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Un estroncio para el Estadio Insular

Desde que tengo uso de razón, Gran Canaria es la isla de los debates inacabables que a menudo abortan proyectos que tal vez fueron interesantes. Esto ocurre elevado a la enésima potencia en su capital. Incluso durante la dictadura franquista, cualquier cosa que fuera a moverse era objeto de discusiones infinitas, como sucedió con la Ciudad del Mar -que salió adelante- o con el tren aéreo -que se atragantó-. z765gest.JPGMover una piedra cuesta una letanía de argumentos a favor y en contra, y casi siempre ocurre porque el espacio es breve y hay que aprovecharlo, o protegerlo, o utilizarlo, o salvarlo… Qué sé yo. El Auditorio hizo correr ríos de tinta antes de ser una realidad, y me pregunto por qué tanto debate si al final no deja de ser un edificio que ocupa menos espacio que cualquier mamotreto de viviendas de los que hay por la misma zona y que nadie ha debatido. La circunvalación, más de lo mismo, el Guiniguada ni te cuento. Hubo un tiempo en que se debatió si el nuevo estadio llevaría o no pista de atletismo, la pusieron y nadie ha hecho allí una carrrera. Del rockódromo ya ni se habla, La Gran Marina se disolvió y aquí lo único que parece normal es el Puerto, seguramente porque tiene vida propia. Todo lo que uno enrama viene otro después a desenramarlo, no porque no le guste sino porque no lo ha hecho él. Ahora el objeto de deseo es el viejo Estadio Insular de Ciudad Jardín. Como puede producirse un debate sobre si poner alli un borulo o un estroncio, yo me inclino por lo segundo. Se preguntarán qué es un estroncio; ni idea, pero ya nos iremos enterando si lo instalan. Pasa siempre.
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(Esta es la única foto que he podido conseguir del estroncio. ¡Bonito artilugio, eh!)

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En la muerte de Esther Tusquets

zzetpic[3].jpgLa Gauche divine catalana tomó carta de naturaleza en los años sesenta del siglo pasado, cuando Carlos Barral capitaneaba a una serie de vástagos de la alta burguesía que se había vuelto rebelde contra su mayores, aunque finalmente siguieron su estela de dominadores de la sociedad catalana. Esther Tusquets forma parte de esta larga nómina, que como un designio desembocó en los diversos frentes políticos, sociales y económicos para hacer real el aserto de Lampedusa: cambiar algo para que todo siga igual.
En los años sesenta lo que cambiaron fueron las formas, y esto lo ha contado Esther Tusquets en uno de sus libros más celebrados y más castigados, El mismo mar de todos los veranos. Los niños de la alta burguesía se repartirían primero la clandestinidad y luego la democracia en todos los frentes (Solé Tura en el PCE, Maragall y Serra en el PSOE, Pujol en CIU), el caso es que, ganase quien ganase siempre gobernaban ellos, y así sigue siendo. Hace un siglo se repartieron hasta los equipos de fútbol, los laneros del Vallés crearon el Sabadell, los sederos de Sarriá el RCD Español y los algodoneros del Ensanche el Barça. Entre todos construyeron el gran modernismo catalán, el Palau de la Música o el Liceu.
zzpalaumusica[1].jpgEsther Tusquets cifraba en poco más de veinte las familias que llevan dos siglos controlando Cataluña. Ella pertenecía a una de ellas, y aunque díscola en las formas, finalmente encontró dinero familiar para fundar Editorial Lumen, y se hizo de oro cuando esta editorial compró a precio muy bajo los derechos de El nombre de La Rosa que nadie quería. Fue escritora comprometida con el feminismo y con la izquierda, buena prosista en castellano, como todos sus congéneres de clase y algunos que venían de abajo y que se sumaron al club, como Vázquez Montalbán y Terenci Moix.
Su papel como editora a menudo se relaciona con la editorial que lleva su apellido, pero no, esa es otra historia, porque Esther Tusquest es el alma y el motor de Lumen. Fue innovadora y se marcha cuando coge al sector en pleno cambio, cosa que en lugar de crearle problemas a ella la estimulaba. La digitalización de los libros pudo haber tenido en ella un adalid, pero se ha ido, y las letras catalanas en castellano y el pensamiento postmodernista catalán han perdido a una de sus grandes valedoras. Fue una gran mujer, una gran escritora y una osada editora. De esas ya casi no quedan. Descanse en paz.
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(Este trabajo fue publicado el martes 24 de julio en la edición impresa de Canarias7)

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Se lo debemos a ellos

En estos días se cumplen 32 años de la muerte de la niña de 16 años Belén María durante el conflicto portuario en 1980. Dentro de unos meses se cumplirán 35 años de la muerte en La Universidad de Laguna del estudiante grancanario Javier Fernández Quesada, dicen que a causa de una bala perdida. Belén María tendría ahora 48 años y Javier sería un cincuentón, ambos con una vida a la que tenían derecho.
z345Foto0435.JPGSe la quitaron. Y como a ellos a muchos otros, gente joven que tenía por delante un horizonte que le truncaron. Estas cosas terribles sucedieron en el fragor de las luchas por conquistar espacios y derechos para que la convivencia fuese más justa. Para amortiguar el dolor de tantas pérdidas, siempre hemos pensado que seguramente ese era el pago que pedía la Esfinge, como en los mitos de Asiria, Grecia y Egipto. Esos derechos están, o al menos estaban hasta hace unos meses, y nos los están segando con alevosía adornada de mentiras, culpabilizando a las víctimas y justificando lo injustificable.
Por ellos, por Javier y Belén María y por tantos otros que la Esfinge de las desigualdades se cobró como tributo, y POR NOSOTROS MISMOS, no podemos permitir que ahora nos pasen por encima. Este post es un homenaje a la memoria de los que fueron desposeídos de su bien más preciado, la vida, y al mismo tiempo una llamada para que su injusta muerte no haya sido inútil.