra son menudencias históricas para el papel couché. Lo importante fue que representaba un objetivo y con su muerte se abortó. Luego todo ha sido gris, manejado por los poderes económicos a los que él desafió y por eso se lo llevaron por delante.
Este semana el Benedicto XVI ha dado dos campanzos. El primero es que acepta que se puede usar el preservativo en determinadas circunstancias especiales. Esto, en principio, es un cambio total a la política sexual de La Iglesia, pero al citar esas circunstancias aparece la prostituición, con lo que la confusión es evidente. Implícitamente entiende que la prostitución es una realidad y ello va contra la castidad, pero al aceptar el uso del preservativo en esta práctica esá legitimando el sexo fuera del matrimonio. Lo que no sé yo si esa protección profiláctica es para salvaguardar la salud de la prostituta o del cliente, con lo cual pudiera haber machismo y a la vez aceptación del sexo festivo de hombres casados. Como no se explica, todo queda al albur de las interpretaciones.