Wert nos ha enseñado el camino
Por fin se empieza a vislumbrar cordura y racionalidad en el disparate de eso que llaman cultura. Es que íbamos embalados hacia el caos, con tanto despilfarro en un asunto tan banal e improductivo como la cultura. Porque vamos a ver: ¿Para qué sirve un cuadro? ¿Qué necesidad hay de teatros cuando hay cuarenta salas de multicines donde ponen cine americano? ¿Qué otra cosa sino comerle el coco a la gente hacen los conferenciantes, los poetas, los novelistas y los investigadores de toda calaña? Los actores que trabajan fuera pagan impuestos allí donde actúan, pero aquí solo tributan lo que hacen en España. Ya, ya sé que eso mismo hacen los deportistas de élite que juegan en el extranjero, pero no irán a comparar a Gasol y Nadal con Bardem y Banderas, son conceptos distintos. Ya era hora, y el momento es propicio. Basta ya de sufragar actividades en los que pulula gentuza del submundo marginal de la cultura que tiene escasa efectividad económica. Nos estábamos saliendo de madre, que ya fue demasiado crear el CAAM, rehabilitar el Cuyás y desperdiciar en la playa de Las Canteras un solar magnífico para un hotel de cinco estrellas donde han puesto un auditorio que nos cuesta dinero. Hay que cerrarlo y ampliar el Centro Comercial de Las Arenas hacia el mar. Hombre, por Dios, y finiquitar ese Museo de la Ciencia que un día se le ocurrió a Tito Quevedo y que sólo sirve para llenarlo de chiquillería estúpida que pierde clases para ver chorradas improductivas. Ahora sí que enfilamos bien el futuro. ¿Cultura, para qué? El ministro Wert pasará a la historia como el guía que nos ha mostrado el camino.
La secuencia del proceso contra Bárcenas es muy parecido a la quiniela primitiva, la bonoloto y, en este caso, por lo del dinero en Suiza, a la del euromillón. Primero eran diez millones, luego se convirtieron en veintidós, ahora va por treinta y ocho y no podemos estar seguros de que el bote no siga acumulándose. En cada paso, en cada declaración, en cada exclusiva mediática aparecen nuevos millones y la cifra se va hinchando como la del sorteo del gordo de la primitiva. De vez en cuando, en la lotería real, hay un elegido de la fortuna y se lleva toda la recaudación de semanas e incluso meses, y vuelta a empezar, poniendo botes uno encima de otro; en el caso Bárcenas, uno tiene miedo de que un papel a destiempo, cualquier actuación que contraviene una ley de la que ya nadie se acordaba o un error estúpido hagan que ese dinero se volatilice y todo quede en nada, y así ni bote ni premio, ni millones. Con lo de Urdangarín ocurre algo parecido, e incluso con la trama Gürtel, van y vienen cifras, cobros ilegales, facturas extrañas y al final puede ocurrir que sea la palabra de uno contra la de otro, y nadie cobrará el premio (en este caso el castigo) porque no está claro que el boleto sea correcto. Y en este momento de crisis económica, resulta que vivimos la fanfarria indecente de esa lotería corrupta que no sabemos si finalmente se cobrará.