Discapacidades
Como hoy los ciegos celebran su fiesta, es un día perfecto para acordarse de quienes sufren alguna discapacidad, porque esta sociedad se parece cada día más a la Esparta clásica, donde arrojaban a los inválidos por un despeñadero porque decían que eran una carga para una sociedad hecha para la guerra. Algo así, aunque de manera más sofisticada, hacían los nazis, y estas prácticas nacen de la estupidez humana, porque nadie está a salvo de que mañana pueda ser un discapacitado. Hace unos años tuve que llevar durante un mes un pie escayolado, y me di cuenta de las dificultades que tienen nuestras ciudades para que los discapacitados se muevan en ellas. Dije entonces -y digo ahora- que debería ser obligatorio que cada cierto tiempo a las personas sin problemas físicos les escayolasen una pierna durante una semana (no hace falta rompérsela). Así tomarían conciencia de lo que otros padecen habitualmente.
En cuanto a las discapacidades psíquicas o mentales, desde la literatura picaresca han sido objeto de chanza, porque la sociedad colectivamente es cruel y burletera. Cualquier definición acaba convirtiéndose en un insulto. Cuando yo era niño, a este tipo de persona se le llamaba el tonto del pueblo. Como tonto se volvió insulto, empezaron a usar la palabra subnormal. También se transformó en ofensiva, y entonces se empezaron a usar otros eufemismos consecutivos, que poco a poco devienen en dardo injurioso: disminuido, discapacitado, o cualquiera de las siglas que definen técnicamente una situación. No debemos olvidar insultos como bobo, tonto o imbécil, fueron en su día palabras técnicas para definir una discapacidad. Por eso da igual que a los ciegos los llamen invidentes y a los parapléjicos discapacitados. Y si no fíjense en las risas que levantan los chistes de tartamudos y el cachondeo cotidiano cuando se sabe que alguien padece sordera.
Por otra parte, estar en paro es angustioso, ser jubilado y estar todo el día escuchando el zumbido de este o aquel rumor no es plato de gusto, y la gente que está trabajando lo hace con sus salarios empequeñecidos y el miedo a perder el trabajo. Se ajustan las plantillas de las empresas y a menudo la misma tarea la tienen que hacer menos personas que antes, y calladitos no vaya a ser que pisen la acera. Eso es cansancio físico y psicológico, y encima hay cabreo porque vemos que los políticos siguen su ritmo de gasto personal de siempre: viajes, comidas, coches, dietas. Yo me pregunto por qué cobra dietas un parlamentario por ir al Parlamento si se supone que ya cobra un salario por ello. Hace unos días se publicaba que el turismo ha subido en Canarias un 16%, pero no veo que ello genere nuevos puestos de trabajo. El empresariado también debería ajustar su cuenta de resultados, porque la crisis siempre recae en los trabajadores (y no hablo de las PYMES, que ya tienen bastante).