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El Sur de María Castro

 

El pasado 26 de enero tuve la ocasión de hablar de la obra de la pintora María Castro en la inauguración de su exposición, Paisajes del Sur. Se trata de una colección de miniaturas pintadas al óleo, cuya temática común es el Sur de Gran Canaria, ese Sur que en realidad es el Sureste, pero que forma parte de nuestra memoria mítica y es cuna de gente recia, luchadora e invencible.

 

 

Como bien dijo en la presentación su hija Irina Jiménez Castro, «La influencia de la vida y la obra del poeta Juan Jiménez en la vida y la obra de María Castro es incuestionable porque, sin esa influencia del que fue y será siempre <su compañero de vida>, no puede entenderse la obra de María Castro. Como tampoco puede entenderse en sus respectivas obra la presencia constante, permanente, de ese Sur en ellos».

 

 

El miniaturismo es más complicado de lo que parece. Cada obra tiene el tamaño aproximado de entre una y dos tarjetas de crédito, y en ese espacio diminuto hay que plasmar cosas tan difíciles como el movimiento de las olas o unas personas que se bañan en la playa. Esta colección data del año 2009, y podrán disfrutarla en el Museo León y Castillo de Telde hasta el próximo 19 de marzo.

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Se veía venir

 

Hace años que muchos venimos advirtiendo de que la siguiente epidemia a la pandemia del covid iba a ser la salud mental. Y digo epidemia porque ignoro cómo ha afectado todo esto a otros países y continentes. Y como solo hablo de España, pues será una epidemia. Lo más llamativo para los habitantes de estas islas es que, en la tasa anual de suicidios de todo el Estado, Canarias y Baleares están en el pelotón de cabeza. Las farmacias aseguran que la venta de medicamentos relacionados con las disfunciones mentales ha aumentado y últimamente se habla sin cesar de lo mismo, como si fuese algo que ha surgido de pronto, pero no es así, nuestra sociedad se sostiene sobre pilares como la competitividad, la automatización que sustituye a personas por máquina y a sobredosis de noticias (verdaderas o falsas) que son claros desencadenantes del estrés, la ansiedad, la depresión y otros cuadros verdaderamente graves y, en ocasiones, incapacitantes.

 

 

No hacía falta ser un lince para intuir las consecuencias psicológicas de la pandemia. Se veían venir: pérdida de trabajos, EREs inciertos, problemas en el empresariado o en los autónomos. En Canarias fue tremendo, porque el turismo, nuestra principal actividad económica, se quedó en cero. Aparte de eso, el miedo al contagio, la incertidumbre ante la lluvia de normas, a veces contradictorias e impuestas, palos de ciego porque para eso nadie está preparado. Y la salud mental en Canarias nunca fue una prioridad, que se resolvía con mitos que se volvían verdades por la repetición, como que la gente que habita determinadas zonas es más proclive a la locura por causa del viento, del polvo o del anticiclón de las Azores.

 

La sanidad canaria hace años que viene a menos, dando tumbos y perdiendo eficiencia y eficacia. Entre el regateo de medios y personal, que ha sido progresivo, y la innegable privatización de servicios esenciales, ahora mismo estamos en un momento muy complicado, y vemos que la salud mental está dejada de la mano de Dios. Ante el ruido de las nueces, empiezan a aparecer anuncios y declaraciones sobre posibles soluciones, que son tiritas para una hemorragia. Si ya es dramática la política asistencial de las personas mayores o incapacitadas, donde se pasan la pelota las distintas administraciones y de las que ya he tratado aquí, ahora surge un nuevo problema, y este de dimensiones espantosas: aumenta de manera considerable el suicidio entre los más jóvenes. Y si un asunto de esta envergadura es muy grave en cualquier edad, que adolescentes y menores de treinta años coqueteen con tan terrible solución a lo que consideran una vida que se convierte en un callejón sin salida, es algo que debiera disparar todas las alarmas, porque es una muestra de fracaso colectivo como sociedad y desde luego habría que entrar a saco con ese problema, que se ha convertido en una epidemia en la que también hay muertos, aparte de cientos o miles de personas tocadas y viviendo situaciones muy dolorosas que, afortunadamente no acaban en suicidio.

 

Esto es como la violencia machista, contabilizamos las mujeres asesinadas, pero muchas veces pasamos de puntillas sobre la multitud de mujeres maltratadas, fugitivas o adocenadas porque les han vampirizado su autoestima. Pues los suicidas son, aparte de un drama para personas y familias, la punta de un iceberg de una sociedad que está perdiendo la cordura y el control de sus emociones, y que nadie que no le haya visto las orejas al lobo se imagina el enorme sufrimiento que implica para quienes enferman y para quienes tienen a su alrededor.

 

No ayuda ver cómo gobiernos y multinacionales se aprovechan de la situación, la minimizan o la agrandan, según conveniencias. Es triste escuchar que el precio de la energía nos ahogue, y con la guerra en puertas y la constante amenaza de una extensión de la misma, pocos acicates hay para evitar esa decepción general (por llamarla suavemente), que destruye a los individuos y a las sociedades, porque unos males son consecuencia de otros, que a su vez son fuente de nuevos males.

 

Y nadie mueve un dedo, porque la gente está enganchada a las plataformas audiovisuales y a las redes sociales, donde se aúlla y queda en eso. Y ahora la prioridad oficial es a ver qué lugar se ocupa en la lista de las elecciones de mayo. Se hablará de todo, pero serán brindis al sol, y la muestra es que estamos coqueteando con una guerra directa en la que las bombas caerán bastante más cerca y no somos capaces como sociedad de plantarnos y decir basta. De manera que estamos en una emergencia con respecto a la salud mental, pero ya si eso te atenderán en meses si tienes suerte, y media hora cada mes. O bien la consulta privada, pero hay que pagarla, pero entonces no hay dinero para la entrada cuando venga Shakira a contarnos lo que ya sabemos. Definitivamente, nos hemos vuelto locos. Literal.

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Alexis Ravelo, el Hombre Abrazo

 

Cuando se escribe una necrológica sobre una persona admirada, uno explaya su mente sobre su obra, trata de hacer una especie de compendio de lo que la ha hecho grande, sus cuadros, su música, sus libros, y, si ha sido el caso, alguna vivencia personal o una anécdota representativa ocurrida si alguna vez tuvimos un trato personal, aunque fuera breve. Si quien ha partido es un amigo, que, además es un gran escritor reconocido, al que hemos visto nacer a la literatura, crecer con la fuerza y la velocidad de una planta tropical y, casi a traición, ser arrebatado por la Huesuda tan inesperadamente que tienes que cerciorarse muchas veces hasta asumir a regañadientes que, es verdad, que se ha ido, todos los libros, los cuadros, las canciones y las anécdotas se comprimen en un nudo de dolor sobre el que prevalece el desgarro por la ausencia de un ser querido.

 

 

Esta triste mañana de 30 de enero, Alexis Ravelo se me ha ido como del rayo, que diría el poeta Miguel Hernández. Con el poeta de Orihuela digo “un manotazo duro, un golpe helado, / un hachazo invisible y homicida, / un empujón brutal te ha derribado”. Ya no veo libros ni premios. Alexis era un gran escritor desde sus primeras prosas, pero lo primero que te llegaba era su bonhomía, su sonrisa perenne y un cuerpo grandote que te abrazaba aun sin tocarte. Yo lo llamaba “El hombre abrazo”, porque cuando tenía que ponerse serio -y se ponía muchas veces porque era de una ética innegociable- tenía que hacer un gran esfuerzo para borrar momentáneamente la sonrisa que derramaba siempre de manera natural. No se alteraba ni montaba aspavientos, pero quien estaba delante sabía que era un muro contra lo que le pareciera injusto.

 

Y luego está la literatura. Podría hacer juegos de palabras con su inseparable Eladio Monroy, elucubrar sobre la posible bestia que llevamos dentro y cómo nos hizo dudar en su novela Los nombres prestados, su versatilidad para la literatura infantil, el teatro y lo que se pusiera por delante, su capacidad para componer una novela supuestamente traducida de un autor norteamericano inexistente, su maestría con la guitarra y su voz cantando en una azotea de Los Llanos de Aridane, a medianoche, Ojalá, de Silvio Rodríguez, su manera de estar en el mundo sabiéndose humano para que el merecido éxito no le afectara. Siempre fue el mismo. Pero todas esas cosas no me salen, porque ahora me va a faltar ese abrazo permanente.

 

Hace unos días, iba con la familia por el paseo de Tomás Morales cuando nos cruzamos. Con nosotros iba nuestra sobrina y sus dos pequeñines, un bebé de un año y una niña de tres, a la que, con su ternura habitual, Alexis preguntó: “¿quién es esta niña con el pelo tan bonito?” La niña, en lugar de dar su nombre le contestó con otra pregunta: “¿y tú no tienes pelo?” Alexis, soltó una carcajada de las suyas y ya se echó la niña al bolsillo. Ese era Alexis Ravelo, un ser humano grande y generoso, sencillo y profundo sin exhibirlo. Me sirvió más de una copa cuando era camarero en el legendario Cuasquías, y yo le elogié la potencia de su prosa en uno de sus primeros libros de relatos, publicado por el empuje de su mentora Lola Campos-Herrero. Recuerdo que entonces le dije que aquella prosa necesitaba más espacio, y él mismo debió darse cuenta porque lo siguiente que publicó fue la primera novela con el detective Eladio Monroy. Y el resto de la historia ya la conocen.

 

Ahora se ha ido con Lola, y conociéndolos a ambos, deben estar pasándoselo en grande, haciendo cabriolas con el lenguaje y llenando de sonrisas ese espacio que no acabamos de imaginarnos, pero que será un lugar muy divertido y tranquilo porque andarán por allí ellos dos, compinchados con Antonio Lozano y el “profeta” Juan Ramón Pérez. Menudo póker de ases. Ganas le dan a uno de morirse, pero como diría el propio Alexis, no hay prisa. Al irte, nos has hecho una trastada amigo, escritor y paladín de la paz, pues, por caprichos del destino, te has ido el mismo día que el Mahatma Gandhi, un 30 de enero, fecha en la que, haciendo un chiste tuyo, el pelo debe importar muy poco. Buen viaje.