Discapacidades
Como hoy los ciegos celebran su fiesta, es un día perfecto para acordarse de quienes sufren alguna discapacidad, porque esta sociedad se parece cada día más a la Esparta clásica, donde arrojaban a los inválidos por un despeñadero porque decían que eran una carga para una sociedad hecha para la guerra. Algo así, aunque de manera más sofisticada, hacían los nazis, y estas prácticas nacen de la estupidez humana, porque nadie está a salvo de que mañana pueda ser un discapacitado. Hace unos años tuve que llevar durante un mes un pie escayolado, y me di cuenta de las dificultades que tienen nuestras ciudades para que los discapacitados se muevan en ellas. Dije entonces -y digo ahora- que debería ser obligatorio que cada cierto tiempo a las personas sin problemas físicos les escayolasen una pierna durante una semana (no hace falta rompérsela). Así tomarían conciencia de lo que otros padecen habitualmente.
En cuanto a las discapacidades psíquicas o mentales, desde la literatura picaresca han sido objeto de chanza, porque la sociedad colectivamente es cruel y burletera. Cualquier definición acaba convirtiéndose en un insulto. Cuando yo era niño, a este tipo de persona se le llamaba el tonto del pueblo. Como tonto se volvió insulto, empezaron a usar la palabra subnormal. También se transformó en ofensiva, y entonces se empezaron a usar otros eufemismos consecutivos, que poco a poco devienen en dardo injurioso: disminuido, discapacitado, o cualquiera de las siglas que definen técnicamente una situación. No debemos olvidar insultos como bobo, tonto o imbécil, fueron en su día palabras técnicas para definir una discapacidad. Por eso da igual que a los ciegos los llamen invidentes y a los parapléjicos discapacitados. Y si no fíjense en las risas que levantan los chistes de tartamudos y el cachondeo cotidiano cuando se sabe que alguien padece sordera.