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Sampedro o la coherencia vital (*)

He repetido estos días que da la impresión de que, además de que cada vez hay más niebla hacia el futuro, se nos está liquidando el pasado. Desde hace unos meses, se ha convertido en tristemente habitual la noticia de la desaparición de alguien que significó mucho en la conformación de la vida diaria de millones de personas, y a veces, como ahora, vienen en cascada. En el mundo de la cultura ha habido una especie de majo y limpio, coronado con la muerte el lunes de Sara Montiel, que, pese a quien le pese, ha sido un icono del cine durante más de medio siglo. Y ese mismo día, el 8 de abril, a la una de la madrugada, también fallecía el escritor José Luis Sampedro, aunque la noticia no se supo hasta un día después, una vez incinerado y por propia voluntad porque no quería un circo mediático alrededor de su cadáver.
zzjos-luedro[1].jpgJosé Luis Sampedro es un escritor muy peculiar. Tardío en la publicación, como si intuyera que tendría una lúcida vida casi centenaria, es autor de algunas de las novelas que más impactaron en nuestra sociedad: Octubre, octubre, La vieja sirena, La sonrisa etrusca, además de otras que incluso han visto su adaptación a la gran pantalla. Pero no hay que olvidar que Sampedro era economista, catedrático durante décadas y por lo tanto conocedor de los mecanismos económicos que rigen nuestro mundo, y en ese aspecto siempre se distinguió en sus ensayos y en sus actuaciones públicas por su claridad en el discurso y por su denuncia de los entresijos truculentos que ponían el trabajo al servicio del dinero, y no al revés, como debiera ser.
Si siempre estuvo alineado con las voces críticas, en sus últimos años se distinguió por sus mensajes que ponían sobre la mesa la injusticia de una sociedad pensada exclusivamente para el capital. Escribió el prólogo de la traducción al español del libro ¡Indignaos! de Stéphane Hessel, y con su avanzada edad fue una de las voces más escuchadas por las generaciones más jóvenes, integradas en movimientos ciudadanos como el 15-M. Solía decir Sampedro que los intelectuales o se venden o se les silencia, y el suyo es un caso muy especial, porque se automarginaba voluntariamente de los grandes medios, aparecía lo necesario y denunciaba situaciones injustas. La paradoja es que no se le pudo silenciar a pesar de pertenecer al grupo que, según él, estaba condenado a ello porque nunca estuvo en venta.
Su trayectoria literaria ha sido bien reconocida oficialmente y por la legión de lectores que le seguían y que sin duda continuarán leyéndolo. Su ejemplo de coherencia vital es seguramente el libro que nunca pensó escribir pero que es también una de sus obras más importantes. Siempre tuvo una visión humanista de la vida, y la llevó hasta al final, haciendo de su muerte su último acto íntimo y personal. Fue un gran escritor y un buen hombre. Descanse en paz.
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(Este trabajo fue publicado en la edición impresa de Canarias7 el miércoles 10 de abril).

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¡Vamos, vamos, que estamos liquidando!

zsaritiss.jpgLa gente se muere; por lo visto es normal, aunque recuerdo a un campesino que cuando se enteraba de que alguien había muerto solía decir: «¡qué raro, pero si no tenía costumbre de morirse! La vida es una carrera de relevos, pero uno está acostumbrado a que se hagan cada 100 metros y de uno en uno, pero últimamente esto va muy rápido. Es como si un ente superior hubiese dado la orden de que hay que liquidar lo que queda de una época en la que, dicen, la gente todavía tenía esperanzas y creía en el futuro. Pero ahora, encima de que nos roban el futuro, nos liquidan el pasado, y como el presente va muy justito uno ya no sabe qué pensar. Casi a la vez nos han llegado las noticias del fallecimiento de Margaret Thatcher y de Sara Montiel. La política británica fue, junto con Reagan y Juan Pablo II, una de las banderas del neoconservadurismo que nos ha llevado a la actual situación. Los que vinieron después simplemente bailaron su música, fueran Clinton, Aznar, Blair, Merkel, Zapatero o Bush. En cuanto a Sara Montiel, su esquela viene a unirse a la catarata de fallecimientos en el cine español durante los últimos meses: Tony Leblanc, JL Galiardo, Fernando Guillén, María Asquerino, Sancho Gracia, Pepe Sancho, y en la última semana Mariví Bilbao, Jesús Franco y Bigas Luna. Lo de Sara Montiel sí que cierra toda una época, porque aunque nunca fui fan suyo -para gustos se hicieron colores-, siempre fue una especie de mito artificial (mito al fin y al cabo), y, francamente siento mucho su muerte. A ver si esa máquina exterminadora que han puesto a funcionar para de una vez. Descansa en Paz, Sara.

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Impostores, además

zzzimpostoress.JPGVeo, leo y escucho lo que dilapidan algunos y siento vergüenza ajena. Las damas de este pelaje suelen gastarse tres mil euros al día en cuidado personal y acuden al rastrillo con un diamante de no sé cuántos quilates al cuello; los caballeros pagan fortunas indecentes por un yate en propiedad o miles de euros diarios por uno de alquiler, y dan fiestas que cuestan lo que un colegio. No temen al Estado ni a los jueces, el dinero les concede impunidad, sólo se temen entre ellos. Se dice que nunca van a la cárcel por falta de pruebas, y eso es falso, porque su forma de vida es la prueba de su maldad, y serían una llamada a la subversión si no fuera porque ellos fabrican la ignorancia, y encima, los hambrientos aplauden. Yo los metería en la cárcel porque tanto dinero junto nunca es legítimo. Y aunque lo fuera, son exhibicionistas, insultan a la gente y, en definitiva, son culpables porque se creen divinos; suponiendo que haya dioses, sólo puede haber uno (si es un dios no admite competencia), por lo tanto son, además, unos impostores.